la ceja en dirección del otro, pero sus ojos quedaron pegados a los míos por una fracción de segundo de más, intentando no darme a entender que ella también había pensado en mí toda la semana, como me había pasado a mí.
Había sido difícil sacar de mi mente a una mujer que me había dicho que parecía un ex convicto y que me había desafiado tan abiertamente, a pesar de que la atemorizaba.
La recorrí con la mirada, buscando a la muchacha transgresiva y desinhibida, pero parecía que no quedaba rastro.
Era simple y bellísima.
Sus ojos azules con algún tinte violeta resaltaban gracias a la sombra lila y los labios estaban apenas cubiertos por un labial rosado.
A diferencia de la vez anterior, ahora parecía mucho más joven. No le daba más de veinticinco años y sus modales siempre agraciados y refinados con los que se movía, se sentaba y se llevaba a la boca el Bellini que había ordenado… tenía algo sensual y fascinante.
Había entendido de inmediato que había estudiado y no era una simple acompañante, cuando le hablé y ahora, viéndola en toda su simplicidad, me di cuenta que era más de lo que dejaba ver. Sin embargo, la timidez y reserva que mostraba cuando un muchacho con el que hablaba la tocaba, me hacía intuir que había algo extraño en ella. Era como si tuviera miedo del contacto físico, casi como si le molestara…
Incluso conmigo, había sido introvertida, había visto miedo en su mirada, mientras ahora veía irritación y antipatía, aunque si estuvieran escondidas detrás de sonrisas y gestos medidos pero no lo suficientemente incisivos para mantener en su lugar las manos de ese muchacho.
Disfruté viendo su esfuerzo por contener el nerviosismo y de mostrar siempre una máscara de muchacha buena, aunque si dentro, muy dentro, era evidente que habría querido abofetear a su acompañante.
Desde el lugar donde me encontraba, disfrutaba todo el espectáculo, preguntándome cuánto faltaba para que perdiera los estribos.
Además, su amiga Chelsea no parecía darse cuenta de nada, estaba impresionada por el muchacho con quien también había estado la semana anterior.
A un cierto punto, el acompañante de Mia se puso a jugar con sus largos cabellos rubios.
Parecía que ese gesto la molestaba mucho, porque se puso de pie y con una excusa se dirigió al baño.
Estaba por volver a mi trago, cuando vi al muchacho seguirla al baño.
Conocía esa sonrisa arrogante y sabía qué habría sucedido.
Normalmente habría llamado a un camarero para decirle que interviniera, pero esta vez tenía curiosidad y, si hubiera sucedido lo que me temía, no hubiera dudado en golpear al maldito.
Con cierta indiferencia, me dirigí hacia el baño de mujeres.
Lo encontré cerrado.
Golpee y todo lo que obtuve por respuesta fue un grito que fue sofocado de inmediato y algo que caía al piso.
No quería hacer un escándalo o asustar a mis clientes dado que la reputación de local se basaba, precisamente en la discreción, por lo que evité golpear la puerta o gritar para que abrieran.
De inmediato llamé a Jacob, mi vice, y me hice alcanzar las llaves del baño.
En un instante, mi amigo abrió la puerta.
Entré en el baño, mientas Jacob volvía a cerrar la puerta a nuestras espaldas.
Mia estaba tirada en el piso y tenía una mejilla roja, mientras el muchacho tenía el pantalón abierto y estaba sobre ella, agarrándola por las muñecas.
Saqué a ese bastardo lejos y me incliné al lado de ella.
Le corrí el cabello del rostro pero, apenas mis dedos tocaron sus mejillas, ella hizo una mueca y se alejó de mí, aterrorizada.
Para mi sorpresa, vi una pequeña hebilla que asomaba de la sien y comprendí que lo rubio, era una peluca.
“Mia, soy yo, Lorenzo Orlando”, le dije lentamente, tomándola por los hombros que se sacudían por los sollozos. “Ven, te ayudo a levantarte.”
Miró mi mano, como si fuese algo prohibido y peligroso, pero finalmente aceptó mi ayuda.
Con delicadeza la ayudé a ponerse de pie pero me di cuenta que debía haberse golpeado, porque rengueaba y la correa de su zapato derecho se había roto.
Antes de que cayera de nuevo, la tomé y la llevé en brazos.
Estaba tan desorientada y asustada por lo que le había pasado, que no opuso resistencia y se acurrucó temblando contra mi pecho.
Mientras tanto, Jacob se ocupó del muchacho.
“Si te vuelvo a ver en mi local, te hago pedazos”, lo amenazó antes de que Jacob lo echara del local.
Salí del baño y noté que algunos clientes se miraban curiosos. Sólo la amiga de Mia parecía perturbada y corrió hacia nosotros.
“Oh mi Dios… Qué te sucedió?”, gritó desesperada, viendo el rostro enrojecido de la muchacha.
“Está todo bien”, intentó asegurarle ella.
“No está bien. No está para nada bien… Demonios, estoy muerta si te pasa algo!”
Esa frase me alarmó porque parecía que verdaderamente Chelsea lo creía así.
Hubiera querido profundizar, pero Sebastián, mi manager, se acercó.
“Dame las llaves de una habitación. La señorita se hizo mal y necesita reposar”, le dije.
“Las habitaciones están todas ocupadas”, me avisó preocupado.
“Entonces la llevaré a mi apartamento”, dije resuelto.
“No!”, exclamaron al unísono Mia y Chelsea.
“No se preocupen. No habitúo salvar a una muchacha de un intento de violación para después molestarla yo. Sebastián, mientras tanto llama a un médico y a la policía, así la cliente podrá hacer la denuncia.”
“No!”, dijeron casi gritando, Mia y Chelsea.
“No es necesario… Estoy bien y no sucedió nada. Creo que es mejor dar vuelta la página y no pensar más en este inconveniente. Además, no quiero hacer un escándalo que pueda dañar la reputación de los Orlando”, se apresuró a aclarar Mia con ansiedad.
Podía sentir el olor a problemas por el pánico que veía en los ojos de las dos mujeres.
“Ok, como quieran”, dije, dirigiéndome hacia el segundo piso, donde estaba mi apartamento.
Llevé a Mia a la habitación de huéspedes y la puse en la cama.
“Gracias”, me agradeció tímidamente.
“Ahora puedes decirme qué pasó y qué te ha hecho ese muchacho?”, fui directo a lo que más me importaba.
“Me estaba refrescando cuando entró en el baño. Cerró la puerta. Me enojé y comenzó a empujarme. Perdí el equilibrio por los tacos altos y caí, torciéndome el tobillo derecho. Creí que iba a ayudarme y que se hubiera disculpado… Al contrario, se me tiró encima y comenzó a… tocarme… a decirme que dejara de hacerme la difícil… intenté golpearlo pero él se defendió y me abofeteó… Yo… Yo…”
“Después?”, dije tratando de contener la furia que me inundaba la mente.
“Me levantó la falda y se abrió la bragueta del pantalón… justo en ese momento has golpeado la puerta pidiendo que abrieran. Intenté gritar pero me tapó la boca. Intenté librarme de él pero no lo conseguí y finalmente has entrado… Gracias por haber intervenido”, balbuceó Mia todavía asustada.
“Era mi deber. Nadie se puede permitir hacer ciertas cosas en mi casa o molestar a mis clientes”, respondí intentando