Enrique Carpintero

El erotismo y su sombra


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sobre la plasticidad neuronal para encontrar resonancias entre dos disciplinas epistemológicas diferentes como son la neurología y el psicoanálisis. En este sentido es importante aclarar lo que sostienen Ansermet, Francois y Magistretti, Pierre: “He aquí planteado los dos términos de un debate que involucra, por un lado, la realidad neurobiológica y, por otro, las producciones de la vida psíquica…establecer entre ellos algún puente puede parecer una tentativa si no imposible, al menos arriesgada, fuente de confusiones y extravíos que tan solo llevarían a ambos enfoques a la perdida de sus lógicas específicas. El estudio del cerebro y el de los hechos psíquicos conducen a preguntas radicalmente diferentes, que implican campos de exploración y métodos sin parentesco alguno. Si se consideran, en particular, las neurociencias, por un lado, y el psicoanálisis, por otro, es posible constatar hasta que punto son dos campos inconmensurables que, incluso podrían llegar a perder sus propios fundamentos al confundirse en un sincretismo impreciso. Un descubrimiento realizado en un campo puede no serlo en el otro. Se está aún muy lejos de conocer los vínculos de enlace y causalidad entre los procesos orgánicos y la vida psíquica, pero esto no impide que ambos forman parte del mismo fenómeno.” A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente, Katz editores, Madrid, 2007.

      Capitulo 3

      Normalidad y normalización.

      La salud es soporte de la anormalidad

      que nos hace humanos

      Los hombres están tan necesariamente locos que sería una locura,

      mediante otro giro de locura, no estar locos.

      Las características de la actualidad de la cultura nos llevan a diferenciar “normalidad” de “normalización”. Lo cual plantea la necesidad de hacernos varias preguntas: ¿Cómo definimos estos términos? ¿Qué relaciones guardan entre sí? ¿Es posible deslindar la normalidad con lo que la cultura dominante establece como normalización de la sociedad? ¿La idea de normalidad no está referida a criterios ideales propios de los sectores dominantes de cada época histórica? ¿Normalidad es sinónimo de salud? Ahora bien, si seguimos esta perspectiva ¿no corremos el riesgo de culturalizar las manifestaciones patológicas dejando de lado criterios objetivos que puedan deslindar lo normal y lo patológico? Por el contrario, si dejamos de lado los factores culturales y sociales en la definición de normal y patológico ¿no nos encontramos con definiciones ideales llenas de buenas intenciones?

      Podemos seguir con las preguntas lo cual nos lleva a la complejidad del problema que trataremos de desarrollar

      Veamos que estos conceptos no han sido un problema en las diferentes épocas históricas. En general se entiende que las patologías se manifiestan a través de conductas alteradas o desviaciones de las funciones que se consideran normales.

      De esta manera la normalidad se presenta como un modelo que se lo homologa a “naturalidad”. Aquello que se considera normal en las conductas humanas está basado en un tipo de funcionamiento específico para una época dada de la cultura donde es “natural” que las personas piensen de una manera y se conduzcan de otra. Es decir, lo normal se define en función del ideal que impone la cultura dominante al conjunto de la sociedad. Por ello la normalidad y la patología se constituyen como efecto de una complejidad de factores cuyo estatuto se ajusta a condiciones históricas, políticas, económicas, sociales y culturales. Los comportamientos considerados patológicos se definen como una contracara de las respuestas esperadas a las condiciones que se establecen como normales y éstas son funcionales al sistema de relaciones de producción.

      Hace 45 siglos el pueblo Asirio Babilónico creía que la enfermedad era una impureza espiritual provocada por los dioses como réplica a una transgresión moral. La “culpa” se buscaba en la historia personal del enfermo.

      Recordemos que la palabra “culpa” proviene del latín y significa “pecado”.

      Debemos esperar varios siglos para que los griegos entendieran que la impureza