salto conceptual enorme ya que si la enfermedad como la consideraban los pueblos antiguos era causada por los dioses y significaba una impureza del alma, el sujeto no tenía acceso a ella ya que era cosa de los dioses, es decir, no podía ser curado por otros, sólo por el perdón de un dios. Pero si la impureza estaba en lo físico; es decir, era cosa de los seres humanos, aquellos que conocieran las leyes de la naturaleza podían curar a los otros.
Los griegos, de acuerdo con la idea pitagórica, pensaban que la naturaleza se guiaba por leyes, que tenían un orden, una armonía. Así, si conocían las leyes propias de la naturaleza del organismo, la fisiología, cuando un sujeto enfermaba otro podía ayudarlo, acompañar a la naturaleza en el proceso de restitución de la armonía (la salud); cuidar al otro, es decir, hacer medicina. La palabra “medicina” viene del griego “medein” que significa “cuidar a”. Esto permitió entender que la enfermedad y la salud no eran producto de los dioses, sino de los seres humanos.
La evolución del concepto de enfermedad mental
La búsqueda de explicación de las enfermedades mentales tuvo el siguiente desarrollo. En los pueblos antiguos aparece como castigo divino; esta es la concepción mágico religiosa. En la Edad Media como posesión diabólica; esta es la época de la Inquisición donde al “falta”, “pecado”. curar a los otros. monstruo humano se lo quemaba en la hoguera o se lo exhibía en las ferias. Los anormales son aquellos que no sólo no entran en las leyes de la sociedad, sino de la naturaleza. El campo de aparición del monstruo es un dominio jurídico y biológico. Lo que hace a un monstruo humano no es sólo la excepción que representa a la forma de la especie (débiles, hermafroditas), sino al problema que plantea en relación a las regularidades jurídicas (matrimonio, bautismo, leyes de sucesión).
Acorde con los nuevos tiempos que inaugura el llamado Siglo de las Luces, la medicina realiza la tarea de prescribir y establecer lo normal y lo patológico en nombre de un saber erigido como una nueva religión. El positivismo trata de entender el padecimiento subjetivo como una enfermedad médica. Sus manifestaciones se explican como una alteración de la estructura cerebral. También como transmisión hereditaria en familias “degeneradas”. Los monstruos comienzan a pensarse como individuos a corregir. El psiquiatra aparece como guardián de los anormales considerados como peligrosos que, a través de diferentes técnicas disciplinarias, protege a la sociedad. Es Foucault quien enfoca el problema de esos individuos “peligrosos” a quienes, en el siglo XIX, se denomina “anormales”. Sus tres figuras principales son: los monstruos, que hacen referencia a las leyes de la naturaleza y las normas de la sociedad; los incorregibles, de quienes se encargan los nuevos dispositivos de disciplinamiento del cuerpo, y los onanistas, quienes desde el siglo XVIII, permiten organizar una campaña orientada al disciplinamiento de la familia moderna.2
Debemos esperar la aparición del psicoanálisis para que al padecimiento subjetivo se lo pueda entender como resultado de conflictos psíquicos donde la frontera entre lo normal y lo patológico desaparece: “Hay una multitud de procesos similares entre aquellos de que nos ha dado noticia la exploración analítica de la vida anímica. De estos, a una parte se los llama patológicos y a otra parte se los incluye en la diversidad de lo normal. Pero ello poco importa, pues las fronteras entre ambos no son netas, los mecanismos son en vasta medida los mismos; y es mucho más importante que las alteraciones en cuestión se consumen en el yo mismo o se le contrapongan como algo ajeno, en cuyo caso son llamados síntomas”3. De esta manera la enfermedad como proceso real y operante, no se agota en la ausencia de salud ya que es entendida como un tras-torno del proceso sano en tanto lo pone del revés siguiendo sus propias articulaciones. En este sentido la normalidad y la anormalidad estarán determinadas por la historia del sujeto y las características que le da a sus conflictos pulsionales en el interior de una determinada cultura.
Si realizamos una secuencia en la búsqueda de explicación de las enfermedades mentales en diferentes épocas nos encontramos con la siguiente secuencia:
1) Como castigo divino (concepción mágico-religiosa)
2) Como posesión diabólica (Edad Media, época de la inquisición)
3) Como enfermedad médica (positivismo)
4) Como alteración de la estructura cerebral (Griensinger, Wernicke, Kleist, etc.)
5) Como transmisión hereditaria en familias “degeneradas” (Morel- Magnan)
6) Como resultado de conflictos psíquicos (psicoanálisis)
7) Como trastorno de la comunicación familiar (Bateson, Psicología sistémica)
8) Como refugio ante la presión social (Laing y Cooper)
9) Como trastorno en el procesamiento de la información (Psicología cognitiva)
10) Como alteración de la bioquímica cerebral (Psiquiatría biológica)
11) Como alteración de las estructuras neuronales (neurología)
12) Como manifestación de una alteración genética (medicina genética)
Llegado a este punto nada mejor que recordar la película Hombre mirando al sudeste. Rantés, el personaje principal, se cree venido de otro planeta y se interna en el manicomio. Una vez en el hospital toma la decisión de decir la verdad y denunciar la forma como son tratados los enfermos en el centro psiquiátrico.
Rantés enfrenta la “normalidad” del sistema, representada por el hospital, y la supuesta normalidad del psiquiatra que lo atiende. La historia sucede sin saber verdaderamente de dónde viene Rantés. Lo que es evidente es que la supuesta locura del personaje es más lúcida que la normalidad en que se desenvuelve el sistema hospitalario. El final es previsible: el personaje con diagnóstico de delirio de humanidad no resiste al “tratamiento”, y muere dejando la sensación de incertidumbre y de absurdo respecto de lo que nosotros creemos y justificamos como normal. Tomando el ejemplo de Rantés veamos qué ocurre en la actualidad.
La subjetividad sometida a los valores de la cultura dominante
Podemos decir que vivimos en una cultura de la representación donde es más importante lo que representamos para los demás que lo que somos. De esta manera el principio de realidad queda sustituido por la representación de esa realidad que transforma lo real en puro imaginario.
En este sentido, si el parecer, más que el ser, es lo que habilita ocupar un lugar en la relación con el otro, la orientación más razonable de la vida cotidiana es la comercialización de la propia personalidad. Por ello en la sociedad actual no se han roto las relaciones sociales; por el contrario, las redes sociales se han organizado de tal manera que lo importante es tener algún beneficio determinado por lo que las leyes del mercado establecen. Esto si uno no ha entrado en la categoría de pobre, desocupado o marginado, en cuyo caso se transforman en los nuevos monstruos de la actualidad de nuestra cultura.
De esta manera, el individualismo predominante no es la defensa del individuo ya que lo transforma en un objeto de consumo. Si la clásica crítica a la sociedad de consumo permitió revelar la condición fetiche de las mercancías,4 en la sociedad actual es el ser humano al que se lo ha llevado a la condición de fetiche: uno vale por lo que representa y no por lo que es. Representar un papel acorde con la cultura dominante es el único requisito de existencia, ya no solamente en el espacio público, sino también en la vida privada e íntima. De esta manera nos domina desde nuestro interior normalizando nuestros deseos y necesidades para reproducir las condiciones de dominación. Por ello, el disciplinamiento se ha interiorizado en la búsqueda de una normalidad cuyo efecto es la emergencia de la pulsión de muerte: la violencia destructiva y autodestructiva, la sensación de vacío, la nada.
En esta perspectiva la hegemonía de lo que denominamos el neopositivismo psiquiátrico es consecuente con esta cultura de la representación donde el sujeto debe responder a la eficiencia que exigen las leyes del mercado. Hoy la psiquiatría vuelve a afirmar, como en sus