Mariela Peña

No creas todo lo que ves


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sus amigas que, en cuanto la vieron entrar, armaron una red de brazos como un refugio de amor donde Ámbar se derrumbó buscando alivio a su tristeza.

      —Vacas, no puedo creer lo que pasó –dijo Ámbar con la voz entrecortada.

      —Tranquila, amiga, es cuestión de tiempo, todo va a estar bien. Vicky y yo estamos acá con vos, ¿no, Vi?

      —¡Obvio!

      —No puedo creer lo de Thiago y Flopi, ¿ustedes sabían? Mírenlos, ¿están discutiendo?

      —Yo sabía que chapaban, no más que eso –Ceci tomó a Ámbar por el mentón y giró su cabeza–. Dejá de mirarlos, no te hace bien.

      —Yo ni sabía que estaban saliendo.

      —Para colmo, acabo de hacer el papel más patético de mi vida. Le di una carta a Thiago preguntándole si quería salir conmigo y me rebotó. Mirá si están peleando por eso…

      —Uy, Ambi…

      —Ya fue, no importa por qué se pelean. Ustedes se quieren, se conocen hace mil –Vicky siempre intentaba ser optimista.

      —Justamente por eso estoy así, no sé con qué cara mirarlo.

      —Yo pensé que estabas así por lo de Julián y Lola.

      —Bueno, sí, obvio Ceci, eso me tiene muy mal, pero lo de Thiago no me lo esperaba.

      —Sí, es un bajón, pero… –tres whatsapps seguidos llegaron al celular de Ceci, que comenzó a leerlos mientras hablaba– pppero… eh… va a estar todo bie… ¡ay, Dios! No saben la bomba que me acaban de mandar.

      —¿Quién? – exclamaron Ámbar y Vick, al unísono.

      —Valen, la chismosa del B, me acaba de mandar capturas del Twitter de Lola.

      —Ya sé de qué hablás, y sí, es increíble.

      —¡No se hagan las misteriosas y cuenten de una vez! –Vicky no comprendía.

      —¿Cómo te enteraste vos?

      —Twitter, también.

      —¿Me están jodiendo? ¿Qué pasó? –Vicky estallaba de curiosidad.

      —Por lo menos podría haber aguantado que pasaran un par de días más, ¿no?

      —No sé qué decir ni qué pensar –dijo Ámbar, resignada.

      —Ok, chau –Vicky amagó con levantarse de la silla.

      —¡Parááá, ansiosa! –la tomó del brazo–. Lola y Julián hicieron público que están saliendo.

      —¿Qué?

      —Sí, ya subieron 400 fotos, por lo que me cuentan.

      —Igual, si lo pensamos bien, tiene lógica, son tal para cual.

      —Lo peor de todo esto es que tengo 200 notificaciones de boludos hablándome de eso.

      —No respondas nada.

      —No, obvio.

      —A mí me huele mal. ¿De novios? –Vicky hizo un gesto de incredulidad.

      —¿Qué querés decir? –preguntó Ceci.

      —Mmm no sé, pero que estos dos se hagan los enamorados… no les creo nada.

      —A mí, la verdad, es que no me importa ya. Lo que sí quisiera es que cuanto antes dejen de relacionarme con él en las redes, pero sé que es imposible.

      —No había pensado en eso.

      —Sí, Ceci, y por un tiempo largo va a ser así, lamentablemente.

      —Claro, en tu vida tomaste la decisión de hacer un punto y aparte, pero la realidad de las redes es… bueno, otra realidad que te estanca en el pasado, no te deja avanzar.

      —Uy, qué feo suena eso, boluda –dijo Vicky.

      —Sí, ya sé, pero también estoy segura de que es cuestión de tiempo.

      —Además, estamos juntas, locas. ¿Alguna vez perdimos estando unidas? –dijo Ámbar, mientras las tomaba de la mano y sonreía.

      —Nunca.

      —Entonces, esta no va a ser la excepción.

      —Confiemos en nosotras.

      —Gracias, Vacas, gracias por haberse quedado a mi lado.

      —Ambi, no existe otro lado –dijo Ceci, emocionada.

      Se abrazaron un largo rato y les hizo bien, porque los abrazos anestesian los dolores, y las tres estaban sufriendo, aunque por distintas razones y con distinta intensidad, pero con un denominador común: el grupo se había quebrado. Ámbar estaba particularmente impasible y desorientada y sus amigas lo notaban, por eso Vicky intentaba divertirla haciendo payasadas y recordando historias graciosas.

      Cuando se ponían de acuerdo, eran imparables. No importaba qué fuera, cuando las tres querían algo, ese algo se concretaba. En este caso, ese objetivo estaba muy claro: necesitaban dar vuelta la página, sea como fuera, para volver a la normalidad de las salidas y los helados en el parque, a las noches interminables de charlas y chocolates en la casa de alguna. Reconstruir el grupo, que se había quedado sin un pilar fundamental, sin una líder. Sabían bien que no iba a ser tarea fácil, pero eso no las iba a detener.

      Cuando lograron dejar de hablar de los problemas y los miedos que tenían, y se concentraron, por fin, en alguna trivialidad que las hizo reír y olvidar por unos minutos, un fuerte portazo llamó la atención de todos. Detrás del ruido de la puerta chocando violentamente contra la pared, apareció Lola, con los ojos rodeados de espesas ojeras, hecha un desastre.

      Un silencio de misa invadió en el aula.

      Capítulo 2

      —¿Qué lees? –Flopi lo sorprendió por la espalda con un suave pellizco en la cintura.

      —Eeeh, nada, nada. Anoche empecé a escribir un texto y lo estaba releyendo –decía mientras guardaba rápidamente un papel en su bolsillo–, pero no me gusta mucho como quedó, lo tengo que seguir trabajando.

      —¡Ay, qué lindo! ¡Mostrame!

      —No, no, ya te dije, no me gusta mucho, me da vergüenza.

      —¿Vergüenza conmigo? Qué tonto.

      —No, no con vos, es que prefiero que lo leas cuando esté terminado. Dame un abrazo, te extrañé.

      —Qué facilidad tenés para cambiar de tema –decía mientras se dejaba abrazar sin responder.

      —¿Viste? Es una de mis mayores virtudes.

      —¡Thiago! Me vas a hacer enojar.

      —Ay, Flor, te digo que no es nada, es un borrador de un texto, nada más.

      —Lo que más me molesta es que ya te di tres oportunidades para decirme la verdad y seguís eligiendo mentirme –se alejó y puso gesto de enojo. Thiago la miró en silencio unos segundos.

      —Está bien, tenés razón. No quería decirte nada porque era obvio que te ibas a enojar.

      —Ya te dije mil veces que a mí lo único que me enoja es que me tomen por tonta.

      —¡Yo nunca te tomaría por tonta!

      —Vos, no; la tarada esa, sí –Flopi giró la vista hacia donde estaba sentada Ámbar, con sus amigas, en la otra punta del aula.

      —¿Cómo sabés que se trata de ella?

      —Porque me dijo Male que la vio dándote algo en la puerta, antes de entrar. ¿Es eso?

      —Sí, me escribió