Mariela Peña

No creas todo lo que ves


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      Índice de contenido

       ¡No creas todo lo que ves! (Saga "No creas" - Parte II)

       Portada

       Dedicatoria

       Capítulo 1: Avanzar

       Capítulo 2: Verla en tus ojos

       Capítulo 3: El otro

       Capítulo 4: Miel

       Capítulo 5: Te sigo

       Capítulo 6: Excusas

       Capítulo 7: Seguir

       Capítulo 8: Tu imagen en mi mente

       Capítulo 9: Viral

       Capítulo 10: Barajar y dar de nuevo

       Capítulo 11: Soledad

       Capítulo 12: Libre

       Capítulo 13: ¿Quién te puso en mi camino?

       Capítulo 14: Cuando pienses en mí

       Capítulo 15: Tu buzo preferido

       Capítulo 16: Espera

       Capítulo 17: Destino

       Capítulo 18: Gracias

       Capítulo 19: Mi mejor amiga

       Capítulo 20: Vas a saber volar

       Capítulo 21: Mi truco de magia

       Capítulo 22: Decidir

       Capítulo 23: El mejor amigo

       Capítulo 24: Laberinto

       Capítulo 25: Despedida

       Capítulo 26: Quiero

       Capítulo 27: Tobogán

       Capítulo 28: Visto

       Capítulo 29: Cuántas cosas nos guardamos

       Capítulo 30: Adiós y buena suerte

       Epílogo

       Biografías

       Legales

       Sobre el trabajo editorial

       Contratapa

      Al equipo de mi vida: familia, amigos, lectoras y lectores.

      Gracias por cada cosa suya que hay en mí y,

      claro, también en este libro.

      Capítulo 1

      —¿Podés correrte del paso, nena? ¡Estás parada en el medio de la vereda, entorpecés la circulación!

      Una señora de gigantes anteojos de sol, aroma a la colonia inglesa que usaba su abuela Irma y lápiz de labio en los incisivos centrales, pasó a su lado rozándola con fastidio y se alejó refunfuñando.

      No dijo nada. Apenas persiguió, unos segundos, la silueta de la mujer alejándose en su enojo, con la mirada perdida. Estaba inmóvil frente a la puerta del colegio, apagada, sin reacción. Decenas de chicos y chicas desfilaban a su alrededor. Más de uno la saludaba, pero ella solo podía responder con un “hola” afónico y breve. Estaba quieta, sin gesto, como una de las tantas hojas de los ficus, rendidas en la vereda. Las palabras de Thiago habían sido un balde de agua fría que cambiaba todos sus planes. No solo estaba muerta la esperanza de poder empezar algo con él, sino que la abrumaba una profunda vergüenza por haberle dado esa carta en la cual confesaba sus sentimientos como no lo había hecho nunca antes con nadie.

      El mundo no se detiene a esperar que te decidas, no; el mundo no es papá o mamá, que si te olvidás de cerrar con llave, no te pasa nada, no corres verdaderos riesgos, porque ellos aparecen entre los rincones de tu despiste para remediarlo todo. El mundo sigue su marcha indefectiblemente; si te olvidaste, fuiste. Y así fue, el mundo siguió, tarada, y vos en cualquiera. Sos un signo de pregunta perdido en una sopa de letras y el destino es la cuchara que te revuelve.

      —Cof, cof… Aller, ¿va a ingresar o se va a quedar ahí parada toda la mañana? –dijo el Director Olivero.

      Ámbar nuevamente se sobresaltó.

      —Sí, sí, disculpe.

      Ingresó al colegio, directo al aula.

      Me quiero ir a casa.

      Le pesaban los pies.

      No tengo ganas de hablar con nadie.

      Se corrió el rímel frotándose los ojos cansados.

      Deseó salir corriendo y meterse en su cama, taparse con veinte