tampoco. Hay algo extraño.”
“Quizás encuentres alguna respuesta ahí dentro”, me sugirió abriendo la cartera.
Me di vuelta para que las muchachas no pudieran verme, ya que había dejado la puerta abierta.
Revisé la cartera y quedé petrificado.
Dentro, había sólo doscientos dólares y el documento de identidad de Mia Madison.
Miré mejor el documento.
Falso!
Intercambié una mirada con Sebastián, que me hizo un gesto para darme entender que también él lo había notado.
“Qué mujer sale de casa sin el celular?”, me dijo con su tono indagador de siempre.
“Una que no quiere ser rastreada o que es demasiado pobre para permitírselo!”
“Optaría por la primer hipótesis, dado que el vestido que lleva puesto no salió de las grandes tiendas.”
“Yo diría que no”, dije nerviosamente.
“Qué hacemos?”
“Me ocupo yo. Tú mientras tanto llama al nuevo lavaplatos que contratamos el mes pasado. Hazlo venir aquí para ver si la querida Mia Madison realmente se hizo mal o si es toda una puesta en escena. Y después, busca información sobre ella. Dice que es de Los Ángeles. Veamos si al menos eso es verdad.”
“Tengo contactos allí.”
“Úsalos y, después me dices que descubriste.”
“Y qué hacemos con el muchacho?”
“Descubre quién es y destrúyelo. Hazle desear desaparecer de la faz de la tierra, especialmente de Rockart City”, dije todavía furioso. Habría hecho cualquier cosa para arruinarle la carrera o la vida. Sólo el exilio de la ciudad habría podido salvarlo.
“A sus órdenes!”.
Como un rayo, Sebastián, se puso a trabajar.
Estaba por volver a la habitación, cuando escuché a Chelsea enojarse con Mia.
“Te lo ruego, levántate. Te llevo en brazos hasta casa si es necesario.”
“No. Ya te lo expliqué.”
“No puedes hacerme esto! Yo… yo… Demonios, no tenía que pasar algo así. Es todo culpa mía!”
“No digas tonterías”.
“Nunca habría tenido que convencerte que vinieras conmigo.”
“Chelsea, está todo bien”, intentó calmarla la amiga.
“Deja de decir que está todo bien!”, gritó la muchacha presa de la histeria.
Antes que la situación pudiera empeorar, entré en la habitación.
De repente, las dos mujeres se callaron.
“Cómo estás, Mia?”, pregunté.
“Me duele un poco el tobillo, pero estoy bien. Estoy todavía shockeada por lo que sucedió”, me respondió mostrándome el tobillo hinchado.
Por suerte mi lavaplatos, Randy, llegó de inmediato.
Lo presente y Mia se dejó tocar, mientras la amiga iba al baño a tomar una toalla mojada para ponerla en la mejilla.
“No soy un médico y estoy sólo en el penúltimo año de fisioterapia pero el tobillo no me parece que esté roto. Con un poco de hielo debería deshincharse y, haciendo reposo por un par de días, debería estar bien. Claro, sería mejor hacer una radiografía…”, explicó Randy.
“Estoy segura que con un poco de hielo se resolverá todo”, aseguró Mia.
En poco tiempo, Randy medicó a Mia y yo, aprovechando la ausencia de Chelsea, que estaba con Sebastián, me quedé solo con Mia.
“Está mejor ahora?”, le pregunté cauto, sentándome en el borde de la cama, a su lado.
“Sí, gracias. Me siento mortificada por las molestias que le estoy causando”, me respondió la muchacha volviendo a ser formal. Parecía que el shock había sido superado y estaba volviendo a tomar el control de sí misma.
“Tratémonos de tu.”
“Ok”, susurró Mia poco entusiasmada.
“Te traje la cartera”, le dije dejándola en la cama.
“Gracias.”
“Quieres que avise a tu familia?”
“No”
“Quieres que te lleve a casa? Si me das la dirección, puedo…”
“No es necesario”, se impacientó Mia. “Pero si para ti, mi presencia es una molestia, entonces me iré de inmediato.”
“Eres mi huésped y puedes quedarte todo lo que quieras.”
“Sólo necesito descansar un par de minutos”, murmuró adolorida y cansada, cerrando los ojos.
“Tómate el tiempo que necesites.”
Ni siquiera me respondió.
Se había dormido.
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