Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


Скачать книгу

Rush era el Santo Grial de los clientes. Su campaña consolidaría la carrera de Yelena y la ayudaría a conseguir el ascenso. Y, a pesar de lo que había ocurrido entre Alex y Carlos, y a pesar de su tórrida aventura, Alex la había elegido. Si él podía tener una relación solo laboral con ella, Yelena haría lo mismo. No iba a tirar por tierra su futuro por los errores del pasado.

      –IBA a darle de comer a Bella –le dijo Melanie, su vecina, que cuidaba de la niña, desde la cocina–. ¿Quieres hacerlo tú?

      Yelena dejó el bolso en la encimera y tomó el biberón con una sonrisa en los labios.

      –Por supuesto. ¿Ha llamado mi madre?

      –Justo después de que tú te marchases esta mañana… –le respondió Melanie, siguiéndola por el pasillo hasta la habitación de Bella.

      –¿Y? Hola, preciosa, ¿cómo está mi bella Bella?

      Yelena tomó a la niña de la cuna.

      –¡Qué grande estás! ¿Cómo puedes estar creciendo tanto? ¿Qué te ha dicho, Mel?

      –Que estaba constipada y que no quería pegárselo a Bella –le contó la otra mujer.

      –Ya.

      A pesar de conocer perfectamente a su madre, Yelena no pudo evitar que aquello le doliese. María Valero jugaba al tenis y tenía un entrenador personal. Tomaba vitaminas, comía solo lo suficiente para estar sana, evitaba la cafeína, el chocolate y otras adicciones nocivas para la piel. A ese paso, los iba a enterrar a todos, incluida Bella.

      Y sus mentiras seguían doliendo a Yelena.

      –Es mejor no arriesgarse –añadió Melanie en tono diplomático–. Los bebés lo pillan todo enseguida.

      –Eso es verdad.

      Yelena se sentó en la mecedora y le dio el biberón a la niña.

      Se sintió orgullosa y llena mientras la miraba. Sería capaz de hacer cualquier cosa por ella. Su mundo empezaba y terminaba en Bella.

      –¿De qué trata ese nuevo viaje de negocios que tienes? –le preguntó Mel.

      –Es solo un cliente nuevo.

      –¿Cuánto tiempo vas a estar fuera?

      –Volveré el lunes que viene.

      –Entonces… –empezó Melanie, frunciendo el ceño–. ¿Quién va a cuidar de Bella toda la semana? ¿Tu madre?

      Yelena negó con la cabeza.

      –¿De verdad te la imaginas cuidando de un bebé? No, Bella se viene conmigo.

      –Guau –exclamó Melanie, cruzándose de brazos–. No sabía que B&H tuviese servicio de guardería. Creo que me he equivocado de profesión.

      –No lo tiene, pero sí el complejo turístico al que vamos. Y B&H correrá con todos los gastos –comentó ella sonriendo–. Y no me digas que preferirías tener un trabajo frívolo e impersonal, como el mío, en vez de tu desagradecido y mal pagado empleo de profesora.

      Melanie sonrió con la broma de su amiga.

      –No. Y, además, Matt me puede mantener. Es jefe de oncología.

      –Yo espero que, después de este cliente, me asciendan por fin.

      –Ya va siendo hora. Trabajas el doble que los demás. Pero echaré de menos a Bella… es un encanto –Melanie acarició la cabeza de la niña y luego le guiñó el ojo a su madre–. Aunque se parezca a su madre.

      Yelena respondió con una sonrisa.

      –¿Podrías hacerme el favor de ir preparando algunas cosas mientras yo termino aquí?

      Mientras Melanie buscaba ropa y todo lo necesario para la comida de Bella, Yelena le sacó los gases. Allí sentada, con su hija en brazos, era muy fácil olvidarse del mundo exterior. Bella era todo su mundo. Y ella le había hecho una promesa nada más verla.

      «Te protegeré de todo peligro. Y siempre estaré a tu lado cuando me necesites».

      Y lo había hecho bien hasta que Alex Rush había vuelto a su vida y le había pedido que le dedicase toda su atención.

      Bella estornudó y ella se la quitó del hombro para mirarle la cara. Sus ojos marrones la miraron y Yelena la estudió y se le hizo un nudo en el estómago.

      Alex era un hombre inteligente: en cuanto viese a Bella, ataría cabos. No habría marcha atrás. No obstante, no podía dejar a la niña en casa. Lo tenía muy claro después de cómo había sido su propia niñez.

      –Si Alex Rush quiere tenerme, tendrá que aceptar el paquete completo, cariño.

      Lo importante era que ella hiciese bien su trabajo. Alex solo quería calmar a la opinión pública. Ella no le importaba lo suficiente como para odiarla y su relación, solo profesional, duraría lo que durase la campaña.

      Alex se instaló en el cómodo Cessna e intentó centrarse en el trabajo que tenía delante, pero no pudo.

      El resentimiento que tenía contra el hermano de Yelena había ido aumentando desde el juicio por la muerte accidental de su padre. Alex se había marchado de su santuario en Diamond Bay en junio, para volver a Canberra, donde había descubierto el terrible efecto que había tenido la muerte de William Rush. Las especulaciones, los interrogatorios de la policía y el escrutinio de la prensa no tenían comparación con lo que le había hecho Carlos.

      Maldijo entre dientes. Había conocido a Carlos en la universidad y ambos se habían movido en los mismos círculos sociales. Cuando este le había propuesto que hiciesen negocios juntos, a él le había gustado la idea de salir de la sombra del hijo predilecto de Australia, William Rush.

      Dos años después, Carlos y él se habían hecho socios y habían creado una red de agencias de viajes con el nombre de Sprint Travel.

      Alex no estaba tan ciego como para ignorar que el visto bueno de Yelena había pesado mucho a la hora de tomar la decisión. Todavía podía oírla apoyando y alabando a su hermano.

      Era una mujer capaz de tentar al mismo Dios… aunque fuese hermana del diablo.

      Alex se pasó una mano por la barbilla.

      «Fuiste un idiota. Un tonto, un imbécil, pensaste con la libido, no con la cabeza».

      Toda su vida, había tenido la desconcertante habilidad de saber cuándo alguien no le decía la verdad. Su padre lo había apodado con orgullo: Alex, el Detector de Porquería. Pero a Carlos no lo había visto venir… o no había querido verlo porque, siendo el hermano de Gabriela y Yelena Valero, no era posible que fuese un mentiroso y un traidor.

      Alex resopló. Se había equivocado de cabo a rabo. Una semana después de que lo hubiesen declarado inocente de la muerte de su padre, Carlos le había mandado los documentos de ruptura del contrato. Él los había leído sorprendido. Si el juez le daba la razón a Carlos y su asociación se disolvía, Carlos se quedaría con todas sus acciones. Aquello era técnicamente legal, pero ¿y moral?

      Antes de que le hubiese dado tiempo a recuperarse de aquel golpe, le habían dado el siguiente. El Canberra Times había publicado un artículo acerca de las creativas prácticas contables de Carlos.

      Y entonces había sido cuando las cosas se habían puesto feas de verdad.

      La traición le había dolido a Alex mucho más que cualquier pérdida económica. Furioso, había intentado averiguar la verdad. Y cuanto más amargos eran los artículos que escribían acerca de su familia, más sed de venganza tenía él. Había utilizado todos sus contactos, todos los favores que le debían, para intentar averiguar la verdad, pero, hasta el momento, Carlos había sido listo y no había dejado pistas.

      Y, de repente, había conseguido dar dos grandes pasos.