Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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al que le gustaba conseguir que se sonrojase.

      –¿Café?

      –¿Qué?

      –¿Que si quieres un café? –repitió él sonriendo–. Podemos tomarlo junto a la piscina.

      Ella asintió, sintiéndose culpable. Había sabido que Gabriela y él no congeniaban desde el principio. Desde que Gabriela se lo había contado. ¿Cuándo? En el mes de mayo. Más de un año antes, aunque parecía que había pasado toda una vida. No obstante, su hermana lo había querido a su manera. ¿Acaso no se merecía Alex saber lo que había ocurrido?

      Lo vio llamar por teléfono y fingió que estudiaba su despacho con la mirada. Tenía que mantener la promesa que les había hecho a sus padres. Lo vio colgar.

      –Mi madre y Chelsea se encontrarán con nosotros en Ruby’s… una de las cafeterías… a las cuatro.

      –Alex…

      –¿Sí? –dijo él, con las manos apoyadas en las caderas y la cabeza ligeramente inclinada.

      «Gabriela está muerta». Lo tuvo en la punta de la lengua, a punto de salir, pero se lo volvió a tragar. Desde el principio, había sido clara con él. Solo estaba allí por motivos profesionales.

      –¿Saben tu madre y tu hermana por qué estoy aquí? –le preguntó.

      Él se apoyó en el escritorio.

      –No. Y no quiero que lo sepan, al menos, por el momento. Mi madre pensará que no es necesario… Me dirá que estoy malgastando mi dinero y tu tiempo, que todo se arreglará con el paso del tiempo… –dejó de hablar, apretó la mandíbula.

      Luego se aclaró la garganta, se cruzó de brazos y añadió:

      –Llevan aquí dos semanas y ahora es cuando se están empezando a relajar. Y quiero que sigan así.

      –Sé cómo hacer mi trabajo –le dijo ella.

      –Bien. Aquí la gente paga por estar incomunicada: ni periódicos, ni televisión, ni teléfono, ni Internet. A no ser que lo soliciten. Te he preparado la sala de conferencias, que está aquí al lado, con todo lo necesario para que trabajes. Aquí solo llegan clientes, y en aviones privados, así que no hay prensa. Podrás trabajar con total privacidad.

      Con total privacidad. En un complejo turístico increíble, que irradiaba el poder y la presencia de Alex por todas partes. No obstante, a pesar de la tensión que había entre ambos, Yelena se había sentido unida a aquel lugar nada más poner el pie en su suelo rojizo. Como si el único motivo de su presencia allí fuese la necesidad de relajarse.

      –¿Vienes mucho por aquí? –le preguntó a Alex.

      –No tanto como me gustaría. Viajo entre Sídney, Canberra, Los Ángeles y Londres, sobre todo.

      Yelena inclinó la cabeza.

      –¿Londres? ¿Estáis pensando en abrir una franquicia de Sprint Travel en el Reino Unido? Carlos…

      –¿Carlos qué? –le preguntó Alex muy serio.

      –Me… me lo mencionó de pasada.

      –Ya veo –dijo él antes de incorporarse–. Pero no. Rush Airlines tiene inversiones en el Reino Unido y en Estados Unidos. ¿Quieres ver tu nuevo lugar de trabajo?

      Alex salió del despacho y atravesó el pasillo, y a ella no le quedó otra opción más que seguirlo.

      –BIENVENIDA a Diamond Bay, Yelena.

      El apretón de manos de Pamela Rush pudo ser un tanto vacilante, pero su sonrisa era cariñosa. Llevaba puestos unos pantalones amplios de color beis, una camisa de flores anudada a la cintura, que enfatizaba su esbelta figura y, para completar el conjunto, un sombrero.

      –Es la ropa que me pongo para trabajar en el jardín –comentó Pam sonriendo. Luego se quitó el sombrero y se alborotó el pelo corto–. Tengo un invernadero al lado de mi suite. Intentamos ser todo lo autosuficientes que podemos.

      Yelena se fijó en la cariñosa sonrisa que le dedicó a Alex cuando este se sentó. Luego, Pam miró a la chica desgarbada, la hermana de Alex, que estaba repanchingada en el cómodo sillón de enfrente.

      –Ya he pedido que nos traigan café, espero que no te importe –dijo Pam–. A no ser que prefieras té, Yelena.

      Esta le sonrió.

      –No funciono sin café –contestó sonriendo.

      –¿Eres la hermana de Gabriela, verdad? –preguntó Chelsea.

      –Sí. Nos conocimos el año pasado.

      –En la fiesta de la embajada –dijo la chica sonriendo–. Ibas vestida con un vestido negro de Colette Dinnigan, de la próxima colección de invierno.

      Yelena sonrió.

      –Tengo amigos importantes. Y tú, muy buena memoria. ¿Te interesa el mundo de la moda?

      Chelsea se encogió de hombros.

      –Más o menos.

      –Es uno de sus muchos intereses –comentó Pamela Rush sonriendo a su hija–. Chelsea va a convertirse en una importante diseñadora –añadió orgullosa.

      –¡Mamá! –exclamó la chica, poniendo los ojos en blanco–. No…

      –Disculpe, señor Rush.

      El camarero dejó tres cafés y un batido de chocolate encima de la mesa. Yelena se fijó en que Chelsea se ruborizaba al mirar al chico y luego bajaba la vista al mantel.

      Ella sonrió y miró a su madre.

      Había visto fotografías de la madre de Alex en alguna revista del corazón. Lo cierto era que había envejecido bien, casi no tenía arrugas, ni había canas en su pelo corto, de color castaño.

      –¿No llevaba el pelo largo hace poco? –le preguntó con curiosidad.

      Si no hubiese estado observando tan de cerca a Pamela Rush, no se habría dado cuenta de que le habían temblado ligeramente los labios antes de contestar:

      –A veces, es necesario un cambio.

      Yelena asintió y apartó la vista para disimular la vergüenza. Claro. Aquella mujer había perdido a su marido, su hijo había sido acusado de asesinato. Había personas que huían, otras, que se daban a la bebida. Otras se quedaban destrozadas. Y Pamela Rush se había cortado el pelo.

      –Bueno, ¿y qué te trae por Diamond Bay, Yelena? –le preguntó esta.

      Ella miró a Alex, que arqueó una ceja, como invitándola a contestar.

      –Necesitaba trabajar sin distracciones…

      –Y relajarse un poco también –añadió Alex con naturalidad, sonriendo.

      –Pues estás en el lugar perfecto –comentó Pam.

      Mientras esta se servía leche en el café, Yelena pensó que era una mujer que sonreía con sinceridad, era educada, desenvuelta. Deseó poder anotarlo todo, pero tendría que esperar. En su lugar, tomó un sobre de azúcar y echó su contenido en el café solo.

      Bajó la vista un momento para mirar a Alex. Parecía tranquilo, la expresión de su rostro relajada. Hasta le pareció ver aprobación en su sonrisa.

      Eso le gustó tanto que se estremeció. «No es tu primera campaña», se advirtió a sí misma. «No puedes permitir que la satisfacción de un cliente se te suba a la cabeza».

      –¿Gabriela está en el extranjero? –preguntó Chelsea de repente, apoyando los codos en las rodillas.

      Desconcertada, Yelena tomó su taza de café y se la llevó a los labios antes de mirar a la adolescente.

      –Esto…