de las prestaciones.12 Pero si la medicalización de la psiquiatría se ha expandido es porque los pacientes, acorde con los tiempos que corren, reclaman que sus síntomas psíquicos tengan una causalidad orgánica, ya que al depositar la ilusión en una pastilla supuestamente evitan el largo camino de la resolución del conflicto. De esta manera, la salud y la enfermedad son construidas por una psiquiatría biológica para redefinir un proceso de medicalización que sirve a los intereses de las industrias psicofarmacológicas acorde con la normalización que necesita el poder.
Nuevamente la Ética de Spinoza
Veamos algunas cuestiones que desarrollamos en otro texto.13
La ética es una experiencia originaria de sentido para el ser humano. No es la prescripción normativa de ciertos códigos de conducta; la ética corresponde a la posibilidad de llegar a ser más humano. Todo sujeto que nace se va haciendo humano. De esta manera la reflexión ética corresponde a la pregunta por el sentido de lo humano.
Para Spinoza el único mandamiento que podemos encontrar en su obra se puede resumir en una frase: la alegría de lo necesario. La modalidad de todo lo que existe es la necesidad y la libertad que en el ser humano no está ligada a su voluntad, sino a la capacidad racional de formarse ideas adecuadas sobre lo necesario y organizar su “conatus”- es decir, su deseo- según ellas.14 De esta manera, no puede haber otra reflexión ética que no sea a partir de la acción humana. La ética implica que el sujeto se haga responsable de sus actos. Este el pensamiento de Spinoza. No hay otra ética más que frente a los otros. Los otros diferentes que en su diferencia me constituyen como humano. La ética es social, es frente a los otros y en los otros. Por ello para mantener una relación ética con los otros es necesario que hablen, y poner en palabras lo que le pedimos. Pero esta palabra debe ser una palabra pulsional, una palabra puesta en acto, no una palabra vacía, hueca y sin consistencia. Debe ser una palabra encarnada en un cuerpo que la lleva a la acción. Una acción donde la ética determina nuestra responsabilidad.
En este sentido no formula una ética del “deber ser”, sino una ética materialista del “poder ser”. Obrar éticamente consiste en desarrollar el poder del sujeto y no en seguir un deber dictado desde el exterior. El ser de Spinoza es poder y potencia, no deber. Éste se realiza a través del conocimiento de las propias pasiones para realizar una utilización de éstas que la conviertan de pasiones tristes (el odio, el egoísmo, la violencia, etc.) en pasiones alegres (el amor, la solidaridad, etc.). De esta manera el objetivo de la liberación ética es pasar de las pasiones tristes a las pasiones alegres.
En Spinoza, el derecho de cada cual no debía ser otra cosa que la potencia que tiene para existir y actuar. Es decir, desarrollar su potencia de ser. Por ello decía esta frase contundente en relación al tema que venimos trabajando: “los hombres no tienen la obligación de vivir según las leyes de un espíritu sano más que un gato de vivir según las leyes del león.” Pero agregaba, en la medida en que “el hombre cree que nada es más útil que el hombre mismo” se unirá a otros y creará espacios comunes de seguridad y de mayor potencia. Dentro de esos espacios los seres humanos llamarán “bueno” a todo lo que contribuya a mantener esa potencia y “malo” a lo que la dificulta. Es decir, lo malo y lo bueno no es algo externo que deviene de un deber ser, sino que está referido al desarrollo de su potencia de ser.
Sin embargo, la cultura actual se inscribe en la subjetividad generando el individualismo y la competencia como modo de relación en la vida cotidiana y el trabajo. Su resultado es la normalización en el encierro narcisista donde encontramos la indiferencia y la ausencia emocional con el otro.
La clínica psicoanalítica como potencia de ser
Si el concepto de normalidad responde a un ideal de la cultura dominante que es imposible de ser alcanzado, lo cual lleva a la doble moral propia de cada etapa histórica; la normalización conlleva deberes y prohibiciones dictadas desde el poder que permite reproducir sus condiciones de dominación. Es decir, la cultura reduce la moral a lo normal. Esto normal comienza siendo lo sociológicamente mayoritario o lo estadísticamente corriente y acaba siendo lo moralmente debido.
Por el contrario, desde esta perspectiva, el psicoanálisis permite inaugurar una práctica clínica sostenida en la potencia de ser. En la intimidad de cada sujeto lo “bueno” y lo “malo” como mandato del Superyó es reemplazado por la búsqueda de lo que le hace mal o bien en tanto limita o potencia su ser. De esta forma la salud no es igual a “normalidad”. Salud es la capacidad de poder encontrarnos con nuestros deseos y necesidades sabiendo que la posibilidad de la satisfacción adecuada sólo se puede lograr parcialmente. No sólo por la realidad externa, sino por nuestra realidad en tanto somos seres imperfectos. Esta imperfección es la que nos define sujetos de una subjetividad como metáfora de un cuerpo construido por el aparato orgánico, psíquico y cultural. Es decir, de una subjetividad históricosocial.
De este modo Freud planteaba que la salud se encontraba en “el amor y el trabajo”. Desde una perspectiva normalizadora se quiso entender que la salud se lograba al construir una pareja heterosexual y estable y en ganar plata. Pero si leemos esta frase en el interior de su obra vemos que con “el amor” se refiere a la importancia de la potencia de las pulsiones de vida en su lucha contra la fuerza de las pulsiones de muerte.
En cuanto a “el trabajo” destacaba su importancia en tanto “brinda una satisfacción particular cuando ha sido elegido libremente, o sea, cuando permite volver utilizables mediante sublimación inclinaciones existentes, mociones pulsionales proseguidas o reforzadas constitucionalmente.”
Pero señalaba su limitación en las condiciones del capitalismo de principios de siglo ya que “el trabajo es poco apreciado, como vía hacia la felicidad. Uno no se esfuerza hacia él como hacia otras posibilidades de satisfacción. La gran mayoría de los seres humanos sólo trabajan forzados a ello, y de esta natural aversión de los hombres al trabajo derivan los más difíciles problemas sociales.”15 Por ello definía con claridad la cura que ofrecía el tratamiento psicoanalítico: “Cambiar la miseria neurótica por el infortunio cotidiano.”
Lo anormal nos hace humanos
Si al inicio planteábamos varias preguntas sobre “Lo normal y lo patológico” luego de este recorrido debemos insistir en que el concepto de “salud”, si bien es gramaticalmente un sustantivo, en realidad es un verbo, es decir es una acción. La salud esta relacionada con el ser del sujeto: un ser que se constituye en acto, haciendo. La etimología de la palabra “salud” viene del latín “sanitas” que hace referencia a la salud del cuerpo y del espíritu. En hebreo “enfermedad” quiere decir falta de proyecto. Por ello la salud, como la vida, está éticamente constituida. Es decir, sobre ella no recae solamente una norma o un deber, sino una afirmación o una negación del sentido humano. Es sobre esta afirmación como potencia de ser que nos habla la ética de Spinoza. Es sobre esta afirmación de un sujeto imperfecto que se sostiene la clínica psicoanalítica. Un sujeto cuya salud implica soportar la anormalidad que lo constituye. Caso contrario, desarrollará síntomas patológicos. Desde aquí podemos discernir lo normal y lo patológico. Desde aquí podemos distinguir la normalidad de la normalización que nos plantea la cultura dominante.
1. Frase citada por Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica, Fondo de Cultura Económica, México, 1976.
2. Foucault, Michel, Los anormales, editorial Akal, Buenos Aires, 2001
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3. Freud, Sigmund, Moisés y la religión monoteísta (1939), Amorrurtu editores, Buenos Aires, 1979.