Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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      Frunció el ceño.

      «Ocho, nueve».

      «Diez».

      Exhaló y volvió a respirar. Su técnica de relajación por fin empezó a surtir efecto, se le apaciguó el pulso, su respiración empezó a ser más regular.

      Abrió los ojos despacio y centró la vista en la puerta. Alex Rush representaba lo desconocido. No obstante, necesitaba desesperadamente aquel ascenso. La libertad que le daría sobrepasaba con mucho cualquier compensación económica. Libertad para trabajar cuando quisiera, desde casa. Para escoger sus propios clientes. Para demostrar a sus padres, de mentalidad demasiado tradicional, que no necesitaba un marido rico que le comprase vestidos y le pagase los tratamientos de belleza. Y, sobre todo, no lo necesitaba para ser una madre de verdad.

      Puso la espalda recta y giró el cuello dolorido. Luego recorrió el resto del pasillo con paso decidido hasta llegar a su despacho.

      Alex Rush esperó solo en el sencillo despacho de Yelena, dándole la espalda a la puerta. Sabía que la enorme ventana, que daba al parlamento de Canberra, enmarcaba su imponente altura y tendría un efecto estratégico. En aquella soleada mañana de agosto, Alex necesitaba todo el poder y la autoridad que proyectaba su altura, necesitaba que ella estuviese en desventaja, tenía que demostrarle que era él quien tenía el control y la última palabra.

      Su confianza se había debilitado brevemente, pero enseguida había apartado todas sus dudas. «No hay tiempo para arrepentirse». Yelena y su hermano Carlos se habían cavado su propia tumba, y la culpa era solo de ellos.

      Oyó el ruido de unos tacones y un segundo después, la puerta se abrió.

      «Que empiece el juego».

      A Alex le irritó que se le acelerase el corazón.

      –Jonathon me ha dicho que has querido verme a mí personalmente, Alex. ¿Te importaría explicarme por qué?

      Él se giró despacio, preparándose para la batalla. Para lo que no estaba preparado era para soportar el impacto que la imagen de Yelena Valero causaba siempre en él. Notó calor en las venas y volvió a sentirse como si fuese un adolescente, y como si estuviese viéndola por primera vez.

      Yelena era impresionante. Era cierto que, para cualquier experto en moda, tenía demasiadas curvas, el pelo demasiado salvaje, la mandíbula demasiado cuadrada y los labios demasiado carnosos en comparación con su hermana pequeña. Pero a él siempre se le cortaba la respiración cuando la veía.

      «Ya no tienes diecisiete años. Yelena te dejó tirado, te traicionó, poniéndose del lado de Carlos, que está decidido a acabar contigo. Solo quieres utilizarla para darle su merecido al cerdo de su hermano».

      La ira lo invadió, cegándolo por un instante, hasta que consiguió dominarla.

      Nadie sabía que llevaba años perfeccionado una máscara a prueba de balas. Y no iba a quitársela en esos momentos, ni siquiera al sentir la tentación de acercarse y besar a Yelena.

      –¿Quién te ha dejado entrar en mi despacho? –le preguntó ella de repente.

      –Jonathon.

      Yelena guardó silencio y frunció ligeramente el ceño.

      –Ha pasado mucho tiempo –comentó él.

      Ella lo miró como si quisiese descifrar qué había oculto detrás de aquellas palabras.

      –No me había dado cuenta –le contestó, mirando su escritorio antes de volver a mirarlo a él.

      Aquello lo enfureció. Él no había hecho otra cosa, más que contar el tiempo desde que su pesadilla había empezado. Todo su mundo se había venido abajo el día de Nochebuena y Yelena… había seguido con su vida, como si él solo hubiese sido un obstáculo en su carrera hacia lo más alto.

      Notó dolor en las manos y bajó la vista. Tenía los puños apretados.

      Juró en silencio y se obligó a relajarse. La recorrió con la mirada, sabiendo que eso la molestaría. La imagen de Yelena, desde los zapatos negros de tacón alto, el traje de chaqueta gris y la camisa rojo fuego que llevaba debajo, era la de toda una profesional. Llevaba el pelo recogido hacia atrás e iba poco maquillada. Hasta sus joyas, unos pequeños aros de oro y una cadena sencilla con el conocido ojo azul de Horus, reflejaban autocontrol. No se parecía en nada a la Yelena que él había conocido, la mujer de besos salvajes, piel caliente y seductora risa.

      La mujer que lo había dejado cuando lo habían acusado de haber matado a su propio padre.

      La vio fruncir el ceño y cruzarse de brazos, y eso le hizo volver al presente.

      –¿Has terminado?

      Él se permitió sonreír.

      –Ni mucho menos.

      Antes de que a ella le diese tiempo a decir nada, Alex se apartó de su camino y fue a sentarse.

      Ella se instaló detrás del enorme escritorio, sin dejar de mirarlo como un gato analizando un posible peligro. La hija privilegiada y mimada del embajador Juan Ramírez Valero parecía recelosa, y eso lo sorprendió.

      –Bonito despacho –comentó Alex, mirando a su alrededor–. Bonito escritorio. Debe de haber costado una fortuna.

      –¿De todos los agentes con experiencia de Bennett & Harper, por qué has preguntado por mí? ¿No va a incomodarte nuestro pasado?

      –Veo que sigues siendo tan directa como siempre –murmuró Alex.

      Ella se cruzó de brazos y esperó su respuesta.

      –Eres una de las mejores –le dijo Alex, jugando deliberadamente con su vanidad–. He visto tu campaña para ese cantante… Kyle Davis, ¿no? Creo que lo que puedes hacer por mí va más allá… –hizo una pausa y bajó la vista a sus labios antes de volver a fijarla en sus ojos– de nuestra historia pasada.

      Ella lo miró a los ojos sin parpadear. Era la primera vez que lo sometía a su mirada de «Reina del silencio», pero había visto cómo miraba así a otros. Era una mirada que utilizaba para poner nervioso y avergonzar, por norma general después de un comentario inapropiado o grosero. Y era tan fría como las antiguas espadas de acero que adornaban el estudio de su padre.

      Él le mantuvo la mirada hasta que Yelena se vio obligada a romper el silencio.

      –Y, ¿para qué me estarías contratando exactamente?

      –Eres conocida por tus enfoques positivos. Y, por supuesto, por tu discreción.

      –¿Te estás refiriendo a ti?

      –Y a mi madre y mi hermana.

      –Ya veo.

      Yelena se mantuvo tranquila mientras él cruzaba primero las piernas y después, los brazos. Una imagen perfecta de confianza y control masculinos, que le hizo recordar las semanas de pasión furtiva que habían compartido como si todo hubiese sido un sueño.

      Los fantasmas del pasado volvieron a alzarse, sorprendiéndola. Alex Rush había sido algo prohibido, pero eso no había impedido que se enamorase de él, del novio de su hermana.

      Tragó saliva. «Relájate». Había ido a verla por negocios, nada más. Lo que habían compartido había sido breve. Y había muerto y estaba enterrado desde hacía mucho tiempo.

      –Me lo debes, Yelena.

      Ella lo miró fijamente, lo maldijo por hacer que se sintiese culpable. Mientras luchaba contra su conciencia, él añadió:

      –Y conoces a mi familia, lo que te facilitará el trabajo.

      –No demasiado.

      –Más que la mayoría –replicó Alex–. Y tú y yo nos conocemos bien.

      Aquello sonó más sórdido de lo debido. Sus ojos azules, unidos a la profundidad de su voz, hicieron que Yelena se