Эдгар Аллан По

Cuentos completos


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me levanté muy temprano y regresé al puesto del librero. Gasté el poco dinero que tenía adquiriendo algunos libros sobre mecánica y astronomía práctica y, una vez que regresé felizmente a casa con ellos dediqué todos mis ratos libres a estudiarlos, por lo que muy pronto hice tales avances en dichos saberes, que me parecieron bastantes para llevar a cabo cierto propósito que me habían inspirado el diablo o mi ángel protector.

      Durante todo este tiempo hice todo lo posible con congraciarme con la generosidad de esos tres acreedores que tantas molestias me habían causado. Finalmente lo logré, en parte con la venta de mis muebles, lo cual me permitió cubrir la mitad de mi deuda, y, en parte, con la promesa de pagar el resto apenas ejecutara un proyecto que, según les comenté, tenía en mente, y para el que pedía su colaboración. Como se trataba de hombres sin conocimiento, no me fue muy difícil lograr que se unieran a mis intenciones.

      Una vez todo dispuesto, con la colaboración de mi mujer y procediendo con el máximo secreto y moderación, logré vender todos los bienes que restaban y pedir prestadas pequeñas cantidades de dinero, con diversas excusas y —lo revelo apenado— sin preocuparme por la manera en que las devolvería. Así pude reunir una cifra bastante importante de dinero en efectivo. Entonces empecé a adquirir, de tiempo en tiempo, porciones de 10 metros cada una de una excelente batista, cordel de cáñamo, barniz de caucho, una cesta de mimbre profunda y espaciosa hecha a la medida y diversos artículos necesarios para la construcción y aparejamiento de un globo de magníficas dimensiones. Le di instrucciones a mi mujer para que lo elaborara lo antes posible y le expliqué la manera en que debía hacerlo. Mientras tejí el cordel de cáñamo hasta construir una red de dimensiones adecuadas, le coloqué un aro y las cuerdas necesarias, y adquirí diversos instrumentos y materiales para hacer ciertas pruebas en las zonas más altas de la atmósfera. Luego, me las ingenié para transportar durante la noche, a un lugar lejano al este de Róterdam, cinco barriles revestidos de hierro con capacidad para unos cincuenta galones cada uno, más un sexto barril más grande, seis tubos de estaño de tres pulgadas de diámetro y tres metros y medio de largo de forma especial, una cierta sustancia metálica, o semimetálica, que no señalaré, y una docena de garrafas de un ácido bastante común. El gas generado por estas sustancias nunca ha sido obtenido por nadie más que yo, o, al menos, nunca ha sido utilizado con intenciones similares. Solo puedo decir aquí que es uno de los constituyentes del nitrógeno, considerado tanto tiempo como un gas irreductible y que posee una densidad 37,4 veces menor que la del hidrógeno. No tiene sabor, pero sí olor. En estado puro quema con una llama verdosa, y su efecto es de inmediato mortal para la vida animal. No tendría problemas para revelar este secreto si no fuera que corresponde (como ya he dado a entender) a un oriundo de Nantes, en Francia, que me lo reveló con reservas. La misma persona, totalmente ajena a mis propósitos, me mostró un método para fabricar globos con la membrana de cierto animal, que no deja escapar la más mínima partícula del gas encerrado en ella. Sin embargo, encontré que dicho tejido resultaría demasiado caro y pensé que la batista, con una buena cobertura de barniz de caucho, sería tan buena como aquel. Relato esta ocurrencia porque me parece posible que la persona en cuestión trate de volar en un globo abastecido con el nuevo gas y el material antes mencionado, y no quiero despojarlo del honor de su muy especial invención.

      En secreto, me ocupé de perforar agujeros en las áreas donde pensaba ubicar cada uno de los cascos más pequeños durante el acto de inflar el globo, estos agujeros formaban un círculo de diez metros de diámetro. En el centro, que era el sitio destinado al casco más grande, perforé igualmente otro agujero. En cada una de las perforaciones pequeñas coloqué un recipiente que contenía veinticinco kilos de pólvora de cañón y, en la más grande, un barril de cien kilos. Luego conecté adecuadamente los recipientes y el barril con ayuda de contactos y, después de colocar en uno de los recipientes la punta de una mecha de un metro y medio de largo, tapé el agujero y puse el casco encima, con cuidado de que la otra punta de la mecha sobresaliera apenas unos centímetros del suelo y fuera prácticamente invisible detrás del casco. Más tarde rellené los agujeros restantes y coloqué encima de cada uno los barriles correspondientes.

      Aparte de los objetos ya enumerados, en secreto trasladé al depósito uno de los aparatos de Grimm, perfeccionados para la condensación del aire atmosférico. Pero descubrí que esta máquina demandaba ciertas transformaciones antes de que funcionara para los propósitos a los que pensaba destinarla. No obstante, con arduo trabajo y una perseverancia inflexible, finalmente, logré terminar todos mis preparativos de buena manera. Muy pronto el globo estuvo concluido. Contendría más de cuarenta mil pies cúbicos de gas y fácilmente se remontaría con todos mis implementos y, si lo manejaba hábilmente, con casi cien kilos de lastre. Le había colocado tres capas de barniz, descubriendo que la batista poseía todas las bondades de la seda, siendo tan resistente y mucho menos cara que esta.

      Cuanto todo estuvo listo, hice que mi mujer jurara guardar en secreto todos mis actos desde el día en que asistí por primera vez al puesto de libros. Le prometí regresar tan pronto como las condiciones lo permitieran, le entregué el poco dinero que me restaba y me despedí de ella. Su suerte no me preocupaba, pues ella es lo que la gente considera una mujer fuera de lo común, capaz de enfrentar al mundo sin mi ayuda. Además, creo que siempre me vio como un holgazán o como un simple complemento, capaz —únicamente— de levantar castillos en el aire y que se alegraría al verse libre de mí. Fue una noche oscura cuando me despedí de ella y, llevando conmigo, como aides de camp, a los tres acreedores que tanto me habían lastimado, acarreamos el globo con su cesta y los aparejos, al depósito que ya he mencionado, escogiendo para ello un camino aislado. Hallamos todo dispuesto perfectamente y comencé a trabajar de inmediato.

      Era principios de abril. Como ya he mencionado, la noche estaba oscura, no se observaba una sola estrella y a ratos caía una llovizna que nos fastidiaba muchísimo. Pero lo que me inspiraba más inquietud era el globo, el cual, a pesar de su gruesa capa de barniz, comenzaba a pesar mucho a causa de la humedad; también podía ocurrir, igualmente, que la pólvora se estropeara. Animé, pues, a mis tres acreedores para que se afanaran diligentemente, ocupándolos en reunir hielo alrededor del casco central y en agitar el ácido contenido en los otros. No paraban de molestarme con preguntas sobre lo que pensaba hacer con todos aquellos aparatos y se manifestaban intensamente disgustados por el agotador trabajo a que los obligaba. Afirmaban que no lograban darse cuenta de las ventajas que obtendrían de mojarse hasta los huesos solo por tomar parte en aquellos horribles asuntos. Comencé a inquietarme y continúe trabajando con todas mis fuerzas, porque creo realmente que aquellos tontos estaban persuadidos de que yo había hecho un pacto con el diablo y que lo que estaba llevando a cabo no era nada bueno. Por lo que tenía mucho miedo de que me abandonaran. Sin embargo logré convencerlos, prometiéndoles el pago completo, tan rápido como hubiera terminado el plan que tenía entre manos. Naturalmente, descifraron a su modo mis palabras, imaginando, sin duda, que yo terminaría por lograr una inmensa cantidad de dinero en efectivo de cualquier manera, y con tal de que les cancelara lo que les debía, aparte de una pequeña suma adicional por los servicios prestados, estoy convencido de que poco les importaba cuanto sucediera después a mi alma o a mi cuerpo.

      Después de cuatro horas y media supuse que el globo estaba adecuadamente inflado. Até entonces la cesta, colocando en ella todos mis instrumentos: un telescopio, un barómetro con significativas modificaciones, un termómetro, un electrómetro, una brújula, un compás, un cronómetro, una campana, una bocina, etc.; así como un globo de cristal, cuidadosamente cerrado y el aparato condensador; un poco de cal viva, una barra de cera para sellos, gran cantidad de agua y suficientes provisiones, como el “pemmican”, que posee considerable valor nutritivo en poco volumen. Del mismo modo, metí en la cesta una pareja de palomas y un gato.

      Cuando el amanecer estaba cerca, consideré que había llegado la hora de partir. Como por casualidad dejé caer un cigarro encendido y aproveché el momento de agacharme para recogerlo y encender en secreto el trozo de mecha que, como ya mencioné, sobresalía muy ligeramente del canto inferior de uno de los cascos menores. Este hecho no fue notado por ninguno de los tres acreedores y entonces, saltando a la cesta, corté la única cuerda que me sujetaba a tierra y tuve el placer de ver como el globo levantaba a vuelo con asombrosa rapidez, llevando sin el menor esfuerzo cien kilos de lastre, así que habría podido llevar mucho más. En el instante de dejar la tierra el barómetro marcaba