Índice de contenido
¡No creas todo lo que ves! (Saga "No creas" - Parte II)
Capítulo 8: Tu imagen en mi mente
Capítulo 10: Barajar y dar de nuevo
Capítulo 13: ¿Quién te puso en mi camino?
Capítulo 14: Cuando pienses en mí
Capítulo 15: Tu buzo preferido
Capítulo 20: Vas a saber volar
Capítulo 21: Mi truco de magia
Capítulo 29: Cuántas cosas nos guardamos
Capítulo 30: Adiós y buena suerte
Al equipo de mi vida: familia, amigos, lectoras y lectores.
Gracias por cada cosa suya que hay en mí y,
claro, también en este libro.
Capítulo 1
—¿Podés correrte del paso, nena? ¡Estás parada en el medio de la vereda, entorpecés la circulación!
Una señora de gigantes anteojos de sol, aroma a la colonia inglesa que usaba su abuela Irma y lápiz de labio en los incisivos centrales, pasó a su lado rozándola con fastidio y se alejó refunfuñando.
No dijo nada. Apenas persiguió, unos segundos, la silueta de la mujer alejándose en su enojo, con la mirada perdida. Estaba inmóvil frente a la puerta del colegio, apagada, sin reacción. Decenas de chicos y chicas desfilaban a su alrededor. Más de uno la saludaba, pero ella solo podía responder con un “hola” afónico y breve. Estaba quieta, sin gesto, como una de las tantas hojas de los ficus, rendidas en la vereda. Las palabras de Thiago habían sido un balde de agua fría que cambiaba todos sus planes. No solo estaba muerta la esperanza de poder empezar algo con él, sino que la abrumaba una profunda vergüenza por haberle dado esa carta en la cual confesaba sus sentimientos como no lo había hecho nunca antes con nadie.
El mundo no se detiene a esperar que te decidas, no; el mundo no es papá o mamá, que si te olvidás de cerrar con llave, no te pasa nada, no corres verdaderos riesgos, porque ellos aparecen entre los rincones de tu despiste para remediarlo todo. El mundo sigue su marcha indefectiblemente; si te olvidaste, fuiste. Y así fue, el mundo siguió, tarada, y vos en cualquiera. Sos un signo de pregunta perdido en una sopa de letras y el destino es la cuchara que te revuelve.
—Cof, cof… Aller, ¿va a ingresar o se va a quedar ahí parada toda la mañana? –dijo el Director Olivero.
Ámbar nuevamente se sobresaltó.
—Sí, sí, disculpe.
Ingresó al colegio, directo al aula.
Me quiero ir a casa.
Le pesaban los pies.
No tengo ganas de hablar con nadie.
Se corrió el rímel frotándose los ojos cansados.
Deseó salir corriendo y meterse en su cama, taparse con veinte