Dawn Brower

Mi Marqués Eternamente


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exasperado. “No tengo tiempo para un berrinche. Ustedes dos vengan conmigo ahora, o les retorceré las orejas”.

      Delilah se levantó y volteó la cara desafiándola. “Voy a salir, pero no porque me lo hayas dicho. Quiero ir a casa y lo haré”. Mirabella corrió tras ella y salieron de la iglesia.

      Ryan dio la mano a la niñera. “¿Conocen el camino?”.

      “No lo sé tesoro”, dijo ella. “Mejor las seguimos. Esas dos me van a volver loca. Muy pronto echaremos de menos la tranquilidad y tendremos problemas para recordar cómo era”.

      Él asintió con la cabeza a la niñera, a pesar de que no entendía. ¿Por qué no habría más tranquilidad? ¿No debía tenerla siempre en su habitación? Ese era su espacio seguro. Supuso que más tarde lo averiguaría. Este era un día feliz. Su padre se lo había dicho, y decidió creerlo así.

       Inglaterra 1800

      “Ryan”, gritó su madrastra. Su aguda voz atravesó sus tímpanos incluso con la distancia que los separaba. Aún no podía creer haberse emocionado por tener a esa mujer como madre. “Ven aquí ahora mismo, niño tonto”.

      Miraba fijamente las paredes desnudas del ático donde ella lo obligaba a dormir. Su bonita habitación se la habían quitado para darla a Delilah. Bueno, no había sucedido al principio, pero cuando su padre murió, lady Penelope obtuvo el control completo sobre él. Debía estar preparándose para ir a Eton, pero seguía atrapado haciendo trabajo no remunerado para lady Penelope. Ella alegaba que no tenían los fondos para enviarlo a la escuela y dar a sus hijas la adecuada educación que se merecían. Por lo que había contratado tutores para todos ellos. Él recibió su educación por casualidad. Ella no hubiera permitido que se encontrara con el tutor si hubiera podido evitarlo; sin embargo, su abuelo, el duque de Ashthrone insistía en recibir sus reportes trimestralmente. Si no tenía noticias de lady Penelope, entonces no recibía los fondos.

      Ryan bajó las escaleras corriendo y se dirigió a la sala de estar. Lady Penelope estaba sentada en el diván leyendo un libro. Sus dos hijas, Mirabella y Delilah estaban en sillas frente a ella. Delilah hacía labor de costura y Mirabella pintaba acuarelas sobre un lienzo.

      “Ya es hora”, rió lady Penelope. “Necesito que prendas la chimenea. Está haciendo frío en el salón.

      Su madrastra había despedido a casi todos los empleados. Esta era otra forma de ser frugal y gastar el dinero en sus hijas y en ella misma; eran egoístas. El único personal que mantuvo fue un cocinero y un conductor. Ryan no podía ser conducido en un carruaje. Eso haría que lo llevaran con su abuelo y ella tendría mucho qué explicar. En tanto a cocinar, lady Penelope había intentado que él lo hiciera. Se dio por vencida cuando se dio cuenta de que lo hacía muy mal. Nunca había estado tan agradecido de ser tan terrible en algo. Prácticamente, desde hacía unos años, Ryan había sido el esclavo de su madrastra, desde la muerte de su padre. Él no podía esperar a recibir su herencia, por pequeña que fuera y hacer que lady Penelope saliera de su casa. Seguramente tenía parientes con los que podría irse a vivir. Nunca le había caído mal nadie, tanto como su madrastra y sus dos hermanastras.

      “De inmediato”, contestó Ryan.

      Se puso a trabajar para encender la chimenea. Las llamas lamieron la madera y el calor se extendió en el lugar. Ryan se puso de pie y se sacudió la mano sobre sus pantalones, dejando un rastro de cenizas y hollín a su paso.

      “Ve y lávate. Tienes un aspecto vergonzoso”.

      Ryan apretó la mandíbula y asintió hacia su madrastra. No confiaba en lo que podía decir. Un fuerte estallido resonó en el pasillo, seguido de un grito. “¿Dónde están todos en esta maldita casa?”.

      Lady Penelope se puso de pie de un salto para salir de prisa del salón, pero no alcanzó a dar dos pasos antes de que el dueño del grito entrara. “Ahí están todos”. Miró a Ryan y frunció el ceño. “¿Qué tienes encima?”.

      Era el mismo duque de Ashthrone, el abuelo de Ryan que finalmente había venido para ver cómo estaba.

      No había estado en la casa desde la muerte de su padre. Honestamente no comprendía por qué el duque lo había dejado con su madrastra. En el momento, lo había agradecido. Su abuelo era un hombre amable, y había creído que su madrastra era lo mejor de las dos opciones. Pensaba que tenía que quedarse allí hasta que partiera hacia Eton. Pero eso no ocurrió.

      “Hola, abuelo”, lo saludó Ryan. “Estaba encendiendo la chimenea para las damas”. No dijo que lady Penelope lo había obligado a hacerlo. Eso le hubiera costado varios azotes con su látigo favorito. Su madre tenía un lado malvado que rivalizaba con cualquier entidad malévola. Por su vida, Ryan no comprendía lo que su padre había visto en esa mujer. Sus dos hijas se estaban convirtiendo rápidamente en versiones en miniatura de ella.

      “Para eso están los sirvientes, muchacho”. Miró alrededor de la habitación. “Ve a buscar uno. Necesitamos ayuda para lo que tengo en mente”.

      Ryan miró a su madrastra para recibir indicación. No sabía a quién debía llamar, ¿al conductor? No tenían ni doncellas, ni lacayos. Tenían a Ryan para hacer todo eso. No estaba seguro de cómo reaccionaría su abuelo ante la noticia de que su nieto hacía todo el trabajo sucio en casa. El duque siempre había menospreciado a los de niveles inferiores. ¿Cambiaría la forma como su abuelo lo percibiera? Esperaba que no. Por que de lo contrario, eso no podría ser una buena señal para su futuro.

      “¿Eso es necesario?”, preguntó lady Penelope. “La chimenea ya está encendida. Ryan es un buen chico que nos cuida y él puede ayudarlo con lo que sea que usted necesite”.

      Apenas pudo evitar poner los ojos en blanco. Su madrastra era buena...parecía tan dulce e inocente. Ryan la conocía mejor; nada puro ni honesto vivía dentro de esa mujer.

      “Supongo”, estuvo de acuerdo el duque. “No me quedaré mucho tiempo. He venido a buscar al niño”.

      “¿Oh?” Lady Penelope contestó con una inclinación de cabeza. “Pensé que confiaba en mí para cuidar de él”. Más bien, no quería perder a su sirviente...

      El duque la miró fijamente. Esa mirada parecía decir: ¿cómo se atreve a cuestionar mis acciones? Ryan quería perfeccionar una mirada como esa. Había hecho que su madrastra cerrara la boca más rápido que cualquier otra cosa que hubiera presenciado.

      “Mi nieto necesita aprender su adecuado lugar en el mundo. Eso no ocurrirá aquí. Parece que mi otro hijo, el marqués de Cinderbury, solo tendrá una hija. Su esposa es incapaz de tener más hijos, lo que hace de este chico mi heredero. Algún día será duque y tiene que entender esa responsabilidad”.

      “Ya veo”, dijo lady Penelope. “¿Debe partir hoy mismo?”.

      “Sí”, dijo el duque con firmeza. Volteó hacia Ryan. “Tienes diez minutos para empacar”.

      Ryan no necesitaba que se lo repitieran. Prácticamente salió disparado del salón y subió al ático. No había mucho que quisiera llevar con él. Tenía un pequeño baúl en su habitación que contenía todas sus pertenencias. Su madrastra no creía que necesitara realmente un armario. Así que todo lo que hizo fue agarrar su baúl y arrastrarlo por las escaleras. Ni siquiera se detuvo a asegurarse de que todo estuviera dentro. No importaba si dejaba algo atrás.

      Su abuelo lo esperaba en el vestíbulo. De cierta forma, el duque se había convertido para él, en un viejo hado padrino cascarrabias. De manera extraña, esa descripción le quedaba bastante bien. Aunque podía no ser tan viejo como Ryan creía, él tenía doce años y todos los mayores a él parecían viejos.

      “Eso fue mucho más rápido de lo que esperaba”, declaró su abuelo. “Tal vez no seas una causa perdida, después de todo. La última vez que te vi eras un niño chillón”.

      Si el duque se hubiera molestado en estar