Varias Autoras

E-Pack Bianca y Deseo septiembre 2020


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era capaz de resistirse a la tentación.

      –No estabas interesada en mi dinero ni en mi posición. Solo querías distraerte porque habías tenido un mal día, igual que yo.

      Juliette se pasó la lengua por los labios y tragó saliva de nuevo de forma audible.

      –Vamos a llegar tarde a la copa.

      En aquel momento, a Joe no le importaba si no llegaban siquiera a la boda de sus amigos. Estar con Juliette, aspirar su aroma, sentir la suavidad de sus labios bajo las yemas de los dedos, hacía que la sangre se le alborotara de deseo. Comenzó a sentir un tirón en la entrepierna, un deseo primario que había bloqueado, ignorado. Deslizó la mano por su nuca y clavó la mirada en la suya.

      –¿Por qué no me dices que deje de tocarte?

      Ella se estremeció de pronto y llevó la mirada a su boca.

      –No… no sé –su voz era un susurro.

      Joe le levantó la barbilla con un dedo y clavó los ojos en los suyos.

      –Yo te diré por qué, cara. Porque en el fondo quieres que te toque. ¿Crees que un puñado de estúpidas reglas va a acabar con la explosión química que todavía compartimos?

      Desde luego la suya no. Ni por asomo. Podía sentir la energía química que había entre ellos como una corriente eléctrica. Podía verlo reflejado en sus ojos, en cómo le dirigía la mirada a los labios, cómo deslizaba la lengua por ellos. Pero entonces su mirada se volvió a endurecer y Juliette le puso la mano en la muñeca para apartársela de su cara, lanzándole de paso una mirada perforadora.

      –No hay ninguna química. No siento nada con relación a ti. Absolutamente nada.

      Joe le agarró la mano y la estrechó contra su cuerpo.

      –¿Quieres poner eso a prueba? Un beso. Y veamos qué pasa.

      –No digas tonterías.

      Tenía un tono de desprecio, pero contenía trazos de algo más, algo que sonaba a desafío.

      Joe aspiró aquel aroma que tan familiar le resultaba, acercó la boca a la suya todo lo que pudo sin tocarle realmente los labios.

      –Solo un beso.

      –¿Crees que no sería capaz de contenerme, como la noche en que nos conocimos? Pues claro que lo soy.

      –Demuéstralo.

      Juliette dirigió la mirada a su boca.

      –No tengo que demostrarte nada a ti.

      –Pues entonces demuéstratelo a ti misma.

      Juliette vaciló un instante, pero luego su mirada se congeló con decisión.

      –De acuerdo. Te demostraré lo inmune que soy a ti –se puso de puntillas y le dio un beso casto en los labios–. ¿Lo ves? –volvió a poner las plantas en el suelo–. ¿Lo ves? Nada de fuegos artificiales.

      Joe se rio entre dientes y la soltó.

      –Mejor así. No creo que nadie vaya a creer que nos hemos reconciliado, y menos Damon y Lucy.

      Juliette frunció el ceño.

      –¿No vas a…? –cerró la boca y se giró para agarrar el bolso de la cama–. ¿Y qué vamos a decirles?

      Le estaba dando la espalda mientras lidiaba con el cierre del bolso, pero Joe se fijó en la tensión de su espalda, como si se estuviera preparando para la respuesta que él iba a darle.

      –Vamos a decirles la verdad.

      Juliette se giró para mirarlo con expresión recelosa.

      –¿La verdad?

      –Que somos adultos maduros en proceso de una separación amigable. Compartir habitación durante un par de noches no será un problema para nosotros.

      Ella alzó las cejas.

      –¿Amigable? ¿Sin problemas? Es curioso, yo no lo veo así.

      –Piensa en ello, Juliette –dijo Joe–. Si fingimos que hemos vuelto, entonces tendrías que permitir que te tocara. En caso contrario nadie se lo va a creer. Tendría que agarrarte la mano, pasarte el brazo por la cintura, besarte. Tendrías que mentir a tu mejor amiga. ¿Eso es lo que quieres?

      Ella levantó la barbilla y sus ojos azul verdoso temblaron de rabia.

      –Lo que quiero es que acabe este fin de semana. Eso es lo que quiero.

      –Ya. Eso es lo que quiero yo también.

      Así tal vez podría seguir adelante con su vida.

      LA COPA de bienvenida era en la terraza frente a la piscina infinita que daba a la playa. La zona estaba decorada con farolillos con velitas doradas dentro y el aroma a flores de azahar y madreselva perfumaba el aire. Había una torre de champán en una mesa adornada con lazos y centros de flores en cada esquina. Dos camareros vestidos con camisa blanca, pantalones negros y corbata de lazo esperaban para pasar con las bandejas de deliciosa comida. Un cuarteto de cuerda tocaba en uno de los extremos de la terraza delante de un fondo de buganvillas color escarlata. Había un tablón enmarcado con flores blanca y rosas con un enorme corazón en el centro en el que estaban escritos los nombres de Lucy y Damon con una preciosa caligrafía. Juliette no había visto nunca un escenario tan romántico, y trató de no compararlo con su propia boda.

      En la suya desde luego no hubo tablones enmarcados con flores blancas y rosas ni corazones.

      Celeste Petrakis, la organizadora de la boda, una mujer delgada de veintipocos años con el pelo corto y negro, llevaba una tableta en la mano y corrió hacia Juliette y Joe en cuanto salieron a la terraza.

      –Oh, Dios mío, lo siento mucho, pero creo que me he confundido con vuestras reservas –dijo Celeste–. Solo puse un J. Allegranza en la lista. No sé cómo pude equivocarme. Sé que Damon me dijo que estabais separados, pero supongo que lo olvidé. Estoy tan avergonzada que me quiero morir.

      Se llevó una mano a la boca y abrió los castaños ojos de par en par, como si temiera que la alcanzara un rayo vengativo.

      –Ups, no quería decir eso. Me he pasado los dos últimos años intentando no morirme. Pero en serio, estoy muy avergonzada en cualquier caso.

      Joe estaba al lado de Juliette, pero no la tocó.

      –No pasa nada, Celeste. No tenemos ningún problema en compartir la habitación.

      Juliette forzó un amago de sonrisa.

      –No, en absoluto. Por favor, no te preocupes, Celeste. Has hecho un trabajo increíble organizándolo todo. Nuca había visto un escenario tan bonito para una boda. Creo que va a ser un fin de semana maravilloso para Lucy y Damon.

      Celeste se llevó la mano al corazón y se le llenaron los ojos de lágrimas.

      –¿Significa eso que…? ¡Oh, qué romántico! Me alegro mucho por vosotros dos. Haremos un brindis especial por vosotros esta noche…

      –No –la interrumpió Joe con brusquedad–. No hemos vuelto juntos.

      A Celeste se le descompuso el gesto.

      –Ah, lo siento… lo había entendido mal. ¿Queréis que lleve una cama supletoria? No creo que queráis compartir…

      –Eso sería estupendo, gracias –dijo Juliette tratando de ignorar el calor magnético del cuerpo de Joe tan cerca del suyo.

      Si se movía un milímetro, rozaría el brazo contra el suyo. Le resultaba casi imposible contener el deseo de hacerlo.

      «Tócalo. Tócalo. Tócalo».

      El mantra intentaba seguir el ritmo de su acelerado pulso.

      –Veré qué puedo hacer –dijo Celeste mirando primero a uno y luego