Nydia Pando

(h)amor2


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entre mujeres y hombres y, por tanto, también en la organización y disfrute del tiempo libre (2013:19).

      La reconfiguración del estudio del parentesco

      Si pasamos ahora a hacer un breve resumen de la reconfiguración de la antropología del parentesco, ocurrida a partir de las revisiones y críticas comenzadas a finales de los años 60 del siglo pasado, vemos que se ha dado y se sigue dando en dicha disciplina un nivel de debate e innovación teórico-conceptual muy significativo y encomiable. Joan Bestard (2009) resume lo sucedido subrayando la crítica radical de la visión genealogista y naturalista que caracterizó el modelo clásico del parentesco, donde las relaciones primordiales eran las consanguíneas y las afines (fruto del matrimonio o uniones análogas). En el modelo constructivista derivado del anterior, se entiende ya que la biología no define más que una parte de nuestras relaciones y que tanto la filiación como la afinidad son construidas por la acción humana. Desde esta base, toda relación de parentesco se derivaría tanto del compartir elementos muy distintos (substancias corporales, tierra, casa, comida, memoria, intereses…) como del actuar conjuntamente, de modo que las distintas posiciones pueden llegar incluso a intercambiarse (ibídem: 86). Es decir, el parentesco no estaría ya constituido por el nacimiento, la sangre o la genética, sino por la dependencia recíproca y el compartir.

      Pero, una segunda conclusión de la investigación antropológica actual es que el hecho de que la mayor parte del trabajo teórico y empírico, al menos en el contexto del Estado español, se esté centrando sobre todo en el estudio de los cambios producidos alrededor de la reproducción asistida o en la organización de la procreación, no facilita que estas revisiones conceptuales se apliquen de modo extensivo a otras realidades, y que experiencias como la de los grupos o comunidades de apoyo mutuo que estoy analizando, que son perfectamente acordes con las nuevas teorizaciones, o son invisibilizadas o no tienen apenas ninguna relevancia dentro de los estudios antropológicos.

      Centralidad de la pareja pero relevancia de la amistad

      De acuerdo con mi investigación, las mujeres feministas están afectadas, igual que el resto de la población, por una ideología romántica que idealiza al extremo la interacción amorosa, dándole mucha importancia al amor (y sobre todo, al amor de pareja) en sus discursos, independientemente de su experiencia concreta. Algunas han llegado incluso a formular explícitamente que una persona/mujer sin amor tiene «carencias», que no es una persona completa. Aunque, al mismo tiempo, todas ellas hayan subrayado la necesidad de que las relaciones de pareja sean igualitarias, para lo que han apuntado tres condiciones básicas: la negociación de las decisiones que afectan a ambos miembros de la pareja (o de las personas en relación), el equilibrio entre lo que se da y lo que se recibe dentro de la relación, y que cada persona tenga un proyecto propio (espacios, tiempos, actividades propias) al margen de lo compartido.

      También en el caso de las/os jóvenes entrevistadas/os la ideología de pareja es imperante en sus expectativas y en su modo de ver el mundo, independientemente también de su experiencia concreta. De este modo, el imaginario en torno al curso vital se construye alrededor de dicha ideología, y el itinerario lógico sería el que conduce más tarde o más temprano a emparejarse y posteriormente a convivir con esa persona y tener hijas/os con ella. Un curso vital, por tanto, que tiende a estar naturalizado y romantizado.

      Pero, un resultado muy significativo de ambas investigaciones es que el amor, al tiempo que es un ámbito fundamental de regulación y control social y de generación de desigualdad, es también un espacio privilegiado de conocimiento, agencia y resistencia, más acusado esto en las mujeres, que aprenden a mirar y valorar la vida a través de las gafas del amor. Por lo tanto, en los relatos amorosos no se habla exclusivamente de relaciones o vínculos íntimos entre personas sino que, explícita o implícitamente, se reflejan (y discuten) símbolos, ideas y prácticas que tienen que ver con la organización social de la convivencia, las articulaciones entre lo privado y lo público, la economía y la división sexual del trabajo, o las desigualdades y negociaciones respecto al poder, por citar algunas. Y en circunstancias concretas, que habrá que analizar en profundidad, estos relatos pueden constituir, y de hecho constituyen, discursos y prácticas subversivos, de resistencia (Abu-Lughod, 1990).

      En esta línea, cuando se les ha preguntado a las feministas, jóvenes y mayores, por la organización y el soporte afectivo y estructural de su vida cotidiana, han quedado de manifiesto dos aspectos: (1) la diversidad de formas de convivencia en las que están implicadas; diversidad que se corresponde, como hemos señalado previamente, con la de la población general, pero que presenta algunas variaciones ya que, por ejemplo, se da una menor proporción de feministas que viven en pareja y una mayor proporción de formas familiares compuestas9; y (2) la importancia crucial que para la casi totalidad de informantes tiene su red de amigas y conocidas, con las que mantienen relaciones estables, al margen de cuál sea su forma concreta de convivencia (con otras personas, en pareja, solas…). Esta importancia de la red de amigas y conocidas es algo que, además, se va afianzando con la edad.

      Sin embargo, nos encontramos aquí con una paradoja, puesto que, en bastantes de las entrevistas, se trate de mujeres emparejadas o no, se ha hecho evidente una separación entre el discurso y la experiencia concreta: en la narración que hacen de sí mismas (más sabiendo que se trataba de una investigación sobre el amor), la pareja ocupa un lugar significativo de un modo explícito o implícito; pero en la descripción de su vida cotidiana y de sus redes sociales de referencia son claves (también) otras personas. Por otra parte, cuando se refieren a la organización de su vida cotidiana, emergen igualmente como significativas otras actividades relacionadas con lo laboral, el activismo o el tiempo libre (deporte, cine, paseos, conversaciones…). Se daría así un desajuste entre, por un lado, un relato claramente centrado en la trascendencia del amor (sobre todo el de pareja), que se convierte en una especie de meta-relato, un relato que se alimenta a sí mismo a partir de metáforas, valores y símbolos culturales en torno a cómo se entiende la persona, las relaciones o la vida; y por otro, la práctica cotidiana concreta, tejida con elementos múltiples que quedarían relegados a un lugar secundario en el relato. Lo que no sería más que una separación tajante entre el nivel ideal y el real de la experiencia. Sin embargo, esta paradoja no suele tenerse en cuenta en muchas de las investigaciones o ensayos que se escriben en torno al amor, sobre todo en los referidos a las mujeres, donde además de no contrastar uno y otro nivel, la conclusión habitual es que para las mujeres el amor es clave y que ellas se encuentran absolutamente centradas en sus devaneos amorosos, que son (auto)etiquetados como «éxitos o fracasos», como se repite hasta el aburrimiento en los productos culturales de ficción (cine, literatura, música…), sobre todo en los más comerciales. Una práctica que tiende a reificar la naturalización y la trascendencia del amor en las mujeres, y a invisibilizar la experiencia amorosa de los hombres.

      En conclusión, si bien es verdad que a nivel discursivo la línea que separa el amor de amistad del amor de pareja sigue siendo nítida, incluso para aquellas personas que tienen una mentalidad igualitarista, la amistad es para la gran mayoría de nuestras/os entrevistadas/os un espacio de sostén afectivo pero también de referencia cognitiva, material y moral, y un instrumento clave a la hora de hacer planes, tomar decisiones y diseñar la propia vida. Más aún, en lo que tiene que ver con las relaciones amorosas y las relaciones de género, la amistad es para muchas personas (mujeres, sobre todo) crucial en la administración de sus relaciones amorosas, pudiéndose contrarrestar así en ocasiones los efectos del romanticismo. Algo que no ha aparecido en ninguna de las entrevistas realizadas a chicos. Por tanto, no podríamos entender los debates y negociaciones que nuestras entrevistadas llevan a cabo en su trayectoria en relación a las diferencias y desigualdades entre mujeres y hombres, si no tenemos en cuenta esa dimensión.

      Comunidades de apoyo mutuo: hacia un modelo de análisis integral, horizontal, relacional y no-romántico de la familia y el parentesco

      En consonancia con lo comentado en el anterior apartado, en este me gustaría profundizar en lo que estoy denominando las «redes o comunidades de apoyo mutuo», para referirme a esas agrupaciones estables de personas, de tamaño variable (desde un grupo pequeño hasta decenas de personas), caracterizadas por el hacer conjunto y el compartir elementos muy distintos: protección mutua, apoyo económico, material, psicológico y moral, actividades de mantenimiento de la vida