Andrea Szulc

La niñez mapuche


Скачать книгу

sólo como chicos “morochitos”, potenciales delincuentes para el lombrosiano sentido común de este país, que cree descender de los barcos y que los califica entonces como extranjeros, “chilenos”. Algunos de ellos, que se hacen oír afirmando su identidad como mapuche, reclamando respeto a sus derechos, generan una especie de espanto, pues no pareciera ser propio de un niño –menos aún de un niño indígena– semejante insolencia. Otros, quienes tras haber crecido en el campo considerándose a sí mismos “fiscaleros”,2 se autorreconocen como mapuche y comienzan a “rechazar los símbolos patrios”, generan la misma desconfianza. La ternura entonces intenta posarse en los niños de las “viejas” comunidades, los “verdaderos” o “auténticos” indígenas; pero muchos de ellos tampoco son aquellos angelitos deseosos de atender con solemne respeto a los visitantes no mapuche; se portan mal, no cantan el himno con el volumen adecuado, roban de la dirección de la escuela una bolsa de caramelos, o simplemente retacean la sonrisa a quien con tan buenas intenciones los observa.

      Ante estos niños mapuche, entonces, la sonrisa desaparece y en su lugar aparecen la extranjerización, la añoranza por la docilidad de antaño, la sospecha de oportunismo, la denuncia de su utilización política, o redoblados esfuerzos por hacer de ellos neuquinos o buenos cristianos, dignos “paisanos de Ceferino”.

      De las representaciones de y sobre estos niños mapuche trata la obra que aquí comienza. A los otros, los de la postal, nunca los conocí.

      El problema

      Sin embargo, no es éste el único mensaje que se les transmite. En su vida cotidiana, niñas y niños mapuche de distintos contextos son interpelados por diversos actores y agencias sociales del “mundo de los adultos” –familiares, docentes, agentes sanitarios, autoridades indígenas, medios de comunicación– que jerarquizan, cada cual a su modo, algunos sentidos de pertenencia: el ser niños, varones o mujeres, mapuche, miembros de una u otra comunidad, católicos, evangélicos, habitantes de zonas rurales o urbanas, neuquinos, futuros ciudadanos o argentinos. Mostraremos en esta obra cómo estos procesos forman parte de las disputas por la hegemonía características de este contexto provincial, las cuales –como se planteará– se despliegan crecientemente en el campo de la niñez mapuche, en torno a las formas de definir, nombrar, cuidar, educar y ciudadanizar a los picikeche (“gente pequeña”).

      Atenderemos asimismo a la dimensión subjetiva de estos procesos, indagando cómo los niños y las niñas van entonces transitando senderos preexistentes o haciendo camino al andar; caminos que se cruzan con otros, confluyen o se bifurcan, trazando encrucijadas identitarias ante las cuales cada quien va tomando su rumbo. En términos más académicos, estas diversas interpelaciones –que definen explícita o implícitamente distintas posiciones de sujeto– inscriben subjetividades múltiples en los niños interpelados, procurando que adhieran a distintos sentidos de pertenencia. No siendo ninguna de ellas ni esencial ni inmutable, en este libro analizo entonces cómo los propios niños las articulan, qué elementos jerarquizan, si y cómo intentan compatibilizar mensajes contradictorios, en qué direcciones sus autodefiniciones van cambiando a través de los distintos contextos cotidianos, así como la manera en que repercuten su experiencia rural o urbana y la perspectiva político-cultural de su entorno en estos procesos de articulación.

      Sobre la base de una investigación etnográfica, esta obra se orienta por tanto a analizar los procesos de resignificación mediante los cuales los niños mapuche de la zona central y sur de la provincia del Neuquén otorgan sentido a sus experiencias cotidianas y a las interpelaciones generadas por diversas usinas y actores sociales, resignificaciones que los muestran como partícipes activos en la constante rearticulación de sus subjetividades.

      La antropología ofrece un abordaje interesante para el tema que nos ocupa pues, en tanto ciencia social que investiga problemáticas sociales y culturales, se caracteriza por su marcada atención a la diversidad de la experiencia humana; porque si hay algo que caracteriza a los seres humanos es la plasticidad de su comportamiento, que da lugar a diversas formas de vida, distintas formas de obtención del sustento, de organización doméstica, social y política, distintos modos de entender y explicar el mundo, de relacionarse entre sí y con otros conjuntos sociales.

      El hecho de que los niños humanos, a diferencia de otras especies, nazcan muy poco equipados para subsistir por sus propios medios crea un período en que dependen de la asistencia de otros. Pero esa atención no tiene una forma ni protagonistas predeterminados, sino que distintas sociedades han ido desarrollando formas diferentes de resolver esta cuestión, en el marco de su cultura, es decir, del modo en que cada sociedad produce su subsistencia, su modo de entender el mundo, sus concepciones acerca de la vida y la muerte, su concepto de “persona” y su modo de interpretar la niñez, lo cual es producto de la construcción sociocultural en el marco de procesos históricos. Asimismo, como ha señalado Alma Gottlieb (2000), la antropología ha visibilizado cómo, junto con las distintas maneras de definir la niñez en distintos contextos socioculturales, existen también diversas maneras de educar, entendiendo la educación en sentido amplio, como procesos que implican la producción de sujetos, es decir, procesos formativos, no necesariamente escolares, que serán entonces nuestro foco de interés a lo largo de esta obra.

      Algunas especificaciones

      La investigación aquí presentada parte de problematizar, desde una perspectiva antropológica, la naturalizada noción de sentido común –producto histórico de la modernidad– que cosifica a los niños al concebirlos como seres fuera de la historia y de la sociedad, incapaces de elaborar críticamente sus experiencias; una totalidad homogénea, cercana al “estado de naturaleza” y a la “esencia” de lo humano. Entre mis puntos de partida, entonces, se destacan dos premisas. Primero, la importancia de considerar a los niños sujetos sociales activos, posicionados y reflexivos, cuyas prácticas y representaciones merecen ser analizadas. Segundo, la necesidad de enmarcar sus modos de acción y agencia en las nociones de niñez que ponen en juego cotidianamente los diversos adultos con quienes se vinculan.

      Vale aclarar asimismo que frecuentemente utilizaremos aquí el término “niños” como conjunto que abarca tanto a varones como mujeres, a pesar de conocer y acordar con que este uso –por el cual en castellano el término en masculino abarca y subsume al femenino– “no es ingenuo ni casual”, como bien señala Eva Giberti (1998: 6).