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E-Pack Magnate


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cinco horas en llegar –dijo Luke cuando Sara entró en el despacho al día siguiente–. Nos marcharemos sobre las dos, cuando tú regreses de almorzar. Así, llegaremos allí sobre las siete, tendremos tiempo de deshacer las maletas y de darnos una ducha rápida antes de salir a cenar.

      Sara pareció sorprendida.

      –¿No vamos a parar por el camino?

      –No, a menos que tú lo necesites.

      –¿Y tú?

      –Yo prefiero llegar cuanto antes.

      –Tú eres el jefe.

      Luke se pasó el resto de la mañana reunido y leyendo informes. Sara regresó de su almuerzo a las dos en punto, tal y como él había esperado.

      –Sólo una maleta... y encima pequeña.

      –Sólo vamos a estar fuera dos días. ¿Por qué iba a necesitar más? Evidentemente, te mezclas con la clase equivocada de mujeres.

      –¿Qué significa eso?

      –Es la clase que necesita muchos cuidados. Las que no pueden abrir una puerta sin comprobar si se han roto una uña. Las que tiene un cajón entero lleno de productos de belleza y las que no pueden viajar sin al menos seis vestidos diferentes para cada día.

      Luke se echó a reír.

      –Entendido. Resulta muy refrescante –dijo. Como los zapatos que Sara llevaba puestos. Aquel día eran de ante, de un color verde oscuro que hacía juego con su camisola.

      De repente, deseó no haber pensado en prendas que hacían juego. Esto le había hecho pensar en si llevaría también a juego la ropa interior. Se preguntó qué aspecto tendría ella con ropa interior de encaje de color verde oscuro, los mismos zapatos que llevaba puestos y un collar de perlas negras, con el cabello suelto en vez de recogido y...

      –Te la llevo yo –dijo algo enojado–. Cierra tú la puerta.

      –Yo puedo llevar mi maleta.

      –Como me has dicho, me mezclo con la clase de mujer equivocada. Yo llevo las maletas y mi ordenador portátil –afirmó. Le lanzó las llaves a Sara y, tal y como esperaba, ella las atrapó automáticamente.

      Sara le dedicó una mirada de reprobación, pero no dijo nada. Se limitó a cerrar la puerta y a bajar las escaleras tras él.

      –Muy bonito –dijo mientras contemplaba el vehículo. Entonces, frunció el ceño al ver que él abría la puerta trasera para meter las maletas–. ¿No las vas a poner en el maletero?

      –No hay sitio.

      –¿Cómo? ¿Acaso te llevas un archivador entero o algo así?

      –Es un coche híbrido. El único inconveniente es que la batería ocupa la mayor parte del espacio del maletero.

      –¿Tienes un coche ecológico? Vaya –dijo, muy sorprendida–. Yo me habría apostado algo a que tenías un deportivo rojo muy llamativo y muy exclusivo.

      –Por supuesto –comentó él, riendo–. Ya me he apuntado a la lista de los coches deportivos ecológicos que van a salir dentro de... aproximadamente siete años. De momento, tengo éste.

      –No se parece en nada al que conduce mi hermana. El suyo también es ecológico, pero es... bueno...

      Sara arrugó la nariz.

      –¿Feo? En eso estoy contigo. No entiendo por qué un coche, sólo porque sea ecológico, tiene que ser también feo. Se puede ser verde y divertirse al mismo tiempo.

      –Pero tú no te diviertes –señaló ella.

      –Claro que sí –protestó Luke. Se humedeció el labio inferior consciente de que ella estaba observando todos y cada uno de sus movimientos. Le gustó que ella se sonrojara. Bien. No estaba tan fresca y tranquila como quería aparentar–. Ahora, no me vengas con monsergas sobre el hecho de que eres perfectamente capaz de abrir la puerta tú sola.

      –¿Acaso crees que lo haría? –replicó ella con una pícara sonrisa. Entonces, tomó asiento e introdujo las piernas en el coche con un fluido movimiento. El hecho de que la falda le tapara apenas las rodillas, elevó varios grados la temperatura corporal de Luke. Se lo merecía por sus jueguecitos.

      Al entrar en el coche él también, decidió que iba a necesitar el aire acondicionado al máximo para refrescarse.

      –Este coche es muy caro, ¿verdad? –le preguntó ella.

      –Eso depende de tu definición de caro. Me gusta estar cómodo cuando conduzco.

      –Eso ya lo veo. Interior de madera y cuero... Mi hermano Justin se pondría a babear con esto –comentó, riendo–. Aunque tengo que confesar que babearía aún más si fuera un Jaguar E-Type.

      –Y si fuera rojo, yo también. Sin embargo, esa clase de coches tan especiales necesitan muchos cuidados y mucho tiempo.

      –Algo que tú no estás dispuesto a darle.

      –Tú lo has dicho.

      –Hmm. Si te soy sincera, jamás te habría etiquetado como un guerrero ecologista.

      Luke señaló el edificio que tenían a sus espaldas.

      –Está construido y reformado con materiales ecológicos. Es una de las razones por las que lo escogí –dijo. Sara no necesitaba saber que era dueño de gran parte del edificio–. Y mi cadena de hoteles va a ser lo mismo. Ecológica y utilizando los materiales de la zona en la que se encuentre cada uno de ellos.

      –¿Por qué Scarborough?

      –Estoy buscando un hotel en una ciudad que tenga un balneario. Scarborough fue muy famosa por sus aguas en el pasado. Estoy evaluando otro en Cromer y otro en Buxton.

      –¿Y por qué no en algún lugar más cercano a Londres para que no tengas que viajar tan lejos?

      Porque Scarborough era el único lugar en el que recordaba haber tenido unas vacaciones familiares felices, aunque, por supuesto, no se habían alojado en un hotel, sino en una pequeña pensión. No obstante, las vacaciones habían sido maravillosas.

      –En este momento, sólo estoy buscando opciones –dijo, sin explicarle nada a Sara.

      –¿Saben que estás pensando en comprarlo?

      –No. Por lo que a ellos se refiere, somos tan sólo unos clientes y así quiero que sea. No estoy tratando de sorprender a nadie. Sólo quiero ver cómo funciona en el día a día, no cuando se esfuerzan.

      Estuvieron trabajando durante las tres primeras horas del viaje. Sara respondía el teléfono, concertaba citas y le organizaba la agenda para los siguientes días.

      De repente, se detuvo.

      –¿Son las cinco en punto? –bromeó él.

      –Así es –respondió ella.

      Luke se quedó tan sorprendido que ni siquiera pudo responder.

      –Vaya, es un equipo de música fabuloso.

      –Tiene diecinueve altavoces –comentó Luke.

      –¿Diecinueve? ¡Qué barbaridad! ¿Y para qué quieres tantos? Ah, los hombres y sus juguetes. Rupert, mi hermano pequeño, se volvería loco con esto. Veamos. ¿Qué tenemos aquí? –preguntó ella mientras recorría la lista de canciones–. Oh, me lo tendría que haber imaginado. Rock.

      –Eso no es rock, sino indie. Es estupendo para conducir.

      –Sí, sí... –dijo. A pesar de todo, lo encendió.

      –Supongo que a ti te gusta más la música de ballet.

      –¿Qué te hace decir eso?

      –Bueno, eres muy elegante con tus perlas y todo eso.

      –En