Mariela Peña

No creas todo lo que ves


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más razón, entonces. Quiero ver qué dice.

      —Pará, entiendo que quieras saber la verdad, y te la acabo de decir, pero de ahí a que la leas, me parece innecesario.

      —¡A mí me parece renecesario!

      —Por favor, Flor, lo que falta es que tengamos problemas por esto –le decía mientras la tomaba de las manos y Flopi lo miraba con cara de furia–. Ya te dije, es una carta que, sí, quizás es medio desubicada porque yo ahora estoy con vos, pero me dijo que no sabía que estábamos de novios.

      —¿Que no sabía? ¿Dónde vive esa piba? ¿En un termo? No sabe lo que no le conviene me parece.

      —Bueno, lo que sea, la leí por una cuestión de respeto a todos los años de amistad que tenemos y porque me daba curiosidad saber qué decía, pero no cambia nada en mí.

      —Esa piba es una desubicada, Thiago. Ahora que cortó con el tonto ese que le metió los cuernos con la mejor amiga, vuelve arrepentida.

      —¿Cómo?

      —Lo que escuchás, todo el mundo está hablando de eso. Descubrió que Julián la engañaba con Lola.

      —Pobrecita, debe estar destruida.

      Thiago miro con preocupación hacia el banco de Ámbar, que en ese momento estaba en brazos de sus amigas.

      —¿Pobrecita decís? ¿Me estás cargando?

      —Es que me da pena, no sabía nada y me imagino que debe estar hecha pelota.

      —¿Y tanto te importa cómo debe estar? ¿Te das cuenta de lo que pasa?

      —¡Flopi, por favor! Ámbar es mi amiga desde que tenemos cinco años, no podés enojarte porque le tengo cariño.

      —Está bien, tenés razón.

      —Dale, ya fue, no te enrosques más.

      —Por favor, por lo menos prometeme que la vas a tirar.

      —¿Qué cosa?

      —¿Cómo “qué cosa”? La carta.

      —Bueno, después veo qué hago.

      —No, después veo, no. Tirala o me vas a conocer enojada en serio.

      —Calmate.

      —¡No me calmo hasta que no me prometas que vas a tirar esa carta de mierda! –aunque intentaban que no se escuchara, más de uno advirtió lo que sucedía.

      —Pará de gritar, te lo digo en serio, estamos haciendo un papelón.

      —Te importa más defender a esa estúpida que evitar tener problemas conmigo. Listo, vos lo elegís.

      —Pensá en lo que acabás de decir.

      —Sé muy bien lo que dije.

      —¿Y te parece que me lo merezco?

      —¡No soporto que esa mina este metida entre nosotros, Thiago! –Flopi rompió en llanto–. Tengo que vivir con su fantasma, verla en tus ojos todo el tiempo. Está ahí, siempre está ahí, de una forma u otra.

      —No llores, por favor –la abrazó fuerte–. Es cierto que la quiero y también es cierto que estuve mucho tiempo enamorado de ella, pero yo ahora estoy con vos, y no quiero que esto se arruine –Flopi lloraba desconsoladamente entre sus brazos–. Voy a tirar la carta, quedate tranquila, y te prometo que Ámbar no va a estar más entre nosotros.

      —Es que no lo hacés a propósito, Thi –decía mientras se secaba las lágrimas con la manga del buzo–. Solo que hay cosas que no se eligen ni se disimulan. Las cosas que salen del corazón son o no son. No se puede elegir la mirada embobada que se nos cae de los ojos cuando vemos pasar a quien nos gusta delante nuestro. No se puede elegir que no se nos ponga la piel de gallina cuando vemos una foto en donde aparece, cuando escuchamos una canción que nos trae recuerdos suyos, ¿me entendes? En mi caso, ese amor sos vos, pero en el tuyo sé muy bien que no soy yo, al menos no todavía. Todo eso a vos te sigue pasando con ella.

      —No, pará, no es así.

      —Sí, es así, Thiagui. Y yo confío en que mi amor es tan grande que algún día voy a poder contagiarte y borrarte a esa flaca de la cabeza, voy a hacer todo lo posible, pero necesito que me ayudes.

      —Lo que sea con tal de no volver a verte así nunca más.

      Se fundieron en un abrazo que duró varios suspiros y caricias en el pelo, pero que se interrumpió por el fuertísimo ruido que hizo la puerta cuando golpeó la pared.

      —¿Qué miran, boludos? –Lola gritaba y se reía– ¿nunca vinieron a la escuela con resaca? –un nuevo portazo los estremeció.

      Nadie tenía en claro si efectivamente estaba en ese estado o todo era una puesta en escena para llamar la atención. Cualquier cosa que viniese de Lola enojada era posible. Se paró frente a todo el curso como si estuviera a punto de dar un espectáculo y sus compañeros fuesen el público.

      —¿Tomaste para ahogar las penas, Lolita? –se burló uno de los chicos del fondo.

      —Sí, la pena que me da saber que tengo que verte la cara a vos cada día –todos comenzaron a reír–. Quiero que sepan que son todos una manga de caretas y que este curso es lo PEOR.

      Fue tambaleándose hasta donde estaban sentadas Trini y Carina, las chicas más calladas del curso. Se despatarró en una silla y les preguntó si podía sentarse allí por ese día. Las dos dijeron que sí al instante; no era común que una chica como Lola quisiera sentarse con ellas.

      Desde la otra punta del aula, Ámbar observaba de reojo, haciendo todo lo posible por disimular la mezcla de angustia, lástima y enojo que sentía. Intentaba fingir que Lola no existía, Vicky y Ceci la ayudaban manteniéndola atenta a otras cosas, pero era difícil, la vista se le desviaba hacia donde estaba Lola, que también la miraba pero sin disimulo. Entonces, cada tanto sus ojos se encontraban en ese punto invisible del tiempo y el aire, donde se encuentran dos miradas que se buscan. A una, la invadían los nervios; a la otra, el placer de incomodar a su mejor amiga devenida en adversaria.

      Thiago ya estaba ocupando su asiento cuando el timbre sonó. Las palabras de Flopi seguían resonando en su cabeza y, ahora que sabía lo que le había hecho a Ámbar, la imagen patética de Lola queriendo llamar la atención lo irritaba mucho.

      La clase de literatura comenzó y nadie parecía poder prestar atención a las palabras de la estricta profesora Luna. Todos miraban hacia el frente, nadie pronunciaba una palabra, sin embargo Luna notó la tensión que reinaba en el lugar.

      —¡Galván! ¿Me escucha?

      —Eh, perdón, profe, tenía la cabeza en otro lado –respondió Thiago con la voz entrecortada.

      —Bueno, entonces tráigala rápido porque estamos en clase, algo que hoy, al parecer, a nadie le importa. Leyó el libro, ¿verdad?

      —Sí, sí, claro.

      —Bien, entonces dígame cuál sería el contexto en el que se desarrolla la obra.

      —En el esplendor y decadencia de la América esclavista del siglo XVIII.

      —Muy bien, ¿qué más?

      —Eh… es… es la historia de Sierva María de Todos los Ángeles, una chica que está recluida en un convento y que tiene que luchar contra los prejuicios y la ignorancia de la época.

      —Y del dolor de un amor sin esperanza –la voz de Ámbar brotó desde la otra punta del aula. Thiago la observó, sorprendido, y continuó, tartamudeando.

      —Es… es una historia con mucha magia, que cuestiona la naturaleza de la fe…

      —…y de la pasión –volvió a interrumpir.

      —Sí, una pasión que termina llevándolos a la ruina –retrucó, con gesto muy serio.

      —No