la huella es dinámica y sujeta a modificaciones ya que los mecanismos de su inscripción confieren a la red neuronal gran plasticidad. De este modo sobre la base de la experiencia se constituye una realidad interna que puede ser consciente o inconsciente. Las huellas “se inscriben, se asocian, desaparecen, se modifican a lo largo de la vida por medio de la plasticidad neuronal. Estas huellas inscriptas en la red sináptica determinarán también la relación del sujeto con el mundo exterior.”9
El concepto de plasticidad neuronal cuestiona la antigua oposición entre una etiología orgánica y una etiología psíquica del padecimiento subjetivo. Lo mismo ocurre con respecto al concepto de epigénesis. Este plantea que el nivel de expresión de un gen dado puede estar determinado por la singularidad de la experiencia. Es que “en el funcionamiento de los genes existen mecanismos que intervienen en la realización del programa genético y cuya función es reservar un lugar para la experiencia; al fin de cuentas, es como si el individuo se revelara genéticamente determinado para no estar determinado.”11 Esto lleva a una integración compleja entre una determinación genética; una determinación ambiental y psíquica. El genotipo de un lado, y la experiencia del otro constituyen dos dimensiones heterogéneas de la plasticidad.12 (Ver gráfico 4).
Desde lo que venimos planteando podemos decir que los procesos de subjetivación devienen de los múltiples anudamientos de los tres espacios que, en el caso de la producción de un síntoma, requiere delimitar la complejidad del entramado que lo causa. Por ello entendemos que la práctica del psicoanálisis no se realiza exclusivamente sobre la realidad del mundo interno (intrasubjetivo), tampoco sobre los comportamientos del mundo externo (inter y transubjetivo). Se realiza en el lugar de encuentro en que la realidad externa constituye al sujeto y éste con sus determinaciones inconscientes a dicha realidad. Este lugar lo denominamos un “entre”. En este “entre” la subjetividad no es ni pura interioridad, ni pura exterioridad.
Es decir, no es como la entiende un subjetivismo cognitivo que promete curar un síntoma en diez sesiones. Pero tampoco es la de una psiquiatría biológica que interpreta la subjetividad desde la exterioridad del aparato orgánico donde el padecimiento psíquico se reduce a neurotransmisores.
De esta manera entendemos que toda producción de subjetividad es corporal en el interior de una determinada organización histórico- social. Es decir, toda subjetividad da cuenta de la singularidad de un sujeto en el interior de un sistema de relaciones de producción. Pero lo social como marca en nuestros cuerpos no lo debemos entender como una imposición, sino como el resultado de un conflicto que comienza desde la niñez. Este conflicto tiene los avatares de la castración edípica, que desempeña un papel fundamental en la estructuración de la personalidad y en la orientación del deseo humano.13
Por ello todo síntoma debe ser entendido desde la singularidad de aquel que lo padece. Pero también en todo síntoma vamos a encontrar una manifestación de la cultura. Si el paradigma de la sociedad victoriana era la sintomatología histérica, en la actualidad el paradigma es el paciente límite. Este es producto de lo que denominamos un exceso de realidad basado en la fragmentación de las relaciones sociales.14 El cual lleva a un vaciamiento subjetivo cuyas consecuencias son la sensación de fracaso, la despersonalización, la locura y la muerte. Por ello en todo tratamiento es necesario dejar hablar al cuerpo en sus fantasías, en sus sueños, en sus actos fallidos, en sus gestos, en sus movimientos, en definitiva en sus manifestaciones lingüísticas y translingüisticas. Allí podemos escuchar la corposubjetividad donde forma y sentido están relacionados con la afectividad, que también forma parte de su estructura.
1. Para un desarrollo de las diferentes conceptualizaciones acerca del concepto de subjetividad ver Guinsberg, Enrique, “Subjetividad”, revista Topía Nº 40, abril de 2004 en www.topia.com.ar
2. Freud, Sigmund, Conferencias de introducción al psicoanálisis (1916-17), tomo XV, Amorrortu ediciones, Buenos Aires, 1978.
3. Ver Parte II, capítulo 8.
4. “Spinoza cambió la perspectiva que heredó de Descartes cuando dijo, en la parte I de la Ética, que el pensamiento y la extensión, aunque distinguibles, son, sin embargo, atributos de la misma sustancia, ya sea Dios o la Naturaleza. La referencia a una única sustancia sirve a la finalidad de afirmar que la mente es inseparable del cuerpo, habiendo sido creados ambos, de alguna manera, del mismo material. La referencia a los dos atributos, mente y cuerpo, reconocía la distinción de dos tipos de fenómenos, una formulación que preservaba un dualismo de <aspecto> completamente sensible, pero rechazaba el dualismo de sustancia. Al poner en el mismo rasero pensamiento y extensión, y al unir ambos en una única sustancia, Spinoza deseaba superar un problema al que Descartes se enfrentó y no supo resolver: la presencia de dos sustancias y la necesidad de integrarlas. Ante esto, la solución de Spinoza ya no requería que mente y cuerpo se integraran o interactuaran: mente y cuerpo surgían en paralelo de la misma sustancia, imitándose mutuamente y de manera completa en sus diferentes manifestaciones. En sentido estricto, la mente no causaba al cuerpo y el cuerpo no causaba a la mente.” Damasio, Antonio, En busca de Spinoza. Neurobiología de la emoción y los sentimientos, editorial Drakontos, España, 2005.
5. Kristeva, Julia, Las nuevas enfermedades del alma, editorial Cátedra, Madrid, 1995.
6. Esta idea de trabajo la venimos desarrollando en anteriores textos. Ver Carpintero, Enrique, Registros de lo negativo. El cuerpo como lugar del inconsciente, el paciente límite y los nuevos dispositivos psicoanalíticos, editorial Topía, Buenos Aires, 1999 y La alegría de lo necesario. Las pasiones y el poder en Spinoza y Freud, editorial Topía, Buenos Aires, segunda edición, 2007.
7. Freud, Sigmund, Conclusiones, ideas y problemas (1938), Amorrortu ediciones, tomo XXIII, Buenos Aires, 1976. También realiza una mención sobre la espacialidad del aparato psíquico en Esquema del psicoanálisis (1938), Amorrortu ediciones, Tomo XXIII, Buenos Aires, 1976.