La realidad cultural de los sujetos y del ambiente familiar y social que los rodean queda relegada a un segundo plano. La teoría de la psiquiatría biológica afirma que la enfermedad mental es exclusivamente producto de un desequilibrio químico en el cerebro donde el padecimiento psíquico queda reducido a un circuito neuronal.
Pero esta situación debe ser entendida en el interior de una cultura del sometimiento donde la medicalización de la vida cotidiana es una de sus consecuencias.
Como dice Remo Bodei5 el yo de la modernidad hecho de acero y cemento se ha transformado en un yo de plástico biodegradable. En un yo video tape que se cambia según las circunstancias. En “la era de la dominación de las conciencias” el poder disciplina nuestra subjetividad banalizando la experiencia donde el dolor y el conflicto dejan de ser una fuente de energía. Por el contrario, hay que evitarlos. El consumo de bienes, el alcohol, los tranquilizantes, la dependencia de los medios de entretenimiento es lo que ofrece la cultura para que anestesiemos nuestra subjetividad.
En este sentido la actual evolución de las biotecnologías, las neurociencias, las técnicas médicas y farmacológicas que pueden estar al servicio de la emancipación del sujeto se las utiliza para adaptarlo a la cultura del sometimiento. Por ello el medicamento que estaba exclusivamente al servicio del “arte de curar” hoy se lo ofrece como un objeto necesario de consumir para soportar las incertidumbres de un futuro que es vivido como catastrófico.6
Medicar es un acto médico. En cambio, la medicalización alude a los factores políticos, sociales y económicos que intervienen en la producción, distribución y venta de las grandes industrias de tecnología médica y farmacológica. La medicalización es un término que se viene usando desde hace muchos años para demostrar los efectos en la medicina de la mundialización capitalista donde lo único que importa es la ganancia. Es así como las grandes industrias redefinen la salud humana acorde a una subjetividad sometida a los valores de la cultura dominante. Muchos procesos normales como el nacimiento, la adolescencia, la vejez, la sexualidad, el dolor y la muerte se presentan como patológicos a los cuales se les puede aplicar un remedio para su solución. Al dar una resignificación médica a circunstancias de la vida cotidiana el sujeto no solo se convierte en un objeto pasible de enfermedad, sino también culpable por padecerla. La búsqueda de la salud se transforma en una exigencia que en mucha ocasiones genera enfermos imaginarios de enfermedades creadas por los propios laboratorios.7 Éstos, para aumentar su rentabilidad, establecen nuevas indicaciones para sus productos o bien cambian los valores normales de determinados parámetros fisiológicos para construir “factores de riesgo” que pueden ser tratados. Su resultado es una información que varía permanentemente.8 Al leer los suplementos de salud un día nos enteramos que la carne es tóxica, luego que es necesaria; es importante tomar vitaminas o, por el contrario, las vitaminas pueden traer dificultades; las frutas y verduras son valiosas para la alimentación, pero hay que cuidar que no estén contaminadas; el colesterol cada día hay que tenerlo más bajo, lo cual es imposible sostenerlo sin medicación; hay que evitar las grasas, mantener el volumen de la cintura, etc. En definitiva, las compras deben ser realizadas con una guía de riesgos a asumir que nos indica la posible enfermedad y la tranquilidad por el correspondiente medicamento que la puede evitar. De esta manera la necesaria información sobre determinados problemas sanitarios se transforma en generar enfermos que pueden consumir medicamentos o tecnología médica.
Lejos estamos de Sabin y Salk, que no patentaron sus vacunas antipoliomelíticas por considerarlas un beneficio para la humanidad. Hoy la salud es un valor del mercado donde lo importante son las cifras que se facturan. El marketing predomina sobre la epidemiología. Esta red de intereses altera la relación médico-paciente y ha llevado al aumento en forma alarmante de la automedicación. Grandes campañas publicitarias en los medios de comunicación ofrecen las bondades de un medicamento como si fuera cualquier producto para consumir. La ingesta de remedios se la ha naturalizado como una forma de vida. Ansiolíticos, analgésicos, laxantes, antiácidos y multivitamínicos no sólo se venden en las farmacias, sino en quioscos y supermercados. Se estima que el 20 % de los medicamentos se ofrecen por fuera de los circuitos legales de comercialización. Su consecuencia es que nuestro país esta considerado un “subconsumidor” de medicamentos y se encuentra entre los primeros del mundo en el consumo de psicofármacos.
Una investigación de la Universidad Maimónides y el Instituto Argentino de Atención Farmacéutica realizado a 3000 pacientes y 400 farmacéuticos muestran que el uso de medicamentos sin control médico adecuado conduce a que 100.000 personas se internen por esta causa en los hospitales públicos y más de 770 terminen muriendo.9 En EE.UU. se ha transformado en la tercera causa de muerte después de las enfermedades cardiovasculares y el cáncer.
Los diferentes factores que se ponen en juego para difundir la medicalización en la sociedad explican las fabulosas ganancias que tienen los grandes laboratorios, las cuales deben ser repartidas entre todos los actores que participan en este proceso. Un informe de la Asociación de Agentes de Propaganda Médica afirma que la diferencia entre lo que pagan por las drogas en el mercado mayorista y el precio que esa droga se vende en las farmacias llega al 55.281 por ciento. Por ejemplo el Diazepam, que el laboratorio suizo Roche comercializa con la marca Valium, el precio por kilo es de $ 235 ($ 0,0002 por miligramo), la presentación que se ofrece es de 10 mg. por 50 unidades, lo que supone 12 centavos por la droga que lleva esa presentación, pero en las farmacias se vende a $ 40,40, es decir el 33.633 por ciento más.10 Este margen extraordinario sobre el que el Estado no interviene, dificulta el acceso de la mayoría de la población a los medicamentos y le permite a la industria seguir haciendo lobby en las diferentes estructuras del Estado, realizar grandes campañas publicitarias y ofrecer promociones y descuentos.11
Este monopolio médico-tecnológico, nacido en Europa y EE.UU., da lugar a modelos neopositivistas donde la única valoración es la biología como determinante del proceso salud-enfermedad. Desde allí no se piensa en enfermos, sino en enfermedades de pacientes que pueden pagar los altos costos de la tecnología médico-farmacológica. Esta situación está llevando a que millones de personas en nuestro país y en el mundo mueran por no poder acceder a tratamientos básicos o mueran de paludismo, chagas, dengue y tuberculosis. Es decir, enfermedades que no dan rédito económico ya que para evitarlas es necesario el trabajo preventivo y mejorar la calidad de vida de la población afectada.
En el campo de la Salud Mental la medicalización se fomenta a partir de la hegemonía que ha adquirido la psiquiatría biológica. Frente al desarrollo de las neurociencias la psiquiatría ha dejado de lado el modelo de la psicogénesis para resolver el conflicto en beneficio de una clasificación de las conductas que reduce el tratamiento a la supresión de los síntomas. La enfermedad es una falla que hay que suprimir y no un problema a entender donde hay que dar cuenta de una etiología. Desde esta perspectiva, el psicoanálisis es cuestionado por aquellos que han retrocedido a un neopositivismo que reduce el pensamiento a un circuito neuronal y el deseo a una secreción química.
Para ello cuentan con el DSM IV (Manual de Diagnóstico y Tratamiento de los Trastornos Mentales de la American Pychiatric Association) que psiquiatrizó la vida cotidiana en tanto toda conducta puede ser definida como un trastorno. Este es un manual basado en el esquema de síntomas-diagnóstico-tratamiento elaborado a partir de las neurociencias y el uso de psicofármacos. A pesar de su utilidad epidemiológica el paciente es etiquetado con un diagnóstico que deja de lado su particularidad y las posibilidades de realizar un trabajo interdisciplinario. Su objetivo no es organizar un tratamiento pertinente, sino clasificar cada trastorno para poder aplicar la droga correspondiente: trastorno de aprendizaje con déficit de atención, Ritalina; depresión, Fluoxetina; ansiedad generalizada, Lorazepam y así sucesivamente.
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