Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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ese momento sonó su teléfono, interrumpiéndola. Miró quién la llamaba.

      –Tengo que marcharme, es tarde –le dijo a Alex, guardándose el teléfono–. Tengo que dar de comer a Bella a las seis.

      Abrió la puerta, pero se detuvo con la mano en el pomo. Se giró despacio y lo miró fijamente.

      –Te agradecería que no se lo contases a nadie.

      Alex asintió en silencio y ella le sonrió agradecida.

      –Gracias. Y ¿podrías hablar con tu madre? Cuéntale por qué estoy aquí.

      Él volvió a asentir.

      –Hasta mañana.

      –Sí.

      Entonces, Yelena se giró y salió por la puerta.

      YELENA abrió la puerta de su suite y entró. El aire fresco le golpeó el rostro, aliviándola del calor que le quemaba en las mejillas.

      –¿Jasmine?

      La niñera salió de la cocina sonriente, con un biberón en la mano.

      –Bella lleva unos minutos despierta. Es una niña preciosa.

      –Lo es –admitió ella sonriendo.

      –Se parece muchísimo a su mamá, tiene el mismo pelo moreno y rizado, y la misma piel. Apuesto a que esos bonitos ojos marrones van a robar muchos corazones.

      –Cuento con ello –respondió Yelena sonriendo mientras dejaba su bolso encima de la mesa.

      Yelena pensó que había hecho bien al contarle a Alex lo de Gabriela. Era un peso que se había quitado de encima y así podría centrarse mejor en otras cosas.

      Como en la campaña.

      La agradable, pero extraña hora que había pasado con Pam no había hecho más que acrecentar su curiosidad. No por lo que le había contado, sino por todo lo que había callado.

      Ocurría siempre que se mencionaba el nombre de William Rush.

      Por segunda vez en el mismo día, una idea terrible la asaltó. Era fácil para alguien que llevaba años conteniendo sus emociones, reconocer lo mismo en Pamela Rush.

      Mientras la niñera recogía los platos, Yelena comprobó si tenía mensajes en el teléfono. Había uno de Melanie, deseándole buena suerte. Otro de Jonathon, recordándole que lo llamase al día siguiente. Y, curiosamente, otro muy breve de Carlos, pidiéndole que lo llamase.

      Parecía enfadado.

      Yelena dejó el teléfono encima de la mesa. No tenía ganas de enfadarse, después del día que había pasado.

      Se soltó el pelo y se pasó los dedos por él. No solo tenía que lidiar con Alex, sino con la extraña tensión que había en su familia.

      Se preguntó si podría ser imparcial cuando todavía recordaba los besos de Alex.

      –Me marcho –dijo la niñera desde la puerta–. Hasta mañana a las ocho.

      Yelena le dio las gracias con una sonrisa, pero esta se desvaneció en cuanto la puerta se hubo cerrado.

      Bella tenía sueño, así que le dio el biberón, le cambió el pañal y, después de dejarla en la cama, se dispuso a trabajar.

      Pero todavía no se había sentado cuando pensó que necesitaba una ducha. Se desnudó y entró en el cuarto de baño.

      Este era más grande que su dormitorio de casa, pero lo que más le llamó la atención de él, fue la bañera de burbujas.

      Sobre la encimera de mármol había una docena de geles y cremas diferentes, escogió uno de color verde y lo olió.

      Luego se miró en el espejo. Todas aquellas cosas bonitas, aquellos increíbles aromas, eran solo distracciones temporales. Se observó con la cabeza ladeada, luego levantada.

      «Tienes veintiocho años. Tienes éxito, eres una mujer decidida, directa». Se preguntó si se atrevería a hablar con Alex de lo que le preocupaba de Pam.

      Necesitaría encontrar el lugar y el momento adecuado. Se miró a los ojos marrones, bordeados de espesas pestañas. Eran los ojos de su padre, los de Carlos y los de su hermana Gabriela.

      Oyó que alguien abría la puerta y le dio tiempo a taparse con un albornoz. Se giró y vio a Chelsea.

      –¿Puedo entrar? –le preguntó esta, nerviosa.

      –Claro.

      Chelsea entró y ella cerró la puerta. La chica miró a su alrededor y dijo:

      –Veo que Alex te ha dado la mejor habitación.

      Yelena se apoyó en el brazo del sofá y sonrió.

      –¿De verdad?

      –Sí. Es la que utilizan cuando vienen jeques, estrellas del rock, primeros ministros. El baño es increíble. Y tiene burbujas.

      –Eso he visto. Debe de ser genial vivir siempre en un sitio así.

      –A Alex y a mamá les encanta.

      –¿Y a ti?

      Chelsea se encogió de hombros.

      –Es mejor que Canberra. Nuestra casa era como un mausoleo.

      –¿Y el colegio? ¿Y tus amigas?

      –He tenido tutores desde enero.

      –Ahh. ¿Quieres tomar algo? ¿Un refresco? –le pregunto Yelena.

      –No, gracias –respondió la chica, mirando de nuevo a su alrededor–. ¿Tienes un bebé? ¿Aquí?

      –Sí. Se llama Bella.

      –Genial. A mamá le encantan, seguro que se ofrece a cuidarla, así que ten cuidado –comentó Chelsea sonriendo–. ¿Cuánto tiempo tiene?

      –Cinco meses. Nació el dieciocho de marzo.

      –¡Yo también soy Piscis! Del cuatro de marzo. Qué gracia –dijo Chelsea. Luego, hizo una pausa–. ¿Puedo preguntarte algo?

      –Claro.

      –¿Dijiste en serio lo de las entradas para el desfile?

      –Por supuesto.

      –¿Por qué?

      Yelena la miró a los ojos, sonriendo.

      –Porque te acordaste de mi diseñador favorito, lo que quiere decir que te gusta la moda de verdad.

      La adolescente guardó silencio.

      –Aunque si crees que a tu madre no va a parecerle bien…

      –No, no es eso. Es que Alex nos ha contado que te ha contratado para lidiar con la prensa. Entonces, ¿por qué quieres…?

      –¿Por qué me ofrezco a quedar contigo en privado?

      –Sí. Después de todo lo que han dicho de mi padre, que si engañaba a mi madre y eso.

      –Chelsea, la prensa se inventa cosas todo el tiempo. Yo estoy aquí para que la gente lo olvide.

      –Ese es el problema –admitió la niña–, que yo creo que es verdad.

      AMBAS se sobresaltaron cuando llamaron a la puerta con firmeza.

      –¿Quién es? –consiguió preguntar Yelena.

      –Alex.

      Chelsea se puso en pie de un salto, sacudiendo la cabeza.

      –Espera un minuto –dijo Yelena, al ver a la niña presa del pánico.

      –Hemos discutido… se supone