Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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padre le había sido infiel a su madre.

      Yelena era la única que podía haber oído la vergonzosa discusión que Alex había tenido con su padre. Y la única que podía habérselo contado todo a Carlos.

      Aquello ya no era un asunto de negocios. Era personal.

      Los maldijo a ambos. La maldijo a ella.

      Apretó el puño hasta que rompió el bolígrafo que tenía en la mano, entonces, la abrió.

      Pronto estarían de camino a Diamond Bay, donde tendría a Yelena para él solo. Alex se aseguraría de que Carlos se enterase de que Yelena se acostaba con él y, luego, iría con las pruebas de sus fechorías a la justicia. Solo se conformaría humillándolo por completo.

      «¿No te conformas con una de mis hermanas? Mantente alejado de Yelena o te mataré». Alex sonrió mientras recordaba la amenaza que Carlos le había hecho por teléfono y que él seguía teniendo grabada.

      Cuando uno estaba enfadado, cometía errores, y Alex estaba esperando a que Carlos los cometiese.

      Se miró su brillante Tag Heuer. ¿Y si Yelena no se presentaba? No. Conocía a Yelena y sabía que aquella campaña era importante para su carrera profesional.

      No obstante, se sintió aliviado al oír por fin su voz.

      Giró la cabeza y frunció el ceño al ver que llevaba una especie de fardo entre los brazos.

      –¿Qué es eso? –le preguntó.

      –Mi hija.

      Ajena al silencio de Alex y a su expresión de sorpresa, Yelena sonrió a la azafata, que desplegó la cuna portátil para que pudiese dejar a la niña en ella.

      –Tú no tienes hijos –replicó Alex, sentándose enfrente de ella.

      –Claro que sí –dijo Yelena, quitándose la chaqueta–. Se llama Bella.

      –La has adoptado.

      –Eso no es asunto tuyo, Alex.

      –Lo es, si estás trayendo tu vida privada al trabajo.

      Yelena lo miró con frialdad.

      –Deberías entender por qué la he traído. No puedo dejársela una semana a mi familia, por mucho que necesite tu campaña.

      Él recordó que Yelena le había contado que tanto ella como sus hermanos habían sido criados por niñeras y en internados mientras María Valero había desempeñado su papel de esposa de diplomático a la perfección.

      –Entonces, ¿es tuya?

      Ella otorgó con su silencio, y luego asintió brevemente.

      Yelena tenía una hija.

      ¿Cómo era posible que él no se hubiese enterado?

      Alex notó cómo las heridas del pasado volvían a abrirse.

      –¿Cuánto tiempo tiene? –le preguntó.

      Ella levantó la barbilla, orgullosa, y lo miró a los ojos.

      –Cinco meses.

      Él hizo las cuentas y notó cómo la ira iba creciendo en su interior.

      La noche en que Yelena le había dicho que lo amaba, la noche de la muerte de su padre, ya había estado embarazada de otro hombre.

      EL AVIÓN despegó. Durante la siguiente hora, Yelena intentó concentrarse en los recortes de prensa de Alex, pero una y otra vez se sorprendió a sí misma mirando por la ventanilla.

      Bella empezó a ponerse nerviosa y ella dejó de fingir que trabajaba. Le preparó un biberón y se lo dio, sin poder evitar sentir la presencia del hombre que tenía enfrente, y su completa falta de interés por ella. Cuando Bella empezó a moverse, sintiendo la tensión de su madre, Yelena levantó la vista.

      Alex leía unos papeles con el ceño fruncido. Yelena nunca lo había visto tan enfadado, tan intocable. Los recuerdos que tenía de él estaban llenos de bromas, coqueteos y atracción.

      «Y no te olvides de los besos».

      Volvió a mirar a Bella, sus ojos enormes, la boca alrededor del biberón. Sonriendo con ternura, se puso una toalla en el hombro y la levantó.

      Diez minutos después, volvía a dejar a la niña dormida en la cuna, recogía los papeles y decidía dedicarse a mirar por la ventana.

      Debajo de ella estaba ya el complejo turístico más exclusivo de Australia. La belleza del lugar hizo que Yelena se olvidase momentáneamente de su tensión y le preguntase a Alex:

      –¿Cómo es que tu padre decidió construir un complejo tan lujoso aquí?

      Él levantó la mirada despacio, casi sin querer, y la miró a los ojos.

      –Para que fuese un lugar íntimo. Solitario –luego volvió a su trabajo.

      A Yelena le dolió que le hubiese contestado con tanta educación. ¿Por qué le costaba tanto mirarla, hablar con ella?

      Por suerte, el avión aterrizó enseguida y las puertas se abrieron.

      Yelena tomó su chaqueta y a la niña. Y notó la presencia de Alex justo detrás de ella. Se giró y lo vio con su bolso en la mano. Él le hizo un gesto con la cabeza, indicándole que lo precediese.

      Ella le dio las gracias en un murmullo y luego bajó las escaleras de metal con cuidado, con Alex pegado a sus talones, observándola.

      Una gran limusina negra los estaba esperando en la pista y cuando Alex le abrió la puerta en silencio, Yelena se dio cuenta de que había un portabebés dentro.

      Sentó y ató a Bella y luego entró, dejándole a Alex la ventana. Cuando la puerta se cerró tras de él, Yelena sintió claustrofobia. Todo era por culpa del hombre que tenía sentado a su lado, haciéndole el vacío como si hubiese cometido un pecado imperdonable.

      Suspiró con tristeza, apartó el cuerpo de él y habló a su hija, sonriéndole. Luego se miró el reloj. Solo le quedaban seis días y doce horas para marcharse de allí.

      Aquello era ridículo. Decidida, se giró hacia Alex.

      –¿Qué quieres conseguir con esta campaña? –le preguntó.

      Claramente sorprendido, él apartó la vista de la ventana y la miró con expresión sombría, pero no contestó.

      –¿Alex? –insistió ella–. ¿Cuáles son tus objetivos?

      –¿Quién es el padre?

      –¡Eso no es asunto tuyo!

      –Por supuesto que sí.

      –¡Por supuesto que no! –replicó Yelena enfadada, perdiendo el control–. No hay nada entre nosotros, Alex. Solo una relación profesional. Nunca hablo de mi vida privada con mis clientes y no pienso empezar a hacerlo ahora.

      –Pero traes a tu hija a un viaje de trabajo.

      –Es la primera vez que un cliente me pide algo poco razonable. No me has dejado elección.

      –Todo el mundo tiene elección, Yelena.

      Ella se puso tensa.

      –Si lo que te preocupa es no tener toda mi atención, te aseguro que Bella no impedirá que haga mi trabajo.

      –Ya veo –contestó él, fulminándola con la mirada.

      Había ira en ella, pero también algo más. ¿Orgullo? ¿Dolor?

      No, Alex Rush jamás demostraría vulnerabilidad.

      A Yelena se le hizo un nudo en el estómago. Por un segundo, creyó haber visto algo bajo aquella superficie hostil.

      En el pasado, habían sido amigos. Y en esos momentos, se sentía engañada.