Dawn Brower

Mi Marqués Eternamente


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le causaban dolor y no las sentía. Su abuelo ahora podía ser su benefactor, pero estaba lejos de ser bondadoso.

      “No necesito mucho”, le dijo a su abuelo. “Estoy listo cuando lo digas”.

      Asintió hacia Ryan y se dirigieron al carruaje. Ninguno se detuvo a decir adiós a lady Penelope ni a sus hijas. Ryan, porque las odiaba y el duque, probablemente porque no lo había pensado. De alguna manera, él se parecía a ellas. Tenía expectativas y se aseguraría de que Ryan las cumpliera, pero al menos su abuelo lo prepararía para su futuro. Su madrastra había querido tenerlo como esclavo. Era una compensación que él, más que voluntarioso, tomaría. Algunas cosas valían la pena el riesgo. No es que su abuelo le diera muchas opciones. Tenía que volver a su propiedad y aprender todo sobre ser duque. Esperaba no convertirse en un viejo irritable como él.

      El carruaje se sacudía por el camino. La pequeña casa que alguna vez significó algo para él, se hacía cada vez más pequeña a medida que el carruaje recorría el camino. En un momento, creyó que podía ser un verdadero hogar para él, con una familia que lo amara. Algunas cosas no estaban destinadas a ser, y él nunca tendría una madre cariñosa en su vida. Al menos Penelope ya no tendría el control sobre él. Era su pasado y nunca más quería volver a verla, ni a ella, ni a sus hermanastras.

      Su madrastra podía quedarse con su hogar de la infancia. Prefería mantener la distancia entre ellas y olvidar que existían. Su abuelo lo transformaría en un hombre capaz de tener control completo en su vida. Ryan intentó encontrar una parte de su alma que permaneciera feliz y pura, pero Penelope se la había quitado después de la muerte de su padre. Ahora todo lo que podía hacer era seguir adelante y tratar de ser una mejor persona que cualquiera. Juró que ninguna mujer volvería a tener poder sobre él...

      CAPÍTULO UNO

       Kent 1816

      El carruaje se sacudía mientras recorrían el camino. El sol entraba por las ventanas, destacando los asientos forrados de terciopelo. Mientras viajaban, Lady Annalise Palmer veía pasar por la ventana los diversos árboles. No era que el paisaje fuera particularmente impresionante, aunque tenía cierto atractivo, pero era porque no podía estar segura de su recepción una vez que llegara a su destino. Había escrito a su hermanastra, Estella, la nueva vizcondesa de Warwick y le explicaba por qué había actuado como lo había hecho; sin embargo, no significaba que la perdonaría. Había recibido una carta de Estella invitándola a visitar el castillo de Manchester. Annalise no podía evitar preguntarse por qué estaban en Kent, y no en la propiedad de Warwick.

      “¿En realidad necesitabas viajar hasta aquí para ver a Estella?”. Le preguntó su hermano, Marrok, marqués de Sheffield. “Odio los largos viajes en carruaje”.

      “No tanto como yo”, contestó agriamente. “Eres un horrible compañero de viaje”.

      “Alégrate de que haya estado de acuerdo en acompañarte. De lo contrario, mi padre nunca te habría dejado salir de la abadía”. Marrok bostezó ruidosamente. “Aún sigue bastante enojado por haber ayudado a Estella a casarse con Warwick”.

      Su padre, el duque de Wolfton, no tenía idea de todo lo que había hecho para ayudar a Estella. Él pensaba que le había enviado fondos para vivir, pero había hecho mucho más que eso. Su padre no era un hombre bueno y había hecho todo lo posible para asegurarse de que Estella fuera miserable el resto de su vida. Annalise había querido ayudarla antes, pero no sabía cómo podía ser posible. El duque observaba cada uno de sus movimientos y si ella lo hubiera intentado, habría encontrado la manera de evitarlo. Había tenido que ser más inteligente que él y eso requería una enorme cantidad de paciencia. Sus intrigas habían valido la pena al haber encontrado la manera de unir a Estella con el hombre que amaba.

      “No me arrepiento”, dijo ella. “Estella necesitaba mi ayuda”.

      “No estoy en desacuerdo. Padre es un imbécil. Estella nunca debió haber sido enviada lejos”. Marrok estiró los brazos sobre su cabeza. “De todas formas, ¿cuánto tiempo llevamos en este maldito carruaje?”.

      Al menos su hermano no se había convertido en una copia de su padre. Pero, de ninguna manera era perfecto, aunque no tenía rachas de crueldad. Marrok no tenía paciencia para la idiotez y no soportaba a los tontos. Podía minimizar a cualquiera tan solo con una mirada o unas cuantas palabras, si decidía esforzarse para ello. En resumen, había reducido al taciturno hombre a la vergüenza, de hecho, lo había perfeccionado. Annalise amaba a su hermano, pero solo ella podía tolerarlo por tanto tiempo. Se compadecía de la mujer con la que un día había decidido casarse. Podía ser muy difícil vivir con él. Demonios, no había más que eso, él era un buen tipo, en un buen día. Ella apartó la mirada de la ventana y se volvió hacia él y respondió a su pregunta: “casi tanto como la última vez que preguntaste. Eres peor que un niño chiquito”.

      “No más de lo que tú eres”. Se inclinó y miró por la ventana. “Lo digo en serio. ¿No deberíamos de haber llegado ya?”.

      Mientras hablaba, el castillo de Manchester apareció a la vista. La estructura era majestuosa e impresionante. El hogar ancestral de Wolfton tenía su propia belleza, pero de manera diferente a Manchester. Este castillo parecía más fino, de cierta manera más feliz. Tal vez estaba siendo un poco caprichosa o quizás anhelaba la libertad de ser ella misma. Debido a las expectativas de su padre, siempre tenía que actuar y fingir que nada ni nadie le importaba.

      “Ay, gracias al cielo”. Marrok se recostó en el asiento. “Pronto podré estirar adecuadamente mis piernas”.

      Annalise puso los ojos en blanco, aunque en realidad no lo culpaba. Cada centímetro de sus músculos estaba rígido por haber pasado sentados durante horas. Sería bueno que finalmente salieran de la maldita cosa y caminaran un poco. El carruaje giró hacia el largo camino que conducía al castillo. Pasó por un bache y Annalise dio un salto. El dolor atravesó su trasero y recorrió por lo alto de su espalda al aterrizar en el asiento. “Ay”, gritó, incapaz de contenerse.

      “Estoy dispuesto a apostar que te alegra también que ya hayamos llegado”. Marrok rió alegremente. “Admítelo”.

      “Te odio”, murmuró ella.

      “No, no es verdad”, contestó Marrok y luego rió de nuevo. “Me adoras y ambos lo sabemos”. Le guiñó un ojo. “No te preocupes, no haré que te arrastres y te disculpes por ser mala”.

      “Como si lo fuera a hacer”, contestó ella. “Puedes esperar toda la vida, y eso no sucederá”. Annalise no podía evitar mover sus labios hacia arriba. El alboroto que armaba Marrok le había quitado el mal humor. Ella se preocupaba demasiado por nada. Estella no la hubiera invitado a Manchester si no hubiera perdonado sus acciones. Lord Warwick no había sido dañado, mucho, en su plan de ubicarlo a bordo del barco de Estella. Ambos habían sido miserables al no estar unidos. Ahora podían ser felices, como debieron serlo todo el tiempo.

      El carruaje se detuvo y Marrok abrió la puerta antes de que el conductor pudiera hacerlo. Tenía tanta prisa por apearse del transporte y poner los pies en tierra. Annalise rió ligeramente por su reacción. Algunas cosas nunca cambiaban. Marrok siempre había odiado viajar, pero sí recordaba ser un caballero. Él se volvió y le tendió la mano para que ella bajara. “Gracias, querido hermano”.

      “Como siempre, querida hermana”. Él guiñó un ojo. “Sabes que puedes contar conmigo”.

      Caminaron hacia la puerta principal y esta se abrió antes de que tuvieran la oportunidad de tocar. Un hombre alto y delgado los saludó. “¿Cómo puedo ayudarlos?”.

      “Hemos venido a visitar a lady Warwick”, contestó Annalise. “Recibí una invitación de su parte”.

      “Lady Annalise Palmer, supongo”, dijo el hombre alto. “¿Y usted quién es señor? No sabía que alguien más estaría acompañando a la joven”.

      “Soy su hermano, marqués de Sheffield”. Marrok levantó una ceja. “¿En verdad esperaba que mi