Antonio Malo Pé

Antropología de la integración


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causa superior, el sol, que al igual que otros astros, es una inteligencia separada[18]; el renacuajo, por ejemplo, se genera del barro y el movimiento circular del sol.

      En conclusión, aunque las tres explicaciones permiten comprender algunos aspectos de la vida, no son capaces de ofrecer una teoría general de la vida. En efecto, la explicación que parte de lo inferior tiene en cuenta sólo la causa material; la que parte de lo superior, la causa eficiente, y la que parte de lo igual, la causa formal. Para comprender el fenómeno de la vida no es suficiente, sin embargo, esta o aquella causa aislada, sino que se requiere la totalidad de las causas, que por eso han de entenderse de otro modo: no ya como pura materia o acto o fin externo, sino como elementos sistémicos que hacen emerger una nueva realidad.

      b) Origen de las especies y evolucionismo

      En las formas sustanciales que pueblan la Tierra encontramos una gran variedad de tipos. De todas formas, la ausencia o presencia de automovimiento y los grados de inmanencia, nos permiten establecer una primera división entre sustancias inorgánicas y orgánicas (plantas, animales, hombres). Frente a las sustancias inorgánicas que son inanimadas, las orgánicas admiten diferentes grados de vida, entre los que hay sin embargo una relación íntima; en efecto, los grados superiores se hallan en los inferiores sólo como posibilidades, mientras que los grados inferiores se encuentran realmente en los superiores como potencias. De todas formas, la aparición de cada uno de los grados de vida implica cierta novedad con respecto a lo que existía antes. Pero solamente con la aparición del hombre puede hablarse de una novedad absoluta, ya que la trascendencia del vivir humano respecto a los otros tipos de vida es total. Cada persona trasciende no sólo los demás grados de vida, sino también la propia especie, en tanto que la personaliza. De ahí que el fin del hombre no sea el universo, porque no es simplemente el individuo de una especie más, como en cambio sostiene la ecología profunda; es, más bien, una persona, un fin en sí mismo, capaz por ello de autoposesión y don de sí. Y si puede darse, debe hacerlo, ya que el poder en este ámbito no es una mera posibilidad, sino una necesidad para perfeccionarse como persona. Esta es la razón por la cual la evolución sirve solo para preparar la causa material del hombre, o sea, el proceso de hominización, pero no explica la causa formal, eficiente, ni final, o sea la personalización o humanización.

      Por otro lado, el concepto de especie, que está íntimamente ligado a la teoría de la evolución, admite una doble interpretación: filosófica (lógica y metafísica) y biológica.

      Frente a este enfoque lógico de la especie, existe también otro de carácter metafísico, por el que la especie no se agrega al género extrínsecamente, sino que más bien lo determina desde dentro, como “núcleo”. Pensemos, por ejemplo, en la definición de “hombre” como animal racional. Si la consideramos desde el punto de vista lógico: hombre = animal (género) + racional (diferencia específica), cabría pensar que el hombre es igual al animal en todo lo que tiene de corporal y sólo se diferencia de él en lo que atañe a su racionalidad. En cambio, si consideramos esta definición en sentido metafísico, la diferencia no se refiere sólo a la razón, sino a todo lo que constituye la persona. En efecto, precisamente porque la racionalidad es el “núcleo” del ser humano, tanto el cuerpo, como las tendencias y las sensaciones se hallan determinadas originariamente por la razón. Es decir, nuestro ser animales mamíferos está impregnado de racionalidad o relacionalidad, como lo muestra el ser bípedos, tener manos y, sobre todo, necesitar de los cuidados corporales y espirituales de otros seres racionales para desarrollarnos como personas. De ahí que el dar de mamar de una madre a su hijo pequeño, sea una acción personal en sí misma, diversa por tanto del instinto que conduce la hembra del animal a amamantar a sus cachorros.