Enrique Carpintero

El erotismo y su sombra


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Fetichismo de la mercancía, editorial Topía, Buenos Aires, 2013.

      Capitulo 4

      La locura del sujeto normal

      Lo que nos hace personas normales es saber que no somos normales.

      Haruki Murakami

      Según una de las versiones del mito, Prometeo descendía de una antigua generación de Dioses que habían sido destronados por Zeus. Era hijo de Titán y de Asia, él sabia que en la tierra reposaba la simiente de los cielos, por eso recogió arcilla, la mojó con sus lágrimas y las amasó, formando con ella varias imágenes semejantes a los dioses, los Humanos. Fue así que surgieron, según la leyenda, los primeros seres humanos, que poblaron la tierra. Prometeo entonces se aproximó a sus criaturas y les enseñó a subyugar a los animales y usarlos como auxiliares en el trabajo. Les mostró como construir barcos y velas para la navegación, les enseñó a observar las estrellas, a dominar el arte de contar y escribir y hasta como preparar los alimentos nutritivos, ungüento para los dolores y remedios para curar las dolencias.

      Pero Zeus, sospechaba de los humanos, ya que no fue él quien los creo. Por consiguiente, cuando Prometeo reivindicó para ellos el fuego, que les era imprescindible para la preparación de los alimentos, para el trabajo y principalmente para el progreso material y el desenvolvimiento emocional, el Dios griego decidió negárselo, temiendo que las nuevas criaturas se volviesen más poderosas que él. Prometeo resolvió frustrarle sus planes, con la intención de conseguir para los humanos ese precioso instrumento. Con un palo hecho de un pedazo de vegetal seco, se dirigió al carro del Sol donde a escondidas tomo un poco de fuego, trayéndolo para los seres humanos, entregándoles así el secreto del fuego.

      Solo cuando por toda la tierra se encendieron las fogatas, es que Zeus tomó conocimiento del robo de Prometeo, pero ya era tarde. Puesto que ya no podía confiscar el fuego a los hombres, concibió ahí para ellos un nuevo maleficio: les envió a Pandora, de una gran belleza, con una caja portadora de muchos males. Prometeo le advirtió a su hermano Epimeteo de no aceptar ningún presente de Zeus, pero Epimeteo no lo recordó y recibió con alegría a la linda doncella, abriendo la caja de los males los cuales se esparcieron rápidamente sobre la tierra. Junto a ellos se encontraba el más precioso de los tesoros, La Esperanza; pero Zeus le había encomendado a Pandora no dejarla salir y así fue hecho. Los hombres que hasta aquel momento habían vivido sin sufrimientos, sin dolencias, sin torturas y sin vicios, comenzaron a partir de entonces a corromperse sin la Esperanza.

      Después de esto, vengándose de Prometeo, le envió al desierto donde fue puesto preso con cadenas a una pared de un terrible abismo, sin reposo alguno, durante 30 siglos. Sufrió la amargura de que su hígado sea devorado por un Águila que venia cada día a la región para dicho fin, después de que el órgano se volvía a reconstituir, ya que Prometeo era inmortal. Por fin llegó el día de su redención. Hércules al ver al águila devorando el hígado de Prometeo, tomó su flecha lanzándola sobre la misma. Enseguida soltó las cadenas y llevo a Prometeo consigo.

      La enfermedad de la norma