Varias Autoras

E-Pack Jazmín B&B 1


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y muy práctico al mismo tiempo.

      Yelena hizo una pausa para respirar y miró a Alex expectante, pero este siguió en silencio.

      –¿Qué? ¿Qué te parece?

      –Solo faltan dos semanas para el uno de septiembre –dijo él por fin.

      –He organizado eventos en menos tiempo, y como utilizaríamos recursos y mano de obra externos, la carga de trabajo para Diamond Bay sería menor.

      –Ya.

      –Tus abogados tendrían que encargarse del seguro. También necesitaríamos una persona que se encargase de los suministros y, otra, de la prensa. Creo que tienes una oficina de prensa y un departamento para la organización de banquetes, ¿no?

      –Sí. Veo que lo tienes todo pensado.

      –Sí. Aunque, en realidad, la idea fue de tu madre.

      Alex levantó la vista del plato y se llevó el tenedor a la boca muy despacio.

      Yelena asintió.

      –Me habló de los músicos y artistas locales, de su talento, y me dijo que quería ayudarlos a promocionar su trabajo.

      –Ya –se limitó a decir Alex mientras masticaba–. ¿Tienes cifras, detalles?

      –Tendría que hablar con uno de tus contables, ¿qué tal mañana?

      Él bebió de su copa de vino.

      –Lo organizaré.

      –¡Estupendo! –exclamó ella, aliviada, antes de volver a comer.

      Por suerte, el tema los mantuvo entretenidos hasta después del café. Alex llamó al servicio de habitaciones para que recogiese la mesa y todo iba bien hasta que sonó el teléfono de Yelena.

      Era Carlos.

      –¿Dónde estás?

      –¿Por qué? –preguntó ella, mirando a Alex y yendo hacia el cuarto de baño.

      –¿Estás con… Alex Rush?

      –Otra vez, ¿por qué? –preguntó ella, cerrando la puerta.

      –¡Maldita sea, Yelena! Te dije que te mantuvieras alejada de él. ¿Qué te pasa? Antes eras tan…

      –¿Dócil?

      –Sensata. La gente habla.

      Algo en el tono de voz de su hermano la molestó. Mucho.

      –¿Y qué hay de nuevo en eso? ¿No puedo trabajar sin que la gente se invente mentiras acerca de mí?

      –¿Es tu cliente? –inquirió Carlos.

      –Yo no he dicho eso.

      –Pero has querido decirlo –dijo él, suspirando–. Tienes que buscarte un novio, Yelena.

      –Tal vez él sea mi novio, Carlos. Tal vez quiera tenerme de amante mantenida y yo haya aceptado bailar desnuda para él todas las noches. Sea cual sea el motivo, ¡no es asunto tuyo!

      Dicho aquello, Yelena colgó el teléfono y abrió la puerta del baño para salir, pero, al hacerlo, estuvo a punto de chocar contra Alex.

      –¿Estás bien?

      –Sí –respondió ella.

      –Pues no me lo ha parecido.

      –Era Carlos –le contó Yelena, pasando por su lado–. Se está portando como un cretino.

      A pesar de lo enfadada que estaba, no podía evitar sentir la presencia de Alex. Ambos volvieron al salón y ella se dejó caer en el sofá.

      –Piensa que tú y yo… –empezó–. No pensé que supiera que estoy aquí.

      Alex se sintió culpable, él mismo se había encargado de que Carlos se enterase.

      –¿Y eso importa?

      –A él le importa. ¿Qué demonios le has hecho?

      Él apretó la mandíbula involuntariamente.

      –Tal vez no sea todo culpa mía.

      –Yo no he dicho que lo sea –contestó Yelena–, pero es extraño. ¿Por qué piensa que tenemos algo? Nunca nos ha visto juntos… quiero decir… ¿no?

      –No que yo sepa.

      –Bueno, una vez fui a verte al trabajo y Carlos estaba allí –admitió ella.

      –¿Cuándo?

      –El uno de septiembre. Era el cumpleaños de Gabriela. Ella me pidió que pasase por allí para que recogiese la tarta, pero apareció tu… –hizo una pausa, tragó saliva–. Tu padre.

      Los dos se miraron fijamente. Alex recordaba muy bien aquella noche y la discusión que había tenido con su padre.

      –¿Carlos estaba allí?

      Yelena asintió despacio.

      –Lo vi marcharse cuando yo entraba a la cocina por la tarta. Después de que… tú y yo estuviésemos en tu despacho.

      Alex la miró en silencio. Si Carlos había estado allí… si los había oído… Entonces, tal vez no habría sido Yelena la que se lo hubiese contado todo.

      Alex se levantó de un salto.

      –Tengo que marcharme.

      –¿Alex?

      Él salió por la puerta, negándose a mirar atrás.

      EL MARTES pasó entre reuniones, llamadas y presupuestos y el miércoles, Yelena estaba trabajando en su despacho cuando le sonó el teléfono móvil.

      –Hola, papá.

      –Yelena, Carlos nos ha contado quién es tu nuevo cliente. Alexander Rush. ¿Es verdad?

      Yelena suspiró antes de responder con firmeza:

      –Sí, pero es confidencial. No se lo puedes contar a nadie.

      –No lo haré, pero ¿crees que es sensato volver a mezclarte con esa familia?

      –Es mi trabajo, papá –respondió ella.

      –Eres una Valero –le advirtió su padre.

      –¿Y?

      –No me gusta tu tono, Yelena. Y ese hombre ha estado acusado de asesinato.

      –Fue absuelto, papá.

      –De todos modos, no es el tipo de persona, ni de familia, con la que quiero que trates.

      –Es mi jefe quien escoge mis clientes, no yo –replicó ella.

      –¿Y cuando seas socia? ¿Podrás decidir entonces? –quiso saber su padre.

      Ella levantó la vista y vio a Chelsea en la puerta, sonriendo, con una bandeja en las manos.

      –¿Te importa si hablamos luego? Tengo que irme.

      –Yelena…

      –Papá, estoy trabajando.

      Él suspiró.

      –Hablaremos cuando vuelvas a casa –le dijo, y colgó.

      Yelena dejó el teléfono encima del escritorio.

      –¿Quieres desayunar? –le preguntó Chelsea–. Me han dicho que no has llamado al servicio de habitaciones. Te he traído tostadas, café y fruta. Si no te gusta, Franco puede prepararte algo más elaborado…

      –Me gusta la comida sencilla –dijo Yelena sonriendo–. Gracias.

      Las dos comieron juntas, en silencio. Después de la segunda tostada, Yelena dejó la taza de café en la mesa y le dijo a la chica:

      –Chelsea,