Varias Autoras

E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020


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lengua para no atraer más atención sobre ellos. Lo miró arqueando una ceja.

      –Por si lo has olvidado, así es como nos metimos en este lío. Porque tú me besaste.

      Él esbozó una media sonrisa irónica.

      –Creo recordar que tú hiciste el primer movimiento.

      Juliette apretó los dientes con tanta fuerza que temió romperse alguno. ¿Por qué tenía que recordarle lo lanzada que había sido aquella noche? Tan inconsciente y tan distinta a lo habitual en ella. Lo miró fijamente.

      –No tenías por qué haberme hecho caso.

      –Está claro que sobrevaloras mi fuerza de voluntad, cara.

      Juliette alzó la barbilla.

      –Más te vale asegurarte de que ahora esté en mejor forma.

      Joe levantó una ceja.

      –¿Para cuando me ruegues que te lleve a la cama?

      Juliette apretó los puños para contener la tentación de darle una bofetada.

      –Eso no va a pasar –afirmó con toda la confianza que pudo inyectarle a su tono de voz.

      La indolente sonrisa de Joe le provocó un escalofrío en la espina dorsal. Él le agarró un puño y le abrió los dedos, acariciándole con el pulgar en medio de la palma de un modo inconfundiblemente sexual. Joe le mantuvo la mirada.

      –No deberías avergonzarte de nuestra química –su tono descendió hasta convertirse casi en un ronroneo.

      Juliette apartó la mano de la suya, frotándosela como si le hubiera quemado.

      –No estoy avergonzada. Estoy asqueada. Y por el amor de Dios, deja de tocarme.

      A Joe no se le borró la sonrisa, pero apareció una línea de tensión en la comisura de sus labios y su mirada se endureció.

      –Ten cuidado, cara. Estamos en público, ¿recuerdas? Esconde esas bonitas garras hasta que estemos a solas. Entonces podrás arañarme con ellas la espalda como deseas.

      Juliette tuvo que parpadear para apartar de sí las imágenes apasionadas que sus palabras evocaron. Tenía el cuerpo en llamas, consumido por los recuerdos de su experta forma de amar. Había tardado casi dos años en poder alcanzar un orgasmo con su ex, e incluso entonces fue un visto y no visto. Y en cambio había tenido prácticamente un orgasmo en cuanto Joe la besó por primera vez. Él nunca se preocupaba de su placer hasta que ella estuviera satisfecha. Conocía su cuerpo mejor que ella misma. Juliette había explorado cada centímetro del suyo, y al hacerlo había encontrado una vena apasionada y aventurera en su personalidad que no sabía que existía. Estar ahora tan cerca de su cuerpo hacía que lo echara de menos todavía más. Podía sentir el tirón magnético hacia él como si una corriente invisible de energía la llamara a base.

      Agarró una copa de champán de la bandeja de un camarero para distraerse. Pensó que sería mejor mantener las manos y la boca ocupadas.

      –¿Conoces a los demás miembros de la comitiva nupcial? –preguntó Joe tras un largo instante.

      Juliette se cruzó de brazos sin soltar la copa de champán.

      –Solo a Lucy. Y a Damon, por supuesto. No conozco a ninguna de las otras cuatro damas de honor porque son amigas que hizo Lucy cuando vino a vivir a Grecia. ¿Y tú?

      –Había oído hablar de su prima Celeste, pero hasta hoy no la conocía. Aunque he visto una o dos veces a dos de las damas de honor –Joe le dio un buen sorbo a su copa de champán antes de mirar hacia la terraza.

      Sintió una punzada de celos en el vientre.

      –¿Ah, sí? –Juliette se aseguró de que su tono sonara solo un poco interesado, cuando en realidad quería conocer fechas, horas, sitios y si se había acostado con alguna de ellas. ¿Qué mujer se le podría resistir?

      Ella, desde luego, no había sido capaz.

      Joe se giró para mirarla con expresión indescifrable.

      –Resulta irónico que Damon y Lucy se conocieran por nosotros, ¿verdad?

      –¿Irónico en qué sentido?

      Él se encogió de hombros y dirigió la vista al contenido de su copa, girándola para poner las burbujas en movimiento.

      –Parecen felices juntos. Que dure o no, eso ya es otra cosa.

      –¿Por qué tienes que ser tan cínico? Están enamorados. Todo el mundo puede verlo. Eso era lo que nos faltaba a nosotros. Nos casamos por las razones equivocadas.

      Joe no respondió. Se limitó a levantar la copa y apurarla. Joe no podía apartar la mirada de la columna bronceada de su cuello ni de los puntitos de barba incipiente a pesar del reciente afeitado. ¿Cuántas veces había sentido aquel roce contra la piel? En el rostro, en el vientre, entre los muslos…

      Juliette contuvo un escalofrío y se giró para mirar a los otros invitados, que se estaban reuniendo para la próxima diversión organizada por Celeste.

      ¿A qué damas de honor había conocido Joe antes? ¿A la rubia? ¿La de cabello oscuro? ¿La que tenía los senos grandes y unas piernas interminables?

      Joe estiró la mano para agarrar su copa vacía.

      –¿Te gustaría tomar otra cosa? ¿Zumo de naranja? ¿Agua mineral?

      Juliette le tendió la copa con mucho cuidado de no tocarle los dedos.

      –¿Estás insinuando que podría beber demasiado y hacer el ridículo?

      Joe aspiró con fuerza el aire y apretó los labios antes de soltarlo.

      –Mira, sé que la situación de este fin de semana es difícil para ti. Es la primera vez que nos vemos cara a cara desde que te fuiste –Joe tenía las manos en los bolsillos traseros y los anchos hombros inclinados hacia abajo–. Habría preferido encontrarme contigo en Londres, pero no respondiste a ninguno de mis intentos de contactar contigo.

      Juliette había ignorado sus mensajes y correos electrónicos durante meses. Incluso había bloqueado su número en el teléfono. Había sido su manera de castigarle por no haber estado allí cuando más lo necesitaba. Pero en cierto modo se había castigado a sí misma, porque se había asilado completamente. Sus amigos y su familia habían intentado apoyarla, pero transcurridos unos meses, todos se cansaron de compadecerla. Ni siquiera Lucy, que estaba con los preparativos de la boda, había estado demasiado disponible para ella, especialmente desde que Juliette no había sido capaz de ilustrar los libros en los que trabajaban juntas desde la muerte de Emilia. Necesitaba desesperadamente estar con alguien que supiera y entendiera lo que estaba pasando: el dolor, la pérdida. Bajó la vista a las baldosas del suelo para no mirar a Joe a los ojos.

      –No estaba preparada. Me parecía demasiado… arriesgado.

      Joe se acercó más a ella y le rozó suavemente el dorso de la mano con un dedo.

      –Eso es completamente comprensible –su voz era como una caricia, y a Juliette le tembló la mano como si hubiera recibido una descarga eléctrica.

      Alzó los ojos para mirarlo.

      –¿Piensas en ella?

      Joe parpadeó como si estuviera sufriendo un dolor interno que tratara de controlar.

      –Todo el rato. Por eso he estado donando y recaudando fondos para la fundación sobre la investigación de muerte en el parto durante los últimos meses. Quería hacer algo positivo para ayudar a otras personas en nuestra situación. Si hubieras leído alguno de mis correos electrónicos, lo sabrías. He donado en nombre de los dos.

      ¿Una fundación para la investigación de la muerte en el parto? A Juliette se le encogió el corazón. ¿Había estado recaudando fondos para aquella causa?

      La rabia que llevaba puesta como una armadura se le cayó como si fuera piel muerta, dejándola