Dawn Brower

Mi Marqués Eternamente


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lady Manchester y lady Warwick?”.

      “Prefiero dar un paseo”, contestó Marrok. “Me inquieta la inactividad”.

      “Muy bien, mi ‘lord’”, contestó el mayordomo. “Le dará tiempo al ama de llaves para preparar sus habitaciones”. Volteó hacia Annalise. “¿Y usted, mi ‘lady’?”.

      Ella empezaba a pensar que debió haber escrito a Estella antes de partir, para hacerle saber que Marrok la acompañaría. “Me gustará acompañar a las damas a tomar el té”. Descansar podría esperar hasta después de tener una reunión con su hermanastra. De lo contrario, nunca podría relajarse completamente.

      “Entonces, sígame por favor”, indicó el mayordomo.

      La condujo por un largo corredor hacia un salón grande. No parecía ninguna sala en la que hubiera estado. Ni siquiera había sillas, pero sí una mesa larga. “Encontrará a las otras damas al fondo del salón. El mayordomo se volvió y salió, dejando a Annalise valerse por ella misma. El hombre era bastante grosero...

      Ella se adentró y pudo escuchar los distintos sonidos de metal golpeando contra el metal, seguido rápidamente de risas femeninas. Annalise inclinó la cabeza ante los ruidos. Qué interesante…ella aceleró el paso hacia donde se escuchaban los ruidos. Después de dar vuelta en una esquina, encontró el motivo de la risa. Estella se encontraba en medio de un combate de esgrima con otra mujer. Annalise nunca antes había visto a la otra mujer, y no estaba segura de quién era, pero sospechaba que podía ser lady Manchester.

      “Suficiente”, Estella dijo después de otro golpe de floretes. “Si seguimos así, tu esposo vendrá y nos golpeará a las dos”.

      La otra mujer relajó el brazo que sostenía la espada y arrugó su nariz. “Garrick no se atrevería”.

      “¿No?”, dijo Estella levantando una ceja. “nos daría un sermón de una hora, antes de permitirnos practicar la esgrima. De alguna manera dudo que le gustaría que te permita excederte”.

      “Está bien”, acordó la mujer. Garrick se molestaría. Pero creo que es seguro decir que tu esposo nunca permitiría ponerte un dedo encima”.

      “También eso es verdad”. La risa de Estella resonó en el salón. Se aproximó a una mesa cercana y colocó su florete, después tomó una tetera y sirvió un poco en una taza. “¿Crees que el té siga caliente?”.

      “No lo sé”, contestó la dama. “Pero no me importa. De repente me dio hambre”. Tomó un bizcocho y prácticamente lo empujó en su boca, después tomó la taza de té de la mano de Estella y bebió el contenido. “Es increíble”.

      “El embarazo hace cosas extrañas a las mujeres”.

      “No quiero interrumpir...” apareció Annalise. “El mayordomo...”.

      “Annalise”, exclamó Estella y se apresuró hacia ella para abrazarla. “Ya está aquí”. Dio un paso atrás. “¿Acaba de llegar?”.

      Annalise no sabía qué pensar del combate de esgrima de su hermanastra con la condesa de Manchester, porque la otra dama tenía que ser ella. Parecía que tenían una relación amistosa, que Annalise envidiaba. Mostró una sonrisa y asintió con la cabeza a Estella. “Hace unos momentos. Marrok está conmigo, pero ya sabes cómo es. Tenía que caminar antes de poder establecerse”.

      “Me alegra que esté con usted aquí. Me preocupaba que viajara sola”, dijo Estella. “Venga, deje que le presente a Hannah. Ella está bastante ocupada con su té y el bizcocho, pero perdone la grosería. Llevar un bebé la ha vuelto voraz en ocasiones”. Estella la llevó hasta donde se encontraba Hannah. “Lady Manchester, Hannah, me gustaría que conocieras a mi hermanastra, lady Annalise Palmer”.

      Lady Manchester dejó la taza de té e hizo una reverencia. “Por favor, perdone”, dijo la mujer. “Lo que dice es verdad. Me asedia a menudo y generalmente de manera inesperada”. Sonrió cálidamente. “Es un placer conocerla”.

      “También me da gusto conocerla”. Annalise sonrió a la mujer. “Y no necesita disculparse. Es su casa y usted aquí puede hacer lo que guste. Además, si alguna vez tengo la suerte de tener un hijo, me gustaría que la gente respetara mis deseos”.

      “¿Gusta una taza de té?”.

      Por los comentarios que había escuchado cuando llegó, el té tenía que estar espantoso. Annalise quedó atrapada entre ser grosera y tomar el té frío. Pero los bizcochos se veían bastante deliciosos. Su estómago grúñó al enfilarse ese pensamiento. “¿Qué tipo de bizcochos son estos?”

      “Ay”, lady Manchester expresó alegremente. “Son bizcochos de limón. He tenido terrible antojo por ellos y el cocinero ha sido muy amable en preparármelos todos los días”.

      “¿Le importa?”. Annalise hizo un gesto hacia ellos. No quería quitarle el gusto favorito a la dama.

      “Sírvase”, dijo ella y presionó una mano sobre su estómago. “No me estoy sintiendo bien. Creo que iré a acostarme un momento”.

      Annalise tomó un bizcocho y lo mordió. El bizcocho de límón era dulce y agrio, absolutamente delicioso. Podía ver por qué lady Manchester los devoraba a diario. Probablemente también iban bien con el té. Miró la tetera y consideró servirse una taza fría y rechazó la idea. No estaba tan sedienta...

      “Adelante”, insistió Estella. “Nos veremos más tarde”.

      Lady Manchester asintió y salió del salón, dejando solas a Estella y a Annalise. Estella volteó hacia ella y dijo: “¿Está usted cansada?”.

      “Un poco”, admitió Annalise. Ahora que se encontraba con Estella, su nerviosismo se había disipado. Finalmente podía relajarse y tal vez tomar una pequeña siesta. Esto la ayudaría a recuperarse de su viaje.

      “Venga”, le dijo Estella. “Le enseñaré su habitación y más tarde podremos hablar de todo”.

      Annalise sonrió a su hermanastra. Salieron juntas del enorme salón. El pasillo seguía siendo largo, y también los escalones. El camino hacia su habitación asignada estaba más lejos de lo que pensaba. Finalmente llegaron y Estella nuevamente la abrazó. “Es bueno verla. Gracias por venir a visitarme”.

      “No hay otro lugar donde me gustaría estar”.

      Estella dio un paso atrás y se marchó. Annalise cerró la puerta y después se recostó en la cama. Cerró sus ojos y el sueño llegó antes de que se diera cuenta de que había dejado de pensar.

      CAPÍTULO DOS

      Ryan Simms, marqués de Cinderbury, miraba el castillo de Manchester desde lo alto de su caballo, Octavius. El semental resopló, después relinchó sacudiendo su melena. El viaje desde Londres había tardado más de lo que había previsto. La principal razón era porque no quería sobreexceder a su animal, y se negaba a dejarlo al cuidado de nadie más. Eso significaba detenerse a menudo para dejar que Octavius descansara. Era bueno que finalmente hubieran llegado para poder enterarse cómo se encontraba su prima. Se sentía responsable de su bienestar y había esperado intervenir antes. Su padrastro era un hombre malvado. Le recordaba a su madrastra, pero ni siquiera había sido tan cruel como el duque de Wolfton.

      Su abuelo se había negado a intervenir. El duque de Ashthrone había pensado que Estella estaría mejor al cuidado de su padrastro. Ryan no estaba seguro de que esa fuera la mentalidad de un club de duques o que su abuelo reconociera que se trataba de igual a igual respecto al duque de Wolfton. De cualquier manera, no podía apelar a la buena voluntad de su abuelo porque el maldito bastardo no la tenía. Pero, había salvado a Ryan de las garras de su madrastra; sin embargo, no había sido debido a la bondad de su corazón. Ashthrone se había dado cuenta de que Ryan sería su heredero y había querido asegurarse de que no solo sobreviviera, sino que fuera entrenado adecuadamente por él.

      Cada segundo que había