Amy Tintera

Venganza


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tan malo si pudiera pasar el día con él en la cama.

      Se vistió y salió de su habitación, todavía pensando en Cas. Al otro lado del pasillo la puerta de Aren estaba entreabierta, y su cama vacía.

      La puerta principal se abrió y comenzaron a escucharse risas. Em salió y se topó con Olivia y Aren, que iban entrando. Las mejillas de Olivia estaban rosadas por el frío de la mañana. Saludó a su hermana con la mano, llena de entusiasmo.

      —¿Qué hacíais vosotros dos? —preguntó Em con un tono de recelo en la voz que no supo disimular. Olivia sólo se veía así de contenta cuando asesinaba.

      —Fuimos un poco al sur para explorar la zona —dijo Aren encogiéndose de hombros y quitándose el abrigo sin mirar a Em a los ojos.

      —Qué bueno que lo hicimos. Uno de los barcos de Lera tuvo un problema y regresó. Había un montón de cazadores a bordo —dijo Olivia.

      Em tenía miedo de preguntar.

      —Ya están muertos —dijo Aren.

      Ella asintió con la cabeza; probablemente era lo mejor. No estaban a salvo con cazadores en las cercanías.

      Sin embargo, la expresión de alegría en el rostro de Olivia la incomodaba.

      Aren caminó hacia la cocina con paso ligero y natural.

      —¿No estás exhausto después de haber usado tu magia? —preguntó Em.

      —Le enseñé a usar su magia ruina sin la participación de su cuerpo... —dijo Olivia—. Estamos enseñando también a otros ruinos. No todos pueden hacerlo, pero los más poderosos sí.

      Aren sirvió agua del cántaro en una taza.

      —Estaremos mucho más seguros si podemos usar nuestros poderes sin agotar nuestros cuerpos. Los mejores...

      Un grito cortó sus palabras. Em fue al rincón, cogió su espada y salió a toda velocidad. Los ruinos salieron corriendo de sus cabañas, todos con la atención puesta en el mismo lugar: alrededor de veinte jinetes se dirigían hacia ellos procedentes del norte, el primero de ellos ondeaba una bandera roja y blanca. Guerreros de Olso.

      —Mantente detrás de mí —dijo Olivia a Em y salió corriendo.

      —No ataques —gritó Em siguiendo a su hermana—, ¡son nuestros aliados!

      Los caballos se detuvieron, levantando nubes de polvo a su alrededor. Olivia se irguió con bravura y extendió un brazo para proteger a Em. Tragó saliva y las marcas ruinas de su cuello se movieron. Era evidente que no creía que los guerreros fueran sus aliados.

      Había diecinueve caballos en total, cada uno con un jinete vestido de negro. Los brazos se levantaron en señal de rendición. La guerrera con la bandera bajó de su montura de un salto y se dirigió a ellos, también con los brazos levantados. Em entrecerró los ojos y dio un paso adelante.

      —Es Iria —dijo Aren, detrás de ella.

      Em guardó la espada en el cinturón y empezó a caminar hacia Iria, pero Olivia la cogió del brazo.

      —Está bien —dijo Em liberándose con una suave sacudida—, sólo es Iria.

      Olivia no parecía convencida pero no protestó cuando Em siguió su camino.

      Iria bajó los brazos mientras se acercaba a Em.

      —Emelina —la saludó, con media sonrisa curvando sus labios.

      —Iria —Em se detuvo frente a la guerrera, que estaba demacrada, con el cabello negro ondulado recogido en un moño desarreglado. Exhibía unas grandes y vistosas ojeras. Todo indicaba que en cuanto había llegado de Lera a su hogar, en Olso, había tenido que dar media vuelta y partir a Ruina en dirección al sur.

      —Disculpad que haya llegado sin haberme anunciado —dijo Iria—. No sabíamos de qué otro modo acercarnos a vosotros.

      —Mientras no saquéis las armas, todo irá bien.

      —No hemos venido a pelear —dijo Iria—. Hemos venido a hablar con vuestra reina —y al decir esto se volvió hacia Olivia.

      —Estás hablando con una de ellas —aclaró Em.

      Iria parpadeó.

      —¿Qué?

      Em se encogió de hombros desplegando una sonrisa. Seguía siendo una sonrisa de incredulidad.

      —Olivia y yo gobernamos Ruina juntas, como iguales. Yo soy una de sus reinas.

      La expresión de Iria era reflejo de la incredulidad de Em.

      —¡Ah, qué bien!

      —Sí.

      —¿Olivia querrá venir? —preguntó Iria—. Así os presento a las dos.

      —¿Presentarnos con quién?

      Iria se giró sin responder. Caminó hacia uno de los guerreros a caballo y le extendió la mano. El jinete bajó del caballo sin cogérsela.

      Em miró hacia atrás y le hizo una señal a su hermana para que fuera con ella. El ceño de Olivia se tensó todavía más, pero avanzó y se detuvo junto a Em.

      El hombre que había desmontado caminó hacia ellas a grandes zancadas. Era muy alto y junto a Iria lucía imponente. Ella prácticamente tenía que correr para seguirle el paso. Sus pantalones negros estaban cubiertos de polvo y sus ojeras hacían juego con las de Iria, pero el rostro era franco y amistoso.

      —Te presento a Emelina y Olivia Flores, reinas de los ruinos —dijo Iria—. Quiero que conozcáis a August Santana, príncipe de Olso.

      Em lo miró con suspicacia. ¿Qué hacía en Ruina el príncipe más joven de Olso?

      —¿Reinas? —preguntó August con una amplia sonrisa—. Eso es inusual. Me gusta —inclinó la cabeza dándose un golpecito en el pecho: la manera tradicional de saludar a un miembro de la realeza ruina. Em permaneció unos momentos sin saber qué hacer, estupefacta ante la muestra de respeto.

      Se recuperó y rápidamente entrelazó los dedos, se los puso debajo de la barbilla e hizo una gran reverencia. Su madre le había enseñado la manera apropiada de saludar a la familia real de Olso. Le dedicó un rápido agradecimiento a la Em del pasado por haber prestado atención. Olivia permaneció rígida.

      —¿También yo estoy encantada de conocerlo? —dijo Em, sin poder evitar que su frase sonara a pregunta.

      August parecía contento con la confusión. Su piel era más clara que la de ellas y su cabello, dorado. Era de complexión ancha y musculosa; probablemente doblaba a Em en tamaño. Por lo general, cuando ella se enfrentaba a un hombre así, mantenía una mano cerca de la espada; sin embargo, su expresión era tan relajada y amistosa que no lo creyó necesario.

      Eso hizo que quisiera coger su espada todavía con más intensidad. Estaban tan cerca uno de otro que ella podía coger el arma y tenerla en el pecho de él en menos de cinco segundos.

      Resistió el impulso y devolvió la sonrisa.

      —Esto es inesperado.

      —Cuando rechazaron la invitación del rey para visitar Olso, mi hermano pensó que lo mejor sería venir por vosotros —dijo él soltando una risita.

      —Estábamos ansiosas por llegar a casa —respondió Em.

      —Entiendo. He venido a hablar de nuestra alianza. ¿Estáis dispuestas a comenzar esa discusión?

      —Desde luego.

      August miró a Olivia como si esperara que también dijera algo, pero ella permaneció en silencio.

      August carraspeó.

      —¿Está bien si acampamos por allá?

      —Sí —Em se dio la vuelta, dedicó un gesto a Mariana para que se les uniera y agregó—: