Amy Tintera

Venganza


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percibir a los humanos y ruinos a su alrededor, aunque estuvieran muy lejos, pero a Em no. Ella no era ni humana ni ruina. Era la única persona del mundo que podía acercársele a hurtadillas.

      Olivia seguía viendo en su mente a la Em que había conocido los primeros quince años de su vida. La Em sarcástica y a menudo hosca, resentida por su inutilidad y por tener que ver cómo Olivia dominaba su magia.

      O quizá no era resentimiento sino miedo. En el pasado, Olivia con frecuencia se giraba hacia su hermana y la encontraba mirando a otro lado, estremecida por los gritos de algún hombre al que Olivia estuviera torturando. Ella en ocasiones fingía no poder extirpar una cabeza con tal de no ver la expresión horrorizada en el rostro de su hermana.

      El miedo ya no era una opción para Em. El año que había pasado lejos de Olivia la había vuelto despiadada y peligrosa. Seguía teniendo la misma piel aceitunada y el mismo cabello oscuro, pero la tristeza de sus ojos era nueva. Olivia pensaba que a ella le había ido mal en el calabozo. Ni siquiera era capaz de comprender por completo lo que Em había atravesado el último año.

      A pesar de los horrores que había tenido que soportar, Em había derribado Lera, organizado a los ruinos y salvado a Olivia. Y la llamaban la inútil... De pronto a Olivia la boca le supo amarga.

      —Acaban de llegar cerca de cincuenta ruinos más —dijo Em sentándose junto a Olivia—. Dijeron que no habían tenido dificultades para salir de Olso. Parece ser que el rey los invitó a quedarse, pero no intentó retenerlos cuando declinaron la invitación.

      —Tratar de mantenerlos en contra de su voluntad habría sido una rotunda estupidez —dijo Olivia.

      —Supongo que pronto veremos algunos guerreros.

      —¿Tú crees?

      —Querían que fuéramos a Olso a conocer a su rey. Me cuesta imaginar que hayan decidido dejarnos ir.

      Olivia resopló.

      —¿Dejarnos? No necesitamos que ellos nos lo permitan.

      —No queremos tener a los guerreros como enemigos —dijo Em—. Todavía no somos lo suficientemente fuertes para arreglárnoslas solos.

      Olivia respiró hondo para contener la furia que le inflamaba el pecho. Em tenía razón, por mucho que le doliera reconocerlo.

      —Tendré que negociar con los guerreros, ¿verdad? —preguntó Olivia.

      —Probablemente.

      —¿Y si mejor los mato? —sonrió—. Así desde el primer instante adopto una postura fuerte.

      —No sé si estás bromeando.

      Olivia inclinó la cabeza hacia delante y hacia atrás.

      —Sí y no.

      En realidad no, para nada. Lo único que atenuaba su cólera era destrozar a alguien. Todavía sentía el corazón de la reina de Lera en su mano, el pulso contra su palma. La reina se lo merecía. Había estado allí durante varios de los experimentos que habían hecho con Olivia. Arrancarle el corazón del pecho a la reina había sido amable de su parte.

      —En serio: sugiero que no los mates —dijo Em.

      —Bien.

      Ya buscaría después a quien matar. Había muchísimos cazadores de Lera dando vueltas de un lado a otro por Ruina, intentando salir. Pronto cerraría el puño sobre sus corazones también.

      —Tenemos que encontrar un refugio más permanente —dijo Em—. Me gustaría llevar a un grupo al alojamiento de los mineros. Seguramente a estas alturas ya está abandonado; podemos usarlo hasta que se reconstruya el castillo.

      Olivia recordó el alojamiento de los mineros de carbón. Era pequeño y lamentable; necesitaba repararse hace años.

      —¿Ésa es tu mejor opción, realmente? —preguntó Olivia.

      Em empujó unos escombros con el zapato y respondió:

      —Desafortunadamente.

      Olivia pensó en la fortaleza, con sus muros macizos y suficientes habitaciones para alojar un ejército pequeño. Casimir estaba muy cómodo, mientras ellas se encontraban sentadas en ese revoltijo que había sido su casa. Los habitantes de Lera siempre habían estado cómodos desde que les quitaron el reino a los ruinos y los expulsaron.

      —Las cabañas no son gran cosa pero creo que allí podremos alojar a todos los ruinos —dijo Em.

      —¿Todavía quieres cuidarlos? —preguntó Olivia.

      —¿A qué te refieres?

      —Los ruinos te dieron la espalda. Todos, excepto Aren, decidieron seguir a otra persona. Alguien que ahora está muerto.

      Un dejo de tristeza atravesó el rostro de Em al oír la alusión a Damian. A Olivia no le caía nada bien su amigo muerto, ni siquiera porque había ayudado a Em. Él había crecido con Em y Olivia pero las traicionó cuando más ayuda habían necesitado. Merecía que el rey de Lera lo decapitara.

      —Tenían miedo —dijo Em—. Y yo demostré que al rechazarme se equivocaban.

      —Ya lo creo que lo demostraste. Y yo no hice más que estar sentada en una celda y tramar un millón de intentos de escapatoria, todos y cada uno de los cuales fracasaron.

      —No es tu culpa que te hayan capturado. Yo me propuse gobernar sólo porque tú no estabas.

      —Te propusiste gobernar aun después de que te arrebataron el poder. Armaste un plan que derrocó al más poderoso de los cuatro reinos. Llevaste a cabo una conspiración sumamente arriesgada para matar a la princesa de Vallos y casarte con el príncipe de Lera en su lugar. Rescataste a todos, incluso después de que te rechazaron. No sé si yo habría hecho lo mismo.

      Olivia podría haber dejado que todos murieran sólo para demostrar que estaban equivocados.

      —Lo habrías hecho —dijo Em, que era una optimista.

      —El tema es que no lo hice. Y nunca me han interesado los asuntos políticos que vienen con el trono. Las reuniones, las discusiones, los arreglos. Sentía pavor que eligieran un marido para mí, pero tú fuiste y te casaste con nuestro enemigo jurado.

      Em miró al suelo cuando pensó en Cas. Apenas si había hablado del príncipe —ahora rey— desde que se fue de Lera, pero Olivia los había visto interactuar. Parecía que Em había llegado a sentir algo por ese horrible chico.

      —¿Y llegaste a tener relaciones sexuales con él? —preguntó Olivia, tratando de que su voz no sonara horrorizada.

      —No. Se dio cuenta de que yo estaba aterrada al respecto y no insistió.

      —Oh, qué extraño.

      —No es como su padre, Liv. Él fue amable conmigo.

      —Bueno, por lo menos no tuviste que acostarte con él —dijo con un escalofrío.

      —Se te tomará en cuenta para tu casamiento —dijo Em—. Sobre todo como están las cosas ahora. Estoy segura de que quien elijas será apropiado.

      —Deberías ser tú la que se case para formar alianzas políticas. Está claro que eres buena para eso.

      —Pero eres tú la reina.

      —¿Por qué tengo que ser la única? ¿Dónde está la ley que dice que tengo que reinar yo sola?

      —De hecho, existe —dijo Em riendo—. La ley de Ruina establece que el mayor hereda el trono, a menos que haya nacido inútil. En tal caso, el trono corresponde al siguiente heredero.

      —Ya demostraste que no eres inútil. Tienes otros poderes, como decía nuestra madre.

      —Los ruinos nunca permitirán que los gobierne alguien sin habilidades.

      —¿Y si gobernamos juntas?

      Las cejas de Em se