Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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sí, estaba allí –replicó Yelena triunfante.

      –Eso no es verdad.

      –Alex estaba conmigo cuando murió su padre, Carlos.

      Él la miró sorprendida y a Yelena casi le dio pena, pero sabía lo que pensaba su hermano de ella y de Bella, y no podía perdonárselo.

      Miró a su hija, que se había dormido, y le acarició la cabeza con mano temblorosa.

      –No quiero discutir contigo –le dijo en un murmullo, sintiéndose agotada.

      –Pues no lo hagas –replicó él–. Me voy otra vez al bar.

      Yelena lo vio alejarse y sintió que se le partía el corazón. Carlos era su hermano. Su encantador, divertido e inteligente hermano, su campeón, su protector. Siempre lo había adorado.

      ¿Cuándo se había estropeado todo?

      Se apresuró a subir a su habitación, sonrió a Jasmine, que la estaba esperando y entraron. Preparó el biberón, se sentó en una mecedora y tomó a Bella en brazos.

      Con su hija en el regazo el dolor que se había instalado en su cabeza empezó a calmarse. No obstante, Yelena se negó a pensar en lo que acababa de ocurrir, no lo haría hasta que no hubiese dejado a la niña. En su lugar, suspiró y relajó los hombros.

      Terminó de darle el biberón demasiado pronto y Bella tenía los ojos cerrados. Yelena se levantó y la dejó en la cuna y, al mirarla, el corazón se le encogió todavía un poco más.

      La desaprobación de Carlos no era nueva. Tras mudarse a Australia, Gabriela se había rebelado por completo. Su peinado, maquillaje, ropa y novios eran los principales puntos de fricción. Y al cumplir dieciocho años había empezado a ganar dinero como modelo y se había marchado de casa.

      Lo que Gabriela no había sabido nunca era que Yelena se había encargado siempre de apaciguar las aguas que su hermana revolvía.

      Miró por última vez a su hija y salió de la habitación.

      –¿Vas a volver a la fiesta? –le preguntó Jasmine, que estaba leyendo un libro.

      Yelena asintió, incapaz de obligarse a ser simpática. Tomó su bolso y se marchó.

      No podía dejar pasar aquello.

      Le dolía mucho, porque era su hermano y esa noche le había mostrado una parte de él que era horrible.

      Pero si tiraba la toalla con él, no le quedaría nadie.

      Volvió al bar y estaba a punto de llamar a su hermano cuando vio aparecer a Alex. Yelena se ocultó, con la piel de gallina, conteniendo un escalofrío.

      –¿Qué demonios quieres? –le preguntó Carlos a Alex.

      –Estás borracho –respondió este.

      –Y tú eres un hijo de perra asesino que se está acostando con mi hermana.

      Yelena se llevó la mano a la boca para contener un grito.

      –Te equivocas en lo primero –murmuró Alex, en tono demasiado tranquilo–, pero con respecto a lo segundo… –hizo una larga pausa–. ¿Qué ocurriría si fuese verdad?

      –Te mataría –respondió Carlos.

      –Ten cuidado. Podría pensar que lo dices en serio.

      –No te lo advertiré dos veces, Alex.

      Yelena frunció el ceño, preocupada, conteniendo la respiración.

      –Seguro que es por eso por lo que los demás guardan silencio, asustados –comentó Alex por fin–, pero conmigo no te va a funcionar. Los dos sabemos quién ha estado contando esas mentiras acerca de mi padre a la prensa.

      Carlos guardó silencio.

      –Estás deseando decirlo, ¿verdad? –continuó Alex, casi divertido–. ¿Quieres que te ahorre las molestias? Oíste una conversación que tuvimos mi padre y yo, diste por hecho que mi padre engañaba a mi madre y lo utilizaste para alimentar a la prensa, y para intentar quedarte con Sprint Travel. ¿Por qué me odias tanto?

      Yelena podía sentir la tensión que había en el ambiente. No le costó trabajo imaginar la mirada fulgurante de Carlos, también la había utilizado con ella un rato antes.

      –Eras el hijo del gran y poderoso William Rush, adorado por millones de personas, el talentoso hijo de un maldito santo –dijo Carlos, dando un golpe en la pared de piedra–. A mí nunca me regalaron nada. Tuve que trabajar duro para conseguirlo.

      –Yo también.

      Carlos juró antes de añadir:

      –Tonterías. A ti nunca te costó conseguir nada.

      –Entonces, ¿se trata de celos?

      –Se trata de ser justos –replicó Carlos–. He puesto todo el dinero que tenía en Sprint y, al contrario que tú, no tengo una compañía aérea y un complejo turístico como este para respaldar mi negocio. No pensaste en las consecuencias cuando la policía empezó a interrogarte, ¿verdad? No pensaste en tu socio. Te limitaste a decir que no lo habías hecho tú. Te escondiste detrás de tu abogado y no dijiste más.

      –Yo no lo maté, Carlos.

      –Eso me da igual –dijo el hermano de Yelena–. Nuestro negocio se fue a pique por tu culpa. Tú incumpliste el contrato.

      –¿Y eso justifica lo que estás haciendo ahora?

      –Voy a hacer lo que sea necesario para salvar Sprint y mi reputación.

      –¿Qué significa eso?

      Yelena no pudo soportarlo más y asomó la cabeza para ver la escena.

      Los dos hombres estaban muy tensos.

      –Mi abogado me ha asegurado que ganaremos –dijo Carlos.

      –No cuando se enteren de las noticias falsas que has estado filtrando a la prensa. Quiero que pares ya esa campaña contra mi familia.

      –¿Qué campaña?

      –No te hagas el tonto. Ambos sabemos lo que has estado haciendo.

      –Vale, pero solo si me cedes tu parte de Sprint. Y te mantienes alejado de Yelena.

      –No –respondió Alex en tono frío.

      –No tienes pruebas –le advirtió Carlos–. Y Yelena te dejará si le cuento un par de mentiras.

      –No te creerá.

      –Soy su hermano. La única persona en la que confía. Me creerá.

      –Lo que hay entre Yelena y yo no es asunto tuyo –le advirtió Alex con voz tensa.

      –¡Claro que sí! –dijo Carlos, apretando los puños–. La has rebajado a tu nivel y yo debería…

      –No me amenaces –le advirtió Alex–. O, mejor, hazlo si quieres, pégame. Estoy deseando machacarte esa cara bonita.

      Yelena siguió observando en silencio, con el corazón acelerado, con todo su cuerpo en alerta, preparado para actuar.

      Pero Carlos retrocedió muy despacio y Alex se metió las manos en los bolsillos.

      –Un ultimátum solo funciona cuando uno tiene todas las cartas, Carlos.

      –¿Qué quieres decir con eso?

      –Quiero decir que has perdido. Que tengo tus amenazas grabadas en una cinta. Tengo la prueba de que has estado mintiéndole a la prensa. Y pronto tendré la prueba de que has estado robándole a Sprint, y a otras empresas también. Y, lo que es más importante, tengo a Yelena.

      Carlos se puso furioso, pero Alex continuó:

      –Sigue hablando con la prensa y verás cómo terminas.

      Dicho