haces política. Tú sí puedes estar sentada en una reunión con guerreros sin arrancarles la cabeza.
—¿Qué es lo que sugieres?
—Una diarquía. Que gobernemos Ruina juntas, como reinas las dos.
—Una diarquía —la boca de Em formó una O y Olivia sonrió. Sabía que su hermana agradecería la oportunidad de dirigir a los ruinos. Quizá tenía incluso más madera que Olivia para esa posición, pero ésta no podía renunciar al trono por completo. Em había dado grandes pasos para restaurar la gloria de la que antes habían gozado los ruinos, pero seguía ligada a sus absurdos sentimientos hacia Casimir. Olivia tenía que dirigir a Em y a su pueblo; necesitaba demostrar su valía después de haber estado un año encerrada.
—Tomaremos decisiones juntas —dijo Olivia—. Cada una tendrá determinadas responsabilidades. Tendremos cierto poder de veto. ¡Vamos! —dijo dando un suave empujón en el hombro a su hermana—. Sabes que quieres gobernar a los ruinos. Sabes que deberías ser reina.
—Pe-pero ya una vez me rechazaron —tartamudeó Em—. No me aceptarán como su reina.
—Nos encargaremos de que acepten.
—Quizá debamos discutirlo con algunas personas, preguntar...
—Nosotras no preguntamos —Olivia se enderezó en el asiento. Era menos alta que Em, pero sólo un poco—. Nosotras asumimos. Asumiremos el trono, asumiremos la responsabilidad, y aplastaremos a quien se oponga. ¿Entendido?
Em soltó una risita.
—¿De verdad? ¿Aplastaremos a quien se oponga?
—Está bien: yo los aplastaré. Para esa parte soy buena.
Lo cierto es que Olivia sabía que tendría que adoptar una postura firme con los ruinos. Ellos no respetarían a una reina que había sido secuestrada y luego rescatada por su hermana inútil. Olivia tenía que exigir, no pedir.
—¿Estás segura? —preguntó Em.
—Absolutamente. No me obligues a hacerlo sola. Ahora mismo los ruinos tienen que estar unidos. Creo que si empezamos por gobernar juntas será como una poderosa declaración.
Em contuvo las lágrimas.
—Te quiero, Liv.
—Lo sé. Te casaste con Casimir por mí. Me figuro que debes quererme de verdad —Olivia se puso en pie de un salto y alargó la mano hacia Em—. Ven. Presentemos a la reina Emelina a los ruinos.
CUATRO
Cas descendió por las escaleras de la fortaleza y se giró al escuchar risas que provenían de la parte trasera de la edificación. Caminó por el pasillo con Galo a la zaga.
—¡Hazlo con fuerza! —gritó una mujer.
—¡Lo estoy haciendo con fuerza! —respondió otra voz femenina.
Cas se detuvo a la entrada de la cocina y vio a Blanca, la cocinera, empujando con las caderas a una joven y presionando con las palmas una pila de masa en la encimera.
—Así —dijo—. Masajéala como si estuvieras rabiosa con ella.
Blanca dio un paso atrás y pudo ver a Cas en la entrada. Se enderezó y se limpió las manos en el delantal.
—Su majestad —dijo.
Al oír eso, la joven dio media vuelta y soltó un chillido a modo de saludo.
—Buenos días —dijo Cas—. ¿Cómo va todo?
—Muy bien. ¿Le ha gustado la comida?
—Por supuesto —sonrió tratando de tranquilizar a Blanca. Ella antes era ayudante de cocina en el castillo, pero el cocinero real seguía desaparecido y probablemente había muerto. Cas señaló la bola de masa y comentó—: No sabía que tuviéramos harina.
—Llegó ayer. Uno de los que vinieron de Ciudad Gallego trajo todo lo que tenía en su panadería para que no se echara a perder.
Cas oyó pasos detrás de él. Era Daniela, que caminaba hacia ellos cargando una canasta de verduras. Su rostro arrugado se iluminó al ver al rey.
—Qué gusto verlo, su majestad —dijo con una inclinación de cabeza. Había estado con él en el carro, al igual que muchos miembros del personal de la fortaleza, y Cas parecía haber ganado su lealtad eterna a consecuencia de eso.
—¿Qué le ofrezco? —preguntó Blanca.
—Nada, gracias.
Se dirigía a una reunión con Jovita y los consejeros; sentía un nudo en el estómago que le impedía siquiera pensar en comida. Se despidió y se marchó. Las risas no regresaron cuando se alejó. En aquellos días, la risa siempre cesaba cuando él entraba en una habitación.
Subió al segundo piso de la fortaleza y entró en una gran sala vacía. Su padre siempre era el último en llegar a las reuniones; Cas había decidido hacer lo contrario.
El personal había quitado sillas y sofás y con varias mesas pequeñas formó una larga en medio de la sala. No había ventanas, así que de las paredes colgaban varios faroles y había dos más sobre las mesas. Nada era en comparación con el Salón Océano, donde tenían lugar las reuniones en el castillo de Lera. Si Cas cerraba los ojos aún podía ver el sol brillando en el océano desde aquellos ventanales.
Se dejó caer en la silla de la cabecera. Galo no se movió de la entrada.
—Siéntate aquí —dijo Cas empujando con el pie la silla que estaba junto a él.
Galo miró el asiento y luego a Cas.
—¿Estás seguro?
Jamás el padre de Cas habría permitido que un guardia se sentara a la mesa durante una junta de consejeros. Por esa misma razón Cas estaba decidido a que Galo se sentara junto a él.
—Siéntate.
El guardia obedeció. Cas, nervioso, se tronó los nudillos mientras esperaba. Seguía pareciéndole increíble que todo el mundo recibiera órdenes suyas.
Unos minutos después entraron el coronel Dimas y la general Amaro; susurraron sus saludos. La general Amaro evitó la mirada de Cas y ocupó el asiento más alejado.
Entraron las dos consejeras a las que había visto el día anterior; iban hablando muy concentradas. Cas conocía bastante bien a Julieta, la mayor. Tenía más o menos la misma edad que su madre y vivía en Ciudad Real. A la otra, Danna, la había visto algunas veces, pero vivía en la provincia oriental y visitaba el castillo pocas veces al año. El día anterior las dos se habían mostrado amigables y le dieron el pésame, pero ese día parecían tensas. Julieta esbozó una sonrisa a todas luces forzada.
Violet entró en la sala; su rostro se iluminó cuando encontró a Cas. Él le hizo una señal para que se sentara junto a Galo; ella rápidamente se acercó.
El gobernador de la provincia del sur tiene una hija. Era nuestra segunda opción después de Mary... Es encantadora. Mucho más bonita que Emelina.
La voz de su padre resonó en su cabeza mientras miraba a Violet de soslayo. Su padre tenía razón. Violet era muy atractiva, de largo cabello negro, ojos oscuros e intensos y labios carnosos, pero la comparación con Em no era idónea. Em podía no ser la chica más bella en la sala, pero eso no impedía que fuera blanco de todas las miradas. Era como si tuviera un secreto que todo el mundo quisiera conocer.
Cas trató de sacar la imagen de Em de su cabeza; necesitaba concentrarse.
Entró el gobernador de la provincia del norte, seguido de algunos importantes líderes de la provincia occidental. Cas sabía que tenía que empezar a hacer nombramientos oficiales, pues muchos funcionarios habían muerto,