con el odio, la ternura con la pasión y la sensualidad amorosa con el sexo fogoso e impetuoso. Para eso están los amantes. Los cuales aparecen como objetos idealizados de un lugar de completud que la pareja, en tanto pareja no puede dar cuenta. Es que la pareja, como su nombre lo indica, es para otra cosa: formar una familia y permitir la continuidad de la especie. Pero si este es un ideal social que se encuentra en la actualidad severamente cuestionado -como afirmamos anteriormente-, el mismo también está arraigado en nuestra subjetividad. Este ideal se relaciona con el concepto de narcisismo.
Veamos brevemente. El narcisismo deviene de una característica de nuestra conducta en la que se evidencia un exagerado amor por sí mismo o por la propia imagen de sí mismo que remite al mito de Narciso. Aquel Narciso que se deja morir fascinado con su propia imagen en el espejo. En este sentido, el mito encierra una profética advertencia: enamorarse de sí mismo, buscar en la propia imagen el objeto de amor es una cita con la muerte. Pero lo mismo ocurre en las idealizaciones, donde el otro desaparece como un otro diferente de mí para ser objeto de mi propia idealización. Esto es lo que ocurre en la fascinación amorosa, en la que el objeto de la idealización se erige omnipotente sobre las ruinas del amante.
Si lo vemos en el desarrollo de nuestra constitución psíquica vamos a encontrar un narcisismo primario que es un momento de la etapa autoerótica que da cuenta de esa relación fusional, simbiótica del bebé con la madre. Este momento en que la madre constituye un espacio-soporte de la muerte-como-pulsión en el niño va a dar origen a una instancia psíquica que se conoce como yo-ideal de la omnipotencia narcisista infantil. Ya adulto, este yo-ideal intentará actualizar ese momento maravilloso de simbiosis y completud imaginaria; este es un narcisismo de muerte. Evolutivamente, luego del autoerotismo continúa un momento de reconocimiento imaginario en el otro para luego poder establecer relaciones de objeto, es decir reconocer al otro como un otro diferente. Es aquí donde aparece otra instancia psíquica que es el ideal del yo. Este implica la búsqueda de un ideal como objetivo a alcanzar. Este sería un narcisismo secundario, un narcisismo de vida.
En el yo-ideal omnipotente no hay distancia entre el yo y el ideal. En el ideal del yo hay una distancia entre el yo y el ideal que se debe alcanzar. Este es un objeto que como ideal se quiere conseguir. En el primero es un objeto idealizado que se debe tener ya, cueste lo que cueste, y sino lo tiene, se siente frustrado. En realidad, como nunca lo puede conseguir, vive frustrado. Un ejemplo de una actividad narcisista de este tipo y, hasta que punto puede dejar de lado al otro, se ve en la película Casanova de Federico Fellini. En una escena Casanova es obligado por los presentes de una fiesta a competir con un criado para determinar quién es capaz de tener más relaciones sexuales. Toda la gimnasia sexual de Casanova la realiza sin ningún goce. Este es un acto mecánico. Cuando finaliza, su triunfo es patético al observar el contraste entre su júbilo narcisista y el dolor de su compañera que se reconoce como medio para probar la superioridad de Casanova; es decir, como un objeto de la actividad narcisista de éste.
En este sentido, mientras en el yo-ideal el otro en su totalidad debe ser a su gusto y semejanza, en el ideal del yo una parte del otro es lo que le gusta. Esta lucha entre el yo-ideal que tiende a las idealizaciones y el ideal del yo que busca ideales compartidos, para aceptar que otros ideales no se pueden compartir, es lo que se juega en la relación de pareja.
La pareja: una relación entre dos personas
Sucintamente podemos decir que toda pareja, más o menos, atraviesa por las siguientes etapas: 1°) encuentro; 2°) elección; 3°) idealización; 4°) simbiosis (estas dos etapas corresponden al momento del enamoramiento); 5°) desidealización y 6°) ruptura de la simbiosis. Esta última es cuando aparece el conflicto que lleva a un permanente reacomodamiento dinámico donde se encuentran las características de los integrantes de la pareja que se sostienen en el amor que nunca esta exento del odio: lo contrario del amor no es el odio, sino la indiferencia.
En esta perspectiva casi siempre se olvida que una pareja esta compuesta por dos personas. Es este olvido el que lleva a la idealización en la que se espera que la pareja proporcione todo: placer, confort, amistad, diversión, aventura, sexo, ternura, bienestar, etc. Por lo que cuando no brinda todo lo deseado aparece la desilusión que se manifiesta en desencuentros, ataques y rechazos. En este sentido hay una mistificación peligrosa que exalta las virtudes de la vida en común como si fuera la panacea universal y social. Esto es compartido, incluso, por muchos terapeutas de pareja los cuales realizan, la más de las veces, extensos tratamientos innecesarios al ubicarse en depositarios del yo-ideal.
Desde lo que venimos afirmando podemos decir que la pareja es el encuentro con un otro no solo diferente de mí sino, fundamentalmente, de lo que quiero del otro. Pero es precisamente en esa diferencia donde va a aparecer la pasión que, como tal, está compuesta por amores y odios, dichas y desdichas, encuentros y desencuentros, peleas y reconciliaciones. Cuando sólo uno de estos términos predomina, es el aburrimiento de la pareja-pareja, ya sea en la ilusión de la felicidad supuestamente conseguida o en las peleas constantes para que el otro sea a su imagen y semejanza. En la despareja-pareja los conflictos que aparecen pueden ser desatados por la pasión. Pasión por la vida en lucha contra el tedio, el aburrimiento y la desesperanza.
Aceptar una despareja-pareja implica luchar no sólo con nuestros propios padres idealizados, sino también con la proyección que de ellos hacen el conjunto social. Aceptar la despareja-pareja es buscar el placer íntimo, propio y particular de cada relación que va en contra de las normas sociales cuyo concepto de felicidad depende de un universal característico impuesto por el poder en cada época histórica.
Es decir, aceptar la despareja-pareja implica -como plantea Spinoza- asociar el amor con la alegría y la potencia de vida.
En este sentido, también nuestra propuesta de reivindicar la despareja como una relación necesaria de la pareja es debido a los grados de libertad que han logrado los hombres y, especialmente, las mujeres. Los condicionamientos sociales sobre la familia, el embarazo, la maternidad, la crianza de los hijos, etc., están desapareciendo gracias a una cultura de mayor respeto por el individuo y los desarrollos científicos y técnicos. Si estos últimos traen problemas éticos, no cabe duda que también plantean, en este período de transición, nuevas formas de relación y tolerancia entre los seres humanos donde el amor y el romanticismo también deben ser posibles. Es evidente que los tenemos que volver a crear sobre nuevas bases.
1. Esta perspectiva se desarrolla en la Parte V.
Parte II
La perversión es el negativo del erotismo
Hasta esa noche usted no había entendido cómo se podía ignorar lo que ven los ojos, lo que tocan las manos, lo que toca el cuerpo. Descubre esa ignorancia.
Usted dice: No veo nada.
Ella responde. Duerme.
Usted la despierta. Le pregunta si es una prostituta. Con una señal de que no.
Le pregunto por qué ha aceptado el contrato de las noches pagas.
Ella responde con una voz aún adormecida, casi inaudible: Porque en cuanto me habló vi que le invadía el mal de la muerte. Durante los primeros días no supe nombrar ese mal. Luego, más tarde pude hacerlo.
Le pide que repita otra vez esas palabras: el mal de la muerte. Le pregunta cómo lo sabe. Dice que se sabe sin saber cómo se sabe.
Usted le pregunta: ¿En qué el mal de la muerte es mortal?
Ella responde: En que el que lo padece no sabe que es portador de ella, de la muerte. También en que estaría muerto sin vida previa al que morir, sin conocimiento alguno de morir a vida alguna.
Duras, Marguerite, El hombre sentado en el pasillo y el mal de la muerte
Capitulo 7
La sexualidad evanescente
La humanidad aparece cuando el sexo se transforma en sexualidad regulado mediante el tabú del incesto y la subjetividad se constituye en el pasaje del instinto a la pulsión y de ésta al deseo.