Amy Tintera

Venganza


Скачать книгу

si no pudiera ver la súbita molestia de Aren. Él no creía haberla disimulado.

      Tal vez a ella sencillamente no le importaba.

      Trató de apartarse pero Olivia se paró de puntillas y apoyó su frente en la de él.

      —Tú y yo seremos un gran equipo, Aren.

      SEIS

      g1

      Cas no regresó al sitio donde había muerto su madre después de que Jovita lo mencionó. Pasó algunos días encerrado en el castillo, asistiendo a reuniones ociosas donde sólo se gritaban unos a otros.

      Le gritaban a él, sobre todo, por haberse negado a atacar a los ruinos.

      Se retiró a su habitación tras la última reunión, que acabó con Jovita saliendo de ahí dando fuertes pisadas. Danna y la general Amaro la siguieron.

      Galo y Violet acompañaron a Cas y cerraron la puerta suavemente. Su habitación no era gran cosa: dos faroles en la pared, una cama pequeña, un escritorio y una silla de madera en el rincón. Violet se sentó en la silla. Galo comenzó a caminar aquí y allá.

      —Si Jovita vuelve a insinuar que estás loco, no me haré responsable de mis acciones —dijo Galo.

      Cas se dejó caer en la cama dando un fuerte suspiro.

      —Si lo dice suficientes veces todo el mundo empezará a creerlo.

      Ya lo creían. Podía verlo en los ojos de los consejeros, en algunos soldados. No sabía qué hacer al respecto. Insistir en su salud mental sólo empeoraría las cosas. Sólo los dementes tienen que defender su cordura.

      Soltó una risita y Galo lo miró, exasperado.

      —Reír no será de ayuda —dijo el guardia.

      —Nadie en su sano juicio pensará que enloqueció —dijo Violet poniendo los ojos en blanco. Cas había visto esa mirada muchas veces en apenas unos días. Violet no se esforzaba por disimular su desdén hacia Jovita. Eso agradaba a Cas.

      —Pero entonces pienso que en esa reunión había muy poca gente en su sano juicio —dijo Cas.

      —¡No me digas! —ironizó ella—. Cas, tienes que poner punto final a esas habladurías.

      —¿Cómo?

      —Echa a Jovita de las reuniones, destituye de sus puestos a algunos de los consejeros. Que hayan servido a tu padre no significa que vayan a ser leales a ti. Eso queda claro.

      —Estamos en guerra —dijo Cas—. No estoy seguro de que en este momento sea oportuno provocar esas agitaciones en el liderazgo de Lera.

      —Ya es demasiado tarde. Ya hay agitación entre nosotros. Y tratar bien a todos no llevará a ningún lado —dijo Violet.

      Galo los miraba, a todas luces admirado.

      —Déjame hablar con algunos consejeros. Julieta y Danna no están convencidas de que... —calló de pronto al oír un ruido sordo que resonaba en toda la fortaleza. Era bajo al principio, pero poco a poco se fue haciendo más presente. El ruido venía acompañado de gritos.

      Cas se puso en pie de un salto y salió; Galo y Violet lo siguieron. El sonido venía de afuera de la fortaleza. Bajó las escaleras corriendo y abrió de un tirón la puerta principal. Estaba nublado: el sol completamente oscurecido por un cielo gris.

      Había una multitud congregada alrededor de Jovita, que estaba encima de una caja no muy lejos de la puerta principal de la fortaleza. Todos daban fuertes pisadas al unísono y entre el tumulto empezó a alzarse una consigna.

      —¡Muerte a los ruinos! ¡Muerte a los ruinos!

      —¡Más fuerte! —gritó Jovita. Giró la cabeza para mirar a Cas—. ¡Su rey está presente!

      —¡MUERTE A LOS RUINOS! ¡MUERTE A LOS RUINOS!

      Cas se acercó a Jovita con paso firme, la cogió de la muñeca y la bajó de un tirón.

      —¿Qué estás haciendo? —preguntó entre dientes.

      —Te estoy mostrando lo que tu pueblo quiere —respondió tirando de su brazo para liberarse—. Como rey, se espera que cumplas los deseos de tu gente, no que hagas lo que te plazca.

      Cas miró a la muchedumbre. Allí estaban todos los cazadores y también muchos soldados, pero faltaban la mayoría de los guardias del rey; había gran cantidad de soldados en los alrededores, con expresiones de preocupación grabadas en el rostro.

      —Esto es lo que quieres tú, no la gente —dijo.

      —¿Y cómo llamas a esto? —dijo ella señalando a la multitud con un amplio movimiento del brazo.

      —No volveré a discutir sobre esto: no atacaremos a los ruinos —se giró para dirigirse al gentío—: Dispersaos.

      —¡Muerte a los ruinos! —gritó Jovita parándose enfrente de Cas. Le hizo una señal con la cabeza a la general Amaro, quien dio unos pasos al frente con expresión adusta.

      Unas manos se cerraron alrededor de los brazos de Cas. Al darse la vuelta se encontró con dos grandes soldados. Trató de zafarse pero lo sujetaron con fuerza. Oyó un grito ahogado de Violet.

      Jovita se volvió para enfrentarse a él.

      —Lo siento, Cas: no podemos tener a un rey demente si estamos en guerra. Necesitas tiempo para descansar y recuperarte, y si no lo haces voluntariamente tendremos que obligarte.

      Cas miraba a Jovita y a la general Amaro alternativamente.

      —Que no quiera atacar a los ruinos no significa que esté fuera de mis cabales.

      —Usted no atiende razones —dijo la general—. Su padre tenía una postura muy firme frente a los ruinos y no es momento de cambiar esa política.

      —¡Por mi padre estamos metidos en este lío! Mi madre y él murieron por su odio a los ruinos.

      —Tu padre murió por Emelina y tu madre murió por ti —dijo Jovita.

      Sus palabras lo cortaron por la mitad y por un momento se preguntó por qué seguía en pie si la mitad de su cuerpo estaba desplomada.

      —Date un tiempo para descansar y pensar —dijo Jovita con voz suave—. Puedo gobernar en tu lugar hasta que te sientas mejor, no me importaría hacerlo.

      Cas soltó una risa sardónica.

      —¡Claro!

      Las comisuras de los labios de Jovita temblaron, pero consiguió reprimir una sonrisa.

      —Escoltad al rey Casimir a su habitación, por favor, y cuidad que no salga hasta que se haya recuperado.

      Los soldados forcejearon. Cas se retorcía tratando de liberarse.

      —Su Majestad, por favor, no arme un escándalo —murmuró uno de los soldados.

      Demasiado tarde. Todos alrededor los miraban fijamente. Algunos cazadores sonreían con suficiencia.

      Galo hizo ademán de embestirlos, pero Mateo lo detuvo justo a tiempo. Susurró en el oído de Galo algo que transformó su expresión.

      Con cara larga y hombros caídos, Cas aceptó que no tenía sentido resistirse. Había demasiados en su contra.

      Jovita volvió a subir a la caja.

      —Mis soldados reportan haber visto a numerosos ruinos camino a su reino. Nuestra primera orden del día es eliminar a todos los que podamos. Necesitamos sofocar la alianza entre los ruinos y los guerreros.

      Los soldados subieron a Cas a rastras por los escalones de la fortaleza; mientras tanto, la multitud los ovacionaba.

      —Sólo enviaré a la mitad —continuó Jovita— porque aquí necesitamos