Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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él.

      –No puedo hacerlo.

      –No te he preguntado si podías hacerlo, sino si querías.

      «Más de lo que puedas imaginarte», pensó ella.

      –Alex, estoy trabajando. ¿Has hablado con la prensa, con la otra prensa? –le preguntó.

      –Sí, y Pam también.

      –¿Y ha ido todo bien?

      –Eso parece. Salvo…

      –Carlos. ¿Lo has invitado tú? –quiso saber Yelena.

      –Sí.

      –¿Por qué?

      «Para que veas lo manipulador y egoísta que es».

      –Porque sé lo mucho que te importa –contestó Alex.

      La expresión de Yelena era indescifrable.

      –Ha estado haciendo acusaciones.

      –¿Acerca de qué?

      –De Sprint Travel, parece que pende de un hilo.

      –Es cierto.

      –¿Pagas una pequeña fortuna a B&H para que te represente y se te olvida contarme eso? ¿Estás loco? ¿O es que no te importa mi trabajo?

      –Es complicado –admitió él.

      –¡Estoy harta de que la gente me diga eso! Ese es el motivo por el que Carlos y tú discutisteis, ¿verdad?

      –Sí.

      –Pero no es el único.

      Alex osciló entre dos verdades. Quería que Yelena se diese cuenta de la realidad por sí misma, no contársela él. ¿Por qué iba a creerlo a él, y no a su hermano?

      –Es…

      –Complicado. Ya.

      –Si pudieses darme algo de tiempo para… –empezó Alex.

      –¿Lo de la otra noche fue solo para vengarte de mi hermano?

      Alex se dio cuenta de que, a pesar de parecer fría y profesional, Yelena estaba dolida.

      –La otra noche estábamos solos tú y yo. Y no pensé en nada más que en el placer. En el tuyo y en el mío.

      –No has contestado a mi pregunta –insistió ella.

      Él guardó silencio y pensó que todo había empezado por sus ansias de venganza, pero que eso había cambiado.

      –No quería hacerte daño –le dijo.

      –¿No? Pues menos mal –replicó ella con frialdad.

      –Yelena…

      –No, Alex. No puedo… –negó con la cabeza, con firmeza–. Tengo que ir a darle de cenar a Bella y a acostarla.

      Y se marchó.

      VOLVIÓ rápidamente a la carpa principal y notó que se le escapaba un sollozo.

      «No puedes llorar. Aquí, no. Ahora, no», se dijo.

      Contuvo las lágrimas y buscó a su hija, que era el centro de atención de un grupo de mujeres. A pesar de su estado emocional, consiguió sonreír y acercarse a ellas.

      –Ya son casi las seis, le tengo que dar la cena –le dijo a Pam.

      Esta se giró y sonrió.

      –Espero que luego vuelvas a la fiesta.

      Yelena asintió.

      –Volveré a ver cómo va, aunque todo parece estar bajo control.

      Yelena miró hacia la salida y vio a Alex.

      –Si quieres, puedo llevármela yo –le sugirió Pam.

      –No, gracias, la veo un poco nerviosa con tanta gente.

      Tomó a Bella con cuidado de los brazos de la otra mujer y, sin dejar de sonreír, fue hacia la salida.

      Alex ya no estaba allí. Yelena suspiró, no supo si era alivio o decepción.

      Ambas cosas.

      Recorrió el jardín y se sobresaltó al girar una curva y encontrarse con Carlos de frente.

      –¿Lo estás pasando bien?

      Él le dio una larga calada a su cigarro y luego echó el humo despacio.

      Yelena tosió y cambió de posición a Bella.

      –Al parecer, no tanto como tú –le dijo él–. ¿Qué? ¿Ha negado que quiera quedarse con Sprint Travel?

      –No se lo he preguntado.

      –Ah, claro. Estabas demasiado ocupada, ¿no?

      Ella resopló. Su hermano olía a whisky, pero no le dijo nada, sonrió al ver que pasaba por su lado una pareja.

      –Ese hombre no está en condiciones de organizar una rifa benéfica –comentó Carlos–. Y tú te estás degradando, estando con él.

      –¿Qué?

      –Mira su familia. Su padre creció en Bankstown, para empezar –siguió su hermano.

      –Y Paul Keating también, y ha sido primer ministro de Australia. ¿Qué hay de malo en vivir en el sur de Sídney?

      –Es una cuestión de educación, Yelena. William Rush engañaba a su mujer. Luego falleció en circunstancias extrañas y Alex quedó impune. Y he oído que las prácticas de Rush Airlines no son precisamente limpias.

      Yelena sacudió la cabeza.

      –Es la primera vez que oigo eso.

      –Eres una Valero –le dijo él con los ojos brillantes–. Lo que haces llega a la opinión pública y nos afecta a todos, en especial, a papá. No creo que le gustase enterarse de lo que está pasando aquí.

      –Carlos…

      –Y por Dios santo, Yelena, ¡recógete el pelo! Pareces recién salida de la cama.

      Yelena se llevó la mano a la cabeza y Carlos miró a su alrededor.

      –Pensé que tú, al menos, sabrías guardar las formas, aunque Gabriela fuese una mala influencia.

      –No se te ocurra hablar así de nuestra hermana –dijo ella, sintiendo ganas de abofetearlo.

      No obstante, no quiso darle la satisfacción de ver cómo perdía el control.

      –¿Cómo lo llamarías tú? Primero tenemos que venir a vivir a la otra punta del mundo gracias a ella. Luego, se convierte en modelo de segunda –dijo, con el mismo desprecio como si hubiese dicho que había sido una prostituta–. Después te llama y tú lo dejas todo para pasaros varios meses por Europa. Solo Dios sabe lo que haríais allí.

      –Recuerda que está muerta, Carlos –espetó Yelena.

      –Y tú terminas con un hijo bastardo.

      –Nunca me lo perdonarás, ¿verdad? –le dijo ella muy despacio–. Toma, sujeta a tu sobrina.

      Carlos retrocedió, con las manos levantadas y expresión de asco.

      –Dios mío –susurró ella–. Ni siquiera puedes tocarla.

      Carlos suspiró y sonrió al ver que una mujer pasaba por su lado.

      –Nunca la has tomado en brazos, ni le has hablado. Es un bebé, Carlos. Y que yo no tenga un marido no te da derecho a…

      –¿A qué? –inquirió él, agarrándola del brazo con fuerza–. Somos Valero, ¡descendemos de la realeza española! ¿Te has parado a pensar cómo fue para nuestro padre? ¿Para nuestra madre? No solo alardeas de tu hija,