Sixto Paz Wells

El Santuario de la Tierra


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y de reconocida espiritualidad que habían ocultado los waukes o dobles de los antiguos incas, burlando a los asesinos que estaban eliminando a los nobles y saqueando la ciudad por encargo de Atahualpa.

      Una vez reunidos, Choque les planteó la posibilidad de un éxodo colectivo rumbo a un lugar seguro. Para esto se contaría con la ayuda de los habitantes del Atuncancha, lugar donde residían, en unas cien casas, los sacerdotes y las mamacunas o supervisoras de las mujeres escogidas, y que estaba situada alrededor del templo del Sol. Desde allí entrarían en el Coricancha durante la noche para ingresar en la gran chinkana, túnel laberíntico subterráneo que transcurría por debajo de la ciudad hacia la fortaleza de Sacsayhuaman; luego seguirían por otro túnel cercano en dirección a Paucartambo.

      Estos túneles habían sido construidos por los antiguos wari, edificadores de la primera ciudad de Qosqo, quienes eran seguidores del dios de Tiahuanaco, Viracocha y a su enviado Tonopa o Tunu-Apaj, el predicador mendigo y ermitaño que habitaba en la paqarina o laguna. El mito decía que la Humanidad fue castigada con un diluvio por despreciar las enseñanzas del místico peregrino, salvándose solo un hombre bueno. El arcoíris que se formó después del diluvio era una víbora de muchos colores que se trasladaba por el cielo, pero era de tal voracidad que se tragaba todo lo que encontraba a su paso. Cuando la mataron le abrieron las entrañas y de ella salieron los hombres, los animales y otras muchas cosas que había devorado.

      La historia la conocía bien el príncipe Choque y la relacionaba con la ola de desastres que habían azotado al pueblo inca: epidemias, guerra civil y hasta la invasión de los feroces y ambiciosos zungazapa u hombres blancos barbados, que vestían con placas rígidas y relucientes como la plata donde rebotaban las flechas y las piedras. Todo ello solo podía significar que un gran castigo había caído sobre la Tierra, obligándolos a hacer penitencia. Y qué mejor que emigrar, dejando lo anterior y rescatando lo que pudiese ser salvado. Decidieron iniciar el pacaricuc, o ayuno general propiciatorio.

      La fecha prevista para marchar sería a mediados del Uma Raymi, Fiesta del Agua o mes de octubre. Para esto se seleccionó un número determinado de ajllas jóvenes y fuertes, que eran doncellas reservadas para la nobleza, el Inca y el sacerdocio del Sol. Estas «vírgenes del Sol» acompañarían al grupo, que habría de rescatar el imperio espiritual, la herencia del cielo que lamentablemente se había diluido en la superficialidad, las intrigas y la banalidad de la Corte.

      La noche de la huida –que se realizaría de madrugada–, el príncipe se dedicó a hacer abluciones y baños de purificación en el palacio de la panaca o linaje de Huayna Cápac, llamado de Tomebamba Ayllu. En ese momento apareció el anciano sacerdote Willaq-Umu, que reemplazaba al sumo sacerdote asesinado poco antes. El noble patriarca caminó hasta el lugar donde se encontraba la poza en la que se encontraba el joven sentado y completamente desnudo, mientras un servidor inclinaba los urpus o vasijas de agua sobre su espalda. La amplia habitación de coloridos tapices que cubrían las paredes y el suelo de un extremo al otro era iluminada y calentada por una poderosa lumbre. Cuando Choque recibió al anciano, este se dirigió a él con respeto y admiración diciendo:

      –Querido príncipe, eres tan joven e inexperto como pequeñas e improbables son nuestras esperanzas, pero me consuela saber que lo pequeño crece y la experiencia se incrementa con el valor para encarar los errores. Te llevas a un gran grupo de jóvenes idealistas como tú y a un reducido círculo de ancianos sabios. Es lo mejor y lo único que nos queda. Sé que no piensas reconstruir lo que se ha perdido, sino que deseas rescatar la esencia que caracterizó los inicios del incario, y también sé que no te volveremos a ver más en esta vida, ni a quienes te acompañan. Por ello te deseo lo mejor.

      »Quienes te conocen están de acuerdo en que te mereces el calificativo de huachacuyoc (caritativo), pues desde niño siempre amaste a los desvalidos y fuiste bienhechor de los pobres. Ahora has escogido una misión muy audaz que, si es bendecida desde lo Alto, llenará tu vida de bienaventuranza perpetuando tu estirpe que es la nuestra.

      »Si logras tu cometido y te estableces en paz y seguridad, los hechos de tu vida serán conocidos en el futuro y darán lugar a cantos y leyendas; pero lo importante será que despertará e iluminará las dormidas consciencias de los que se dejaron envolver por la oscuridad que hoy se abate sobre todos nosotros.

      »No dudes que si estaba escrito en tu destino y en el nuestro lo que está aconteciendo llegarás hasta donde debas y te sea permitido. ¡Quizás hasta tu descendencia vuelva a guiar este mundo!

      Concluyó así el sacerdote con voz temblorosa y los ojos cargados de lágrimas, con la mirada perdida en el ñaupapacha o tiempos antiguos. Se volverían a encontrar en el Coricancha, por lo cual el anciano sacerdote se retiró.

      El príncipe abandonó el Cápac Marca, que era la cámara de los vestidos y tesoros del Inca difunto, ataviado con ropas sencillas. De su cuello colgaba un medallón con el disco del Sol prendido de una gruesa cadena, todo ello de oro puro, y en el brazo derecho llevaba un brazalete que tenía el rostro de un felino que representaba la constelación de Choque Chinchay, que aparece por el Norte y protege de los hechiceros de la tierra de los antis o selva. Ambas insignias habían pertenecido a su padre y ahora lo acompañarían.

      Llegaron hasta el segundo patio donde se encontraba la armería real a cargo de los oficiales de servicio quienes, ayudados por los mayordomos, reunieron todas las armas y vituallas posibles que permanecían escondidas. Tenían orden de llevarlas hasta el Coricancha, donde ya se encontraban los restos momificados de Huayna Cápac y donde también se hallaba su wauke o doble escultórico.

      Estando ya en el primer patio, Choque miró por última vez el que había sido su segundo hogar y se inclinó para tocar con sus manos el suelo adoquinado donde jugaba cuando era niño. Una vez en la puerta principal, procedió a despedirse discretamente de los servidores de mayor edad, agradeciéndoles sus años de dedicación y dejándolos al cuidado del palacio. Ellos no sabían adónde se marchaba su señor, pero confiaban y aceptaban sus decisiones porque las consideraban sabias y en beneficio de todos.

      Choque se alejó silencioso y decididamente del Amarucancha en sentido contrario a la plaza de Huacaypata o de las Plegarias (hoy Plaza de Armas de Cuzco), junto con un cortejo de unas veinte personas. Caminaron por la calle de Inti Kijllu, teniendo en todo momento el Ajllahuasi a la izquierda. A pesar de lo avanzado de la noche, había fogatas encendidas y aún se escuchaban los gritos lastimeros que desgarraban la quietud de aquel privilegiado lugar enclavado en los Andes. No había familia en Qosqo que no hubiese perdido en poco tiempo más de un familiar en las guerras o por las plagas y desgracias que se habían abatido sobre el incario.

      Llegando a las puertas del Coricancha fueron recibidos con mucho respeto y complicidad por los guardias que permanentemente cuidaban la entrada del gran santuario. Atravesaron velozmente el amplio patio empedrado que los separaba de las capillas dedicadas al Sol, a la Luna, a la estrella Chaska (Venus) y a la constelación de Choque Chinchay (Felino Dorado), entre otras. En ese momento, en el cielo se escuchó una estrepitosa serie de truenos y múltiples relámpagos pero sin lluvia que agrietaron el espacio.

      En la entrada de la chinkana los aguardaban los sacerdotes con gran nerviosismo; entre ellos asomó uno que destacaba por su capacidad de videncia. Era un hombre mayor de rostro sabio pero apesadumbrado, que se acercó a Choque haciéndole una reverencia.

      El príncipe lo saludó y le preguntó:

      –¡Sabio sacerdote y vidente, que el dios de nuestros padres te bendiga e ilumine!

      »¿Hay alguna visión