Enrique Carpintero

El erotismo y su sombra


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por fuera de la norma, aún más, la subjetividad se constituye en la norma hegemónica. Es así como la enfermedad no es someterse a la norma ya que no hay subjetividad por fuera de la norma. La enfermedad es quedar atrapados en la norma sin dar cuenta de la creatividad -en el sentido de pulsión de vida- que permite expresar la anormalidad que nos constituye como sujetos. Los criterios de normalidad tienen su origen en la relación de dependencia del niño con sus padres. Esta dependencia continúa con las relaciones afectivas y sociales. De esta manera se establecen modelos en los que se distinguen valores morales acordes con la cultura dominante. Por ello se afirma una división entre lo “correcto” y lo más primario del sujeto desde el cual encontramos un deseo hacia lo que corresponde, lo que está establecido y un deseo que sigue los caminos de la anormalidad. Esta lucha entre el deseo de norma y el deseo “salvaje” comienza en la niñez y continúa a lo largo de la vida donde el superyó como instancia psíquica lo llevará a la insistencia de aceptar las normas enfrentándolo con sus deseos más primarios. De allí que la corposubjetividad se construye en un doble movimiento de regulación entre estos dos deseos y de creación con respecto a uno mismo y al mundo exterior. Su resultado es un sujeto normal sostenido en la normalización que lo enferma o un sujeto que aceptando las normas que lo constituyen, las enfrenta creativamente desde su deseo primario que da cuenta de la anormalidad que hace a la singularidad de su imperfección en tanto sujeto finito. Es decir, un sujeto que interiorizando las normas, las afirma como normas de vida al mismo tiempo que las rechaza en un proceso de resistencia para afirmar su potencia de ser. Dicho de otra manera, un sujeto que sostiene el equilibrio inestable propio de la vida sin caer en un equilibrio estable de la normalización o el desequilibrio inestable de la patología. Por ello el sujeto normal no es solo producto de la norma, sino del uso que hace sobre sí mismo a costa de escindir la anormalidad que lo constituye. En este sentido afirma Guillaume Le Blanc: “El sufrimiento psíquico es el efecto de una actividad de incorporación de la norma por el propio hecho de que al volverse contra sí para llegar a ser hombre normal, el sujeto se expone a todo lo que en el sí escapa a las normas, a los deseos de oponerse a la norma, que son una parte esencial de la propia vida. El hombre normal resulta así doblemente escindido. No solo el deseo de la normalidad lo expone a un remanente que los obsede, a un deseo de anormalidad, sino que la repetición de normas de normalidad también implica una dependencia del sujeto con respecto a esas normas, lo que no deja ningún lugar al deseo de aire fresco y a partir de entonces hace jugar al hombre normal contra sí mismo: solo entonces hay hombre normal sobre el trasfondo de una violencia ejercida por el <Yo> fabricado en el apasionado apego a las normas contra el <Yo> sustraído a ese apego…En ese plano existe, pues una verdadera enfermedad del hombre normal, mental y social. El hombre normal es el hombre que se vuelve contra sí mismo para ser el sujeto de las normas que lo producen.”3

      El narcisismo es el que ata al sujeto a la norma en la normalidad ideal de la cultura hegemónica. Para ello, el yo encuentra el camino de la escisión en la cual se atrinchera para que el hombre normal siga reinando en su narcisismo. Sin embargo, algo puede fallar.

      Ricardo consulta por una angustia y ansiedad permanente que no puede controlar. Duerme mal y últimamente se manifiesta intolerante. Un médico clínico le recetó ansiolíticos que lograron disminuir la intensidad de sus síntomas. No puede explicar lo que le está ocurriendo, ya que tiene una buena vida. Luego de varios años trabajando en una empresa importante logró llegar a un puesto de gerente. Gana mucho dinero, al igual que su esposa que es una reconocida profesional. Es cierto, tiene que trabajar muchas horas y tomar decisiones en circunstancias de una gran presión. Pero se siente satisfecho del nivel de vida que ha logrado: compró un piso en el barrio de Palermo, comparte los fines de semana actividades en un club con amigos de su mismo nivel social, sus hijos van a muy buenos colegios privados, durante el año viaja con su familia y se hospeda en hoteles 5 estrellas y suele ir de vacaciones a playas del exterior. Aún más, la relación con su esposa y sus hijos es considerada por aquellos que los conocen como la familia ideal. No tardó muchas sesiones para empezar a darse cuenta de la frustración de su vida íntima. Hace años que su vida sexual es insatisfactoria. Intentó solucionarla teniendo una amante, hasta que se dio cuenta que esa relación le producía más angustia. Las ocupaciones de su trabajo lo llevaron a tener una distancia con sus hijos y se culpa por no participar más de su crianza. Logró un éxito social que muchos le envidian y lo gratificó en su narcisismo, pero en su intimidad reconoce una profunda insatisfacción. Son muchos los Ricardos que produce la actualidad de nuestra cultura a costa de una escisión que compra la ilusión de la felicidad privada. Sin embargo, la angustia enciende una alarma para señalar que no quiere seguir pagando con su frustración el costo de una satisfacción narcisista que limita su vida emocional. La escisión del Yo es un fenómeno propio del aparato psíquico. Allí encontramos la coexistencia dentro del Yo de dos actitudes psíquicas respecto de la realidad exterior: una de ellas tiene en cuenta la realidad exterior, la otra niega la realidad presente y la sustituye por una producción de deseo. Estas dos actitudes coexisten sin influirse recíprocamente. Lo que encontramos es un renegación de la realidad. Esto es lo que predomina en las psicosis y las perversiones. En esta última -como vamos a desarrollar en los próximos capítulos- el sujeto queda atrapado por la fuerza silenciosa de la muerte-como-pulsión tratando al otro y a sí mismo como un objeto. El otro desaparece en su subjetividad y es cosificado al servicio de sus pulsiones destructivas. El pedófilo, el violador son los ejemplos paradigmáticos del síntoma-cosa de la perversión. No es el juego sexual lo que le interesa, sino que en su encierro narcisista cosifica al otro y el erotismo deja lugar a lo más siniestro de la violencia destructiva y autodestructiva. De allí que estos sujetos en su escisión, sostienen su vida en un como si aceptaran las normas de la cultura.

      Ahora bien, también podemos extender esta escisión del Yo al sujeto normal. Desde ella genera una muralla con su propio narcisismo que niega la realidad donde debe con-vivir con el otro diferente. Pero en el interior de este muro aparece la angustia que trata de evitar encontrando un objeto que genera miedo. Aquí el sujeto se afirma en su normalidad en el miedo al otro. Estos adquieren identidades negativas de las cuales hay que alejarse, hay que poner distancia a través de muros invisibles. Allí vamos a encontrar el miedo hacia el otro donde se lo descalifica por “negro”, homosexual, boliviano, peruano o paraguayo.

      De esta forma el sujeto normal, al normalizar su corposubjetividad puede caer en patologías individuales y sociales que tienen su origen en la fragilidad que lo llevan a la impotencia de ser. Pero también un sujeto cuya subjetividad no se puede construir en la norma va a padecer un proceso de desestructuración psíquica que lo conduce a síntomas patológicos.

      Hace varios años que atiendo a Roberto en su casa. Sus síntomas paranoicos le impiden salir. Solo lo hace esporádicamente a la madrugada o con alguien que lo acompañe. La casa se ha transformado en un muro infranqueable para sus perseguidores imaginarios. Aunque puede reconocer que sus fantasmas provienen de su pensamiento cada noticia que lee en el diario o mira por televisión le refuerza que el afuera es peligroso. Lo que manifiesta es que en su casa está tranquilo ya que no tiene emociones. No siente nada. Un día me sorprende con una pregunta: “¿Qué es la llama inicial?”. Mi primer pensamiento fue que me estaba preguntando por el mito de Prometeo. Ante mi silencio, continua: “La llama inicial, esa que hace que funcionen los afectos y las emociones. Esa que nos convierte en hombres. A mi se me apago hace mucho tiempo”.

      Con una gran lucidez Roberto describe la locura de su enfermedad. Remite a su historia personal, pero también al mito de Prometeo que construyó a los hombres en la emoción y la solidaridad robándoles el fuego a los dioses. El sujeto normalizado encerrado en el muro de su narcisismo esta muy lejos de Prometeo, en su muro interior su llama inicial la usa para someterse a la locura de una norma que lo enferma.