Nydia Pando

(h)amor2


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Luz Esteban. Licenciada en Medicina y doctora en Antropología. Trabajó como médica de planificación familiar y desde 1994 imparte clases de Antropología Social, primero en la Universidad de León, después en la Universidad Pública de Navarra, y desde 1998 es profesora de la UPV/EHU, donde coordina también el doctorado en Estudios feministas y de género. Ha participado en distintas iniciativas y asociaciones feministas. Entre sus publicaciones destacan: Antropología del cuerpo: género, itinerarios corporales, identidad y cambio (Bellaterra, 2004); y Crítica del pensamiento amoroso (Bellaterra, 2012).

      Relaciones amorosas y comunidades de apoyo mutuo: algunas revisiones en torno al amor, la familia y el parentesco2

      Mari Luz Esteban

      En el año 2004 comencé una investigación sobre los discursos y experiencias amorosas de mujeres feministas de distintas edades y condiciones sociales, en el marco de un proyecto interdisciplinar sobre el amor y las relaciones de género, llevado a cabo con Rosa M. Medina Doménech, historiadora de la ciencia, y Ana Távora Rivero, psiquiatra y psicoterapeuta, ambas de la Universidad de Granada3. La publicación principal de mi parte de la investigación fue un libro titulado Crítica del pensamiento amoroso (2010), donde presenté de forma extensa los testimonios de 12 de las personas entrevistadas, además de ofrecer un análisis crítico de la ideología romántica que caracteriza nuestra sociedad. A partir de 2010 he continuado con el estudio del amor pero esta vez dentro de un proyecto más general, también en equipo, que ha tenido como objetivo principal el de abordar el análisis de las continuidades, conflictos y rupturas respecto a la igualdad en la población vasca joven4.

      En este artículo argumento que analizar la experiencia de personas que se mantienen de una u otra forma en la periferia del modelo amoroso hegemónico en nuestra sociedad, como es el caso de las feministas y la gente joven, y hacerlo además desde una perspectiva crítica (es decir, desde la desromantización del análisis), posibilita no solo la deconstrucción de la jerarquía cultural que pone el amor de pareja en la cúspide de nuestra cultura y en el centro de nuestra organización social, sino también la revisión y la reflexión en torno a algunos conceptos claves, como son la familia y el parentesco5; lo que a su vez nos puede llevar a poder identificar lagunas y carencias teóricas y empíricas. En segundo lugar, y en relación estrecha con lo anterior, planteo que existe un vacío en las ciencias sociales en lo que se refiere a la identificación y el análisis de grupos y comunidades estables de apoyo mutuo que existen en nuestra sociedad, que no son identificados como familias, pero que son fundamentales para lo que hoy día se está denominando el sostenimiento de la vida6 o, por utilizar un término clásico, la reproducción social. Un vacío que contribuiría a mantener, por tanto, una ideología naturalizadora y generizada en torno al parentesco, la familia y el amor, y a perpetuar, en consecuencia, esquemas que propician desigualdades sociales.

      Las redes de iguales a las que me refiero en este texto no están centradas, o no obligatoriamente, en la procreación, las relaciones sexuales, la cohabitación o el intercambio afectivo, sino que su característica principal sería la voluntad de compartir y «hacer conjuntamente»; es decir, se constituyen en torno a la solidaridad y la reciprocidad voluntariamente asumidas. Que los elementos apuntados (procreación, sexualidad, cohabitación, afectividad) no definan de entrada dichos grupos, o no de un modo absoluto o exclusivo, no quiere decir que no funcionen de forma organizada y ritualizada. Una organización y ritualización no siempre visible o, incluso, invisibilizada.

      Pero antes de entrar a describir este fenómeno, veo necesario hacer un breve repaso de algunos estudios sociológicos y antropológicos en torno a la familia y el parentesco; posteriormente, mostraré la importancia de las articulaciones entre las relaciones sexo-afectivas y las de amistad en los dos colectivos estudiados (relaciones que son además, muchas veces, difíciles de diferenciar), y sus consecuencias tanto a la hora de diseñar la convivencia y el apoyo mutuo como de negociar e incluso resistir las desigualdades sociales y de género; finalmente, daré algunas características de los grupos o comunidades de apoyo mutuo, para reivindicar la necesidad de modelos de análisis que sean horizontales, relacionales y críticos con la ideología romántica y heteronormativa.

      Las transformaciones en las estructuras y dinámicas familiares

      En este apartado voy a hacer un breve repaso de los estudios y datos estadísticos respecto a las estructuras familiares y sus transformaciones, fijándome solamente en la sociedad vasca, aunque considero que la mayor parte de las reflexiones incluidas aquí son generalizables a otras zonas del Estado español y de Europa.

      El Instituto Vasco de Estadística-EUSTAT nos ofrece la siguiente definición de familia:

      Un grupo de personas, vinculadas generalmente por lazos de parentesco, ya sean de sangre o políticos, e independientemente de su grado, que hace vida en común, ocupando normalmente la totalidad de una vivienda. Se incluyen en la familia las personas del servicio doméstico que pernoctan en la vivienda y los huéspedes en régimen familiar. En la definición se incluyen, asimismo, las personas que viven solas, como familias unipersonales7.

      Una definición amplia, en cuanto que incluye a todas las personas que conviven, sean parientes o no, pero al mismo tiempo restrictiva, ya que define la cohabitación como variable fundamental y se fija en las estructuras familiares formalmente definidas dejando fuera todas las demás posibilidades.

      Si miramos las principales transformaciones ocurridas en el ámbito de la familia en la Comunidad Autónoma de Euskadi, en el periodo que va desde 1986 hasta 20068, da la impresión de que se han producido cambios sustanciales, ya que, mientras que la población ha descendido ligeramente, el número de familias ha aumentado en un 32%, y el tamaño medio de las familias ha pasado en 20 años de 3,6 a 2,6 miembros. Además, si en 1986 las tres cuartas partes de la población vivía en una familia tradicional (matrimonio o pareja con hijos), esto se reduce en 2006 a un poco más de la mitad. Se ha dado un incremento de las personas que viven solas (solteras, divorciadas y separadas), descendiendo además su edad, así como de las parejas sin hijos, por los procesos de disminución de la fecundidad y aumento de la esperanza de vida. Asimismo, ha crecido el número de parejas de hecho y se ha producido una evolución dispar de las familias monoparentales, plurinucleares y compuestas. Marta Luxan, Matxalen Legarreta y Unai Martin (2013) resumen así estas transformaciones: «La reducción del tamaño medio familiar, la reducción de la importancia de la familia nuclear con hijos e hijas y el aumento de las familias unipersonales, así como de las familias nucleares sin descendencia» (2013:5). Sin embargo, matizan el alcance y la significación de las mismas y sus posibles causas, y dudan de que se esté dando una crisis de la familia, como otros señalan.

      La pluralidad de formas familiares existentes, general a toda Europa aunque con ligeras variantes, suele ir unida en algunos estudios a la idea de la supuesta democratización de las familias y las parejas, defendida ya hace tiempo por autoras/es como Ulrich Beck y Elisabeth Beck-Gernsheim (1998) o Inés Alberdi (1999). Desde este tipo de planteamientos se subraya que la familia habría pasado a ser una asociación electiva de individuos, con proyectos propios, y se llega a afirmar que la forma actual de familia no favorece la autoridad masculina, la heterosexualidad, la división del trabajo o una organización concreta del parentesco y los hogares (Stacey, 1992). Una idea que critican o, al menos, matizan otras muchas autoras. Hay que subrayar que lo que habitualmente entendemos por familias no son siempre grupos de iguales. Las feministas, en general, como señalan las integrantes de la Plataforma por un Sistema Público Vasco de Atención a la Dependencia (Castro y otras, 2008), llaman la atención sobre la necesidad de:

      (1) Denunciar lo ilusorio de tomar la familia como una unidad aislable del Estado, el mercado o la comunidad (Thorne, 1992; Alberdi, 1999). (2) Subrayar que las familias son redes de cooperación y solidaridad pero también de dominación y control: las experiencias de las mujeres dentro de las familias son múltiples y variadas, positivas y negativas (Thorne, 1992). (3) Ser conscientes de que la idealización del amor y los sentimientos familiares producida en los últimos siglos lleva a las mujeres a ser las responsables de los sentimientos, lo que justifica su subordinación.

      A este respecto, Luxan, Legarreta y Martín (2013) subrayan la paradoja planteada en estos momentos en nuestro contexto, donde existe un discurso igualitarista en torno a los