Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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más y el conserje llamó a su puerta con un paquete.

      –Ábrelo –le ordenó Chelsea después de haber cerrado la puerta.

      Yelena descubrió un vestido rojo pasión.

      –Ve a probártelo.

      –No puedo…

      –Sí, claro que puedes –la contradijo Chelsea con firmeza, con los brazos en jarras.

      –Está bien. ¿Puedes vigilar tú a Bella? –le pidió Yelena, cediendo por fin.

      –Claro. ¡Y suéltate el pelo! –añadió Chelsea.

      Yelena se puso el vestido, sin poder evitar emocionarse al mirarse al espejo.

      Era uno de los vestidos más bonitos que había visto en toda su vida. Elegante, espectacular y muy sexy. El corpiño sin tirantes envolvía su figura a la perfección, enfatizando su cintura y sus generosas curvas, y luego la tela le caía hasta los pies. En la parte de atrás, una coqueta cola de sirena sembrada de diminutos cristales realzaba la prenda.

      Oyó que llamaban a la puerta y que Chelsea la abría.

      –Ha venido mamá. Sal y enséñale… ¡guau! –Chelsea abrió mucho los ojos, pero dejó de sonreír al mirarle al pelo–. Suéltatelo.

      –Sí, señora –contestó Yelena sonriendo–. No sé si sabes que Gabriela solía ser igual de mandona.

      Chelsea la miró con tristeza antes de sonreír.

      –Bueno, ella sí que tenía mucho estilo –comentó–. Y tú tienes un pelo increíble, ¿por qué te lo recoges siempre?

      Yelena le sonrió a través del espejo.

      –Intenta vivir tú con él.

      Chelsea le colocó un poco los rizos, le puso el pelo liso detrás de las orejas y asintió.

      –Vamos.

      Nada más llegar al salón, Yelena vio a Alex, que hablaba entre susurros con Pam, que tenía en brazos a Bella. Casi no había vuelto a verlo desde el último beso, pero cuando Alex levantó la vista, la vio y sonrió, ella sintió que su compostura se venía abajo.

      –Estás preciosa –comentó él, diciéndole mucho más con la mirada.

      –Gracias.

      –No pensé que llevaras un vestido de fiesta en la maleta –añadió Alex.

      –El vestido es tuyo, hermanito –le dijo Chelsea–. Me lo ha prestado Lori, de la boutique.

      Yelena lo miró, le sonrió un poco y se encogió de hombros.

      –Bonito –murmuró él, pero la miró como si quisiera decirle que habría preferido tenerla desnuda.

      Ella lo fulminó con la mirada, pero Alex no se inmutó.

      Le ofreció el brazo, pero Yelena tomó a Bella de brazos de Pam.

      –¿Vas a llevarla? –preguntó él sorprendido.

      Yelena lo miró con frialdad.

      –Va a ser su primera fiesta. Jasmine vendrá a las seis.

      –¿Y no…?

      –¿No qué?

      –No sé… ¿No vomitará o algo?

      Yelena se echó a reír.

      –Tal vez.

      –¿Y tu vestido?

      –Si vomita, se me manchará –respondió ella sonriendo.

      –Bueno, después de lo que ha trabajado, qué menos que regalarle un vestido –dijo Pam.

      –No es eso… –empezó él, mirando a su madre.

      Y ella le dedicó una sonrisa de verdad, no como las que esbozaba con frecuencia cuando su padre vivía.

      Abrieron la puerta y Pam y Chelsea salieron delante.

      –¡Mis pendientes! –exclamó Yelena de repente. Luego, le dijo a Alex–: ¿Puedes sujetarme a Bella?

      Y se la puso entre los brazos sin más.

      Él se quedó sorprendido. ¡Era tan pequeña! La estudió con la mirada, con el ceño fruncido. Tenía los ojos grandes y marrones, las pestañas espesas y el rostro redondeado. El pelo abundante, moreno y rizado, y le estaba sonriendo.

      Era una versión en miniatura de Yelena.

      Sintió un cosquilleo por dentro y frunció el ceño, pero cuando Bella sonrió más y dos hoyuelos aparecieron en sus mejillas, se le encogió el corazón.

      Yelena se quedó inmóvil al ver a Bella y a Alex sonriéndose.

      «Oh, Dios mío», gimió por dentro. «¿Qué voy a hacer?».

      –¿Alex?

      Él la miró y Yelena vio en sus ojos sobrecogimiento, alegría… y algo más. «Nostalgia».

      Dejó de mirarlo a los ojos y alargó los brazos para tomar a Bella.

      –Pam y Chelsea nos están esperando. ¿Vamos?

      Pero él se quedó donde estaba, mirándola, con Bella todavía en brazos.

      –¿Alex? –repitió ella en voz baja.

      Él la miró como si quisiese leerle el pensamiento.

      –Podía haber sido nuestra –le dijo, sin amargura, sin acusaciones.

      Pero ella sintió que la angustia la invadía.

      –Lo sé –contestó.

      Él suspiró y le tendió a Bella.

      –Vamos.

      Durante la semana anterior, se había trabajado muy duro para adornar el complejo con toldos, árboles artificiales salpicados de pequeñas luces y una cubierta de seda azul oscura con pequeños fragmentos de cristal que hacía las veces de cielo estrellado. Se habían construido un pequeño estanque y una cascada en miniatura y, a su lado un hongo enorme con gusanos y bichos falsos del tamaño de un gato de verdad. Los niños gritaban al verlos y los adultos se sorprendían al ver las réplicas de criaturas del folclore aborigen repartidas por los decorados.

      La parte de atrás se abría en una enorme zona enmoquetada en la que se habían colocado mesas alargadas y se había dispuesto todo un banquete en el que se mezclaban platos típicos del lugar con las especialidades de Diamond Bay.

      Yelena observó cómo iban llegando los invitados y se dio cuenta de que iban a contar con casi toda la comunidad.

      Lo que significaba que la fiesta iba a ser un éxito.

      A su derecha, un grupo de mujeres se entretenían con Bella. La niña tenía la capacidad de despertar el instinto materno de casi todas las mujeres.

      De casi todas, menos de María Valero.

      Intentó no pensar en eso, no era el momento de darle vueltas a cosas que no se podían cambiar.

      Vio a dos periodistas hablando delante de la cámara. La prensa estaba allí; los invitados estaban llegando. Sonrió al ver a unos niños indígenas riendo y gritando.

      –Parece que va a ser un éxito.

      Yelena se sobresaltó al oír la seductora voz de Alex a su espalda.

      Se giró para mirarlo a los ojos.

      –¿Acaso dudabas de mi capacidad?

      –Ni lo más mínimo –respondió él sonriendo.

      Mientras se miraban a los ojos, en silencio, Yelena sintió que algo había cambiado.

      –Estamos hablando de la fiesta, ¿verdad? –le dijo en voz baja.

      –Por