textos de autoafirmación contra la colonialidad que niega sentido de ser, identidad propia, racionalidad intelectual y agencia histórica a los sujetos de la africanía. Los movimientos culturales y corrientes intelectuales del continente africano y la diáspora africana han sido, con las movimientos sociales y políticos afrodiaspóricos, desde su incepción en los siglos XVIII y XIX, fuerzas protagónicas en las gestas por la descolonialidad y liberación en el planeta6. En los estudios y ensayos que componen este libro, el énfasis es en la política. Esto no niega sus dimensiones culturales que siempre están presentes, aunque el foco se centrará en los movimientos sociales y políticos.
En consonancia con la gran tradición panafricana de largo arco, Contrapunteos diaspóricos asume con certeza un proyecto ético-político descolonial que implica tanto una analítica de la colonialidad del poder como una política de liberación que inspiran y orientan a este volumen. Esta perspectiva descolonial supone una teoría de la Modernidad como proceso de globalización de larga duración en el que resalta la conquista y colonización del vasto territorio equivocadamente llamado América7, la trata esclavista trans-atlántica y la institución de la esclavitud capitalista por cerca de cuatro siglos, y un imaginario geo-histórico en el que prima un mapa cognitivo que divide el mundo entre una supuesta civilización occidental “blanca” como medida de razón, buen gobierno, excelencia ética, estética y espiritual, a contrapunto de sus otredades africanas, amerindias, caribeñas, islámicas, orientales. A la matriz que emerge con el sistema Atlántico en el largo siglo XVI, que configura las estructuras de larga duración de poder y conocimiento de la Modernidad capitalista, con sus transformaciones y particularidades en tiempo y espacio, la denominamos colonialidad del poder y el saber. Tocando ese son, hablamos de una perspectiva descolonial, lo que implica tanto un quehacer crítico como una política de liberación a contracorriente de dicha matriz de poder moderna/colonial.
Escribimos este libro, no simplemente con la mirada del sociólogo o del académico especializado en América Latina, el Caribe y las diásporas afroamericanas, sino más aún con el compromiso y perspectiva político epistémica de nuestra identidad como intelectual-activista, de origen puertorriqueño que también se identifica como afrodescendiente y como latino en los Estados Unidos, y que participa activamente de varias redes de movimiento social en la formación histórica translocal que denominamos Nuestra Afroamérica. El situarnos políticamente no implica que vayamos a ofrecer un recetario, ni la carencia de investigación y rigor teórico y metodológico. Todo lo contrario, el hacer explícitos nuestros locus de enunciación y el proyecto político epistémico que perseguimos, enriquece el estudio y el análisis en la medida que lo hace más reflexivo tanto de su mirada como de su perspectiva.
NUESTRA AFROAMÉRICA: DIÁSPORA, TRANSCULTURACIÓN, CREOLIZACIÓN Y ETHOS BARROCO
Si José Martí acuñó el concepto de “Nuestra América” como constructo clave en la invención de América Latina como continente, aquí proponemos dos categorías geo-históricas con el fin de descolonizar el imaginario espacial y temporal: Nuestra Abya Yala desde sentipensares amerindios y Nuestra Afroamérica desde sentipensares afrodescendientes8. Hablamos de sentipensares, siguiendo a intelectuales indígenas en varios lugares de Nuestra Abya Yala, reconociendo tanto el entre-teje de las mediaciones afectivas y cognitivas del conocimiento, como el entre-juego de dimensiones éticas y estéticas, espirituales y epistémicas, en la razón crítica descolonial9.
Nuestra Afroamérica es un territorio translocal que cruza y transciende fronteras nacionales a través de las Américas, a la vez que compone estos espacios. Su universo histórico y sus espacios de cultura y política marcan una geografía de sur a norte dibujando el largo y ancho de las rutas de la esclavización y resistencia, desde la Argentina hasta Canadá, transgrediendo las murallas –imaginarias y materiales– del Río Grande, que dividen Nuestra América del “Coloso del Norte”. En esa clave, Nuestra Afroamérica incluye tanto las historias y culturas afrolatinoamericanas desde el norte de México hasta la Patagonia, como las afrolatinas de los Estados Unidos, componiendo con los espacios afroestadounidenses (en sí mismos un montaje de culturas de la africanía), un amplio archipiélago geo-histórico que denominamos “diásporas afroamericanas”.
Concebimos la diáspora africana no como una formación uniforme sino como un montaje de historias locales entretejidas por condiciones comunes de opresión racial, político-económica y cultural, que constituyen resemblanzas familiares basadas no solo en experiencias históricas conmensurables de subordinación racial, sino también en afinidades culturales y repertorios similares (a menudo compartidos) de resistencia, producción intelectual y acción política10. Al sonar de este son, Nuestra Afroamérica es un espacio de identificación, producción cultural y organización política enmarcado en procesos histórico-mundiales de dominación, explotación, resistencia y emancipación.
Tocando ese tambor político epistémico, Fernando Coronil realiza un análisis crítico del occidentalismo y postula el pos-occidentalismo como quehacer que debe elaborar “categorías geo-históricas no-imperiales”, tales como Nuestra Abya Yala y Nuestra Afroamérica. Coronil argumenta que el occidentalismo, más que la contraparte del orientalismo es su condición de posibilidad, y ofrece la siguiente definición:
Por occidentalismo aludo al conjunto de prácticas representacionales que participan en la producción de concepciones del mundo las cuales: 1. Separan los componentes del mundo en unidades aisladas; 2. Desligan historias relacionadas entre sí; 3. Transforman la diferencia en jerarquía; 4. Naturalizan dichas representaciones; y por lo tanto; 5. Intervienen, aunque inadvertidamente, en la reproducción de las relaciones asimétricas de poder existentes (Coronil, 1998).
En clave postoccidentalista, construiremos nuestros argumentos a través del libro elaborando categorías geo-históricas de carácter relacional y procesual, buscando revelar relaciones y analizar procesos que se desenvuelven, al decir de Edward Said (1993), “entre territorios entrecruzados e historias entrelazadas”. En este ritmo y registro, Said argumenta que el método contrapuntal es idóneo para descubrir relaciones y analizar articulaciones entre historias y geografías cuyos vínculos son encubiertos por la mirada orientalista. Con esta vocación de relacionar y mundializar, de ver particularidades locales sin perder sentido de articulaciones globales, hemos de trabajar con dos categorías que emergen del conocimiento crítico caribeño, transculturación, acuñada por el cubano Fernando Ortiz, y creolización, esgrimida por el martiniquense Edouard Glissant.
Ortiz crea el concepto de transculturación para analizar la complejidad y el carácter contestado de los procesos de formación de la cultura nacional en Cuba. Desde esta óptica, la cultura es proceso, praxis y espacio eminentemente político donde se entretejen esferas de injusticia como la dominación colonial, el racismo y la explotación de clase. En sus palabras:
En mayor o menor disociación estuvieron en Cuba así los negros como los blancos. Todos convivientes arriba y abajo, en un mismo ambiente de terror y de fuerza, terror del oprimido por el castigo, terror del opresor por la revancha, todos fuera de justicia, fuera de ajuste, fuera de sí. Y todos en trance doloroso de transculturación.
Aquí Ortiz enuncia la categoría transculturación para entonar un análisis de la violencia racial-colonial como elemento constitutivo de la cubanidad, dibujando un diagrama de la dialéctica entre blancos y negros, es decir, entre opresor-oprimido en clave similar a Fanon.
El concepto de transculturación ha sido asumido y desarrollado más allá de Ortiz, haciéndolo una herramienta analítica clave de la teoría crítica latinoamericana11. La teórica canadiense Mary Louise Pratt amplió la extensión espacial de la transculturación al formularla como un conjunto de relaciones asimétricas y desarrollos desiguales en el escenario que denomina “zona de contacto” imperial entre los Estados Unidos, el Caribe y Latinoamérica12. Siguiendo esa armonía sincopada, entendemos la categoría imperio y el imperialismo como un conjunto de políticas, discursos y prácticas de poder imperial, un espacio translocal/transnacional de intercambios