Amy Blankenship

Hastío De Sangre


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que ayudarlo. Sus labios se abrieron en una mueca de asombro cuando en efecto vio algo en el agua... Algo tan centelleante que casi no le permitía ver nada. Justo en el centro de toda esa luz, un ángel se hundía lentamente hacia el fondo del estanque.

      Ella podía sentir que el agua helada se le metía en los pulmones mientras trataba desesperadamente de tomar la mano luminosa. Era hermoso y parecía que estaba durmiendo. Alas... Tenía alas plateadas. Aferrando su mano, tiró con toda la fuerza que pudo, pero solo lograr acercarse a él. Trató de gritarle que se despertara, pero más agua llenó su interior. No dolía, pero sentía mucho frío... Y tenía mucho sueño.

      Kyoko sintió que sus dedos tomaban los de ella, y su último pensamiento fue que un ángel había venido a llevarla al cielo para que pudiera estar nuevamente con su mamá y su papá.

      Toya se sacudió cuando recuperó de golpe la conciencia y abrió los ojos. ¿Agua? ¿Por qué estaba en el agua? Sintió que alguien le tocaba la mano y, al girar la cabeza, vio que había una chica en el agua con él. El cabello enmarcaba al flotar un rostro extremadamente dulce, pero sus ojos estaban cerrados y sus labios carnosos estaban separados.

      Dándose cuenta de lo que significaba, Toya la tomó en sus brazos y salió disparado fuera del agua tan rápido que dejó una estela detrás de él.

      Miró el pequeño bulto que tenía entre los brazos, y se le detuvo el corazón… era hermosa y se veía tan frágil. Plegando las alas hacia arriba, descendió en un claro y la colocó suavemente sobre el pasto. Apoyó la mano sobre el corazón de la chica y rogó que sentir que aún latía.

      Sus dorados ojos se abrieron de par en par y el corazón se le aceleró al sentir que su poder guardián se acumulaba en su palma. Lágrimas calientes nublaron la imagen de la muchacha mientras percibía que sus poderes la buscaban.

      —¿Kyoko? —Toya podía sentir que su poder se mezclaba con el de ella, haciendo centro entre la palma de él y el corazón de ella, y supo que tenía razón. Finalmente la había vuelto a encontrar, pero en este mundo era solo una niña. Alzó la vista a los cielos e imploró—: Me trajiste aquí por una razón, ¿no es así? Por favor, dime que no es para que la vea morir otra vez. No puedo hacer eso… No lo haré.

      No pasaba nada. Toya la tomó en sus brazo, y cuando ella se quedó inerte pudo oírse el eco de su lamento desolado. Presionó su cara contra el arco de su cuello y apretó su pecho contra el de ella, queriendo que sintiera sus latidos.

      —Maldita sea, Kyoko. Estoy aquí. Siénteme. —Toya se sentía más y más devastado con cada segundo que pasaba, hasta que no pudo soportarlo y gritó—: Por favor, déjame salvarla esta vez.

      Como por instinto, dirigió sus ojos humedecidos a la pequeña estructura a pocos metros de distancia. Ahí, justo detrás de la puerta abierta, estaba la Estatua de la Doncella. Viendo la mirada radiante del Corazón del Tiempo, Toya se sintió caer en desgracia mientras su ira salía a la superficie.

      —No me importa si vienen los demonios, y tú puedes quedarte con tu maldito cristal. Nada de eso importa... ¡Ella importa! La amo. Siempre la he amado. No te atrevas a arrebatármela de nuevo.

      Los ojos relucientes de la estatua parecieron evaluarlo por un momento, y luego un suave rayo salió de ellos. Sin oír ninguna voz, Toya supo lo que el Corazón del Tiempo estaba pidiendo. Sintió que la calma ocupaba el lugar de la ira y apartó sus ojos de la estatua para mirar a la niña moribunda que yacía entre sus brazos.

      —Si eso es lo que se necesita —susurró, dispuesto a sacrificar cualquier cosa con tal de que ella viviera. El pequeño cuerpo empezó a brillar en sincronía con el suyo, y la suave luz azul se cerró alrededor de ellos. Bajando sus labios hacia los de ella, Toya le dio su respiración. Sus destinos se sellaron mientras su corazón recuperaba el ritmo.

      El agua en los pulmones de Kyoko se evaporó cuando inhaló el aire cálido y luchó por salir de la oscuridad que la aferraba. Calidez. Estaba inmersa en ella. Se esforzó por abrir los ojos cuando recordó que había un ángel que estaba tratando de salvar.

      Pestañeó para escurrirse el agua y esperó a que la luz azul se disipara. Cuando finalmente se apagó, se encontró en los brazos del ángel, que la miraba. Sintió un cosquilleo en los labios y, maravillada, los tocó con la punta de los dedos.

      Toya no podía dejar de mirarla mientras esos cálidos ojos color esmeralda relucían con curiosidad e inteligencia. Sintió que su pecho se encogía de dolor cuando ella le sonrió. Sintió la herida mortal mientras ella con inocencia presionaba sus dedos contra sus labios como si pudiera sentir que la había besado.

      —¿Qué hace llorar a un ángel? — preguntó Kyoko al ver que había lágrimas que surcaban sus mejillas.

      Toya vio que ella dejaba de sonreír y se dio cuenta... Lloraba.

      —No estoy llorando. —Parpadeó para deshacerse de las lágrimas y se secó las mejillas con el brazo. Tuvo que secarse más lágrimas porque no podía detenerlas. —Solo prométeme que no vas a volver a meterte en el agua hasta que aprendas a nadar.

      Ya podía sentir que estaba desapareciendo de este mundo... Pero si ella vivía, eso no le importaba. Kyoko se incorporó y miró el estanque y luego volvió a mirarlo.

      —Me olvidé de que no sabía nadar—exclamó preguntándose cómo podía haberse olvidado de semejante cosa.

      Toya pudo ver el resplandor de la estatua detrás de ella y supo que se le estaba agotando el tiempo. Las manos de la Doncella habían empezado a brillar más y, a lo lejos, él pudo oír que los monstruos de su mundo estaban tratando de atravesar por la grieta. La barrera entre los mundos siempre era más débil en el lugar donde Kyoko podía ser encontrada.

      Sin señal de advertencia, tomó a Kyoko y la estrechó bien fuerte. Ya la extrañaba. Frotando su mejilla contra el cabello castaño, su voz se sacudió cuando susurró:

      —Tengo que regresar al otro lado y evitar que los demonios vengan aquí.

      —Suenas como el abuelo. Él sabe todo sobre los demonios —dijo Kyoko presionando la oreja contra su pecho para poder oír sus latidos. Le rodeó la espalda con un brazo y se preguntó por qué no podía sentir las alas, aun sabiendo que estaban allí.

      Viendo su inocencia, Toya la tomó de la barbilla e hizo que esos deslumbrantes ojos esmeralda lo miraran.

      —No temas a los demonios, Kyoko... Tienes el poder de echarlos de este mundo. —Con esta confesión, Toya miró a la estatua. Podía sentir que los demonios se acercaban a través del Corazón del Tiempo a un ritmo peligrosamente rápido. Dejándola sobre el pasto, Toya se puso de pie y caminó hacia la estatua, tomando sus dagas gemelas—. Y no soy un ángel... Soy tu guardián. Me llamo Toya.

      Todavía arrodillada sobre el pasto, Kyoko se inclinó hacia adelante mientras miraba que él entraba en el santuario y una niebla azul se encendía. Gritó cuando vio que un par de brazos salían de la luz y tomaban al ángel y que luego varios demonios emergían a su alrededor. Mientras su grito y el rugido del ángel sonaban en la noche, la luz de la estatua empezó a retroceder como si una aspiradora la succionara.

      Kyoko pudo oír que la puerta trasera de la casa se cerraba de un golpe, pero no podía dejar de mirar al ángel. Se puso de pie con dificultad y empezó a correr hacia la puerta abierta del santuario. Podía oír que su abuelo y su hermano gritaban su nombre, pero era Tasuki quien se estaba acercando.

      Justo cuando se estiró para tomar la mano del ángel, los brazos de Tasuki la aferraron y la elevaron un segundo tarde. Demasiado tarde. Cuando el índice de Kyoko rozó las manos estiradas de la estatua, enormes rayos de luz surgieron del lugar exacto que ella había tocado. Tasuki sintió como si un barril lleno de fuegos artificiales hubiera explotado justo frente a su rostro.

      Y uno de esos rayos de luz lo golpeó en el costado izquierdo de su pecho y lo hizo retorcerse de sorpresa. En lugar del dolor del impacto, sintió que algo lo embargaba rápidamente... como si le hubiera faltado algo toda su vida y ahora finalmente estaba llegando a casa.

      Sus