Amy Tintera

Venganza


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y caminó hacia la hoguera; por unos momentos, su mirada se posó en Aren.

      Iria extendió la mano a Em:

      —El príncipe August te estaba buscando, pero baila primero conmigo.

      —¿Bailar contigo?

      —Anda —dijo Iria—, es la tradición.

      —¿Lo es?

      —Bueno, bailamos juntas en Lera, así que yo digo que lo es —Iria la cogió del antebrazo y la arrastró a la improvisada pista de baile. Luego alzó un brazo e hizo girar a Em.

      —Siempre tienes que dirigir —reclamó Em torciendo la boca.

      —Bueno, soy mejor bailarina que tú.

      Em habría discutido si no fuera cierto. Se oyeron carcajadas detrás de ella; se giró y vio a Aren hablando con un guerrero al que ella no conocía. Luego se dirigió a Iria:

      —Aren me ha contado lo que pasó en la selva. Gracias.

      —Ni lo menciones —Iria miró a Em a los ojos—. En serio: no se lo digas a nadie.

      —Por supuesto. Sé cuánto te arriesgaste. Y lo agradezco.

      Iria asintió con la cabeza mirando con atención algo a espaldas de Em.

      —Su majestad —dijo una voz profunda.

      Em se dio la vuelta. Allí estaba August, parado junto a ellas. Em se alejó de Iria.

      El príncipe vestía ropa limpia; sus pantalones negros y la túnica gris estaban apenas un poco arrugados. Se había quitado el abrigo. Em hizo una rápida inspección a su cuerpo. No había armas a la vista. La ropa estaba algo ajustada, así que la única posibilidad era un cuchillo en la bota.

      —¿Me permite hablar unos momentos con su hermana y con usted? —pidió.

      —Claro. Estaba en nuestra cabaña la última vez que la vi.

      August hizo un amplio gesto con el brazo para que Em fuera delante. Ella le dedicó una breve sonrisa a Iria antes de dirigirse con él a la cabaña.

      La sala estaba vacía cuando entró Em, así que dejó solo a August y caminó por el pasillo hasta la habitación que compartía con Olivia. La puerta estaba abierta y su hermana estaba sentada en el borde de la cama con el ceño fruncido y un mapa en las manos.

      —¿Invitaste a un humano? —preguntó sin mirar a Em.

      —Es el príncipe August. Quiere hablar con nosotras.

      Olivia dobló el mapa y lo arrojó al escritorio.

      —¿Tengo que estar presente?

      —Pidió expresamente hablar con las dos.

      —De lo que se trata esta diarquía es justamente de que tú lidies con todos los asuntos aburridos.

      —Creí que tú pensabas que sería una buena gobernante —dijo Em golpeándole la pierna.

      Olivia la pateó en respuesta y agregó:

      —Supongo que sí.

      —Por lo menos escucha lo que tenga que decirnos.

      Olivia se levantó de la cama dando un largo suspiro.

      —Bien.

      —Y no te precipites. Escucharemos y cuando se haya ido, lo discutiremos —susurró Em.

      —Bieeeeeen —alargando la palabra, Olivia empujó a Em hacia la puerta.

      Caminaron de regreso a la sala; August seguía cerca de la puerta. Saludó a Olivia con la cabeza.

      —Gracias por acceder a recibirme, sus majestades —dijo.

      —Puedes llamarme Em —dijo.

      —Puede llamarme su majestad —dijo Olivia.

      Em hizo una mueca, preocupada de que August pudiera sentirse insultado. Pero no: sus labios se curvaron como si estuviera tratando de contener la risa. Em clavó el codo a su hermana en las costillas.

      —Puedes llamarme Olivia —refunfuñó.

      —Maravilloso. Vosotras podéis llamarme August. Todos me llaman así.

      —¿Quieres algo de beber? Sólo tenemos agua —dijo Em señalando una jarra sobre la mesa.

      —No, gracias, estoy bien.

      —Siéntate —dijo Em.

      La sala tenía un sofá y tres sillas, dos en condiciones dudosas. August se sentó en una silla gris deteriorada; cuando se acomodó, el mueble crujió. Em se sentó en el sofá junto a Olivia, frente a él.

      —Después de ver este lugar, tengo que reconocer que me sorprende que hayáis declinado la invitación de mi hermano para visitarnos en Olso. Os habría instalado en el castillo.

      —Nos gusta Ruina —dijo Olivia. Em notó el nudo en la voz de su hermana. A ninguna le gustaba tanto Ruina, mucho menos después de haber visto Lera, pero era su hogar.

      —Por supuesto, pero nos habría alegrado mucho recibiros durante la reconstrucción del castillo.

      —Por ahora es mejor que estemos juntos —explicó Em—. Los ruinos necesitan un gobierno aquí, no reinas que descansen en Olso.

      —Descansen —repitió August con una risita—. Parece justo.

      —¿Has venido a tratar de convencernos de que vayamos contigo a Olso? Si es así, pierdes el tiempo —dijo Olivia señalando la puerta con una oscilación del brazo—. Para el caso, mejor regresa.

      —No —dijo él—. Mi hermano me pidió que os dijera que podéis ir a Olso cuando queráis y esperamos que pronto nos visitéis, pero entiendo que ahora no es buen momento.

      —Tú lo entiendes —dijo Olivia inclinándose hacia adelante en la silla—, pero seamos honestos: tu hermano es el rey. Tienes dos hermanos mayores delante de ti en la línea de sucesión al trono. ¿Por qué enviasteis al menos importante de los herederos?

      —Quiero creer que soy un poco más importante que algunos de mis primos.

      —¿Tienes algún poder real? —preguntó Olivia—. Si hacemos tratos contigo, ¿los cumplirá el rey? ¿O nos estás haciendo perder el tiempo?

      August esbozó un gesto de irritación.

      —Estoy autorizado para hacer ciertos tratos —lo dijo con el resentimiento de ser el heredero menos importante. Em contuvo la risa. Olivia parecía satisfecha de haberlo disgustado.

      El príncipe logró recomponer una sonrisa, aunque falsa.

      —Hay cosas que no puedo hacer, pero si alguna de ésas surge, os lo haré saber. Me enviaron con un propósito específico.

      —¿Cuál? —preguntó Em.

      —Mi hermano quiere fortalecer la alianza entre Olso y Ruina.

      —¿Fortalecerla, cómo? —preguntó Olivia.

      —Me envió a casarme con la reina ruina.

      El silencio se abatió sobre la cabaña. Em se quedó petrificada.

      —Claro que esperábamos que sólo hubiera una, pero ya que son dos...

      Sus labios se curvaron.

      ¿Casarse? ¿Casarse? El rostro de Cas le cruzó a Em por la mente.

      Con un resoplido, Olivia dijo:

      —No contéis conmigo.

      —¡Olivia! —exclamó Em.

      —¿Qué? Yo no pienso hacerlo.

      —Observarás que no pedí casarme contigo —dijo August con desdén.

      —Menos mal —respondió Olivia,