Sebastián Blaksley

Elige solo el amor


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existe el deseo de retener nada. No existe el deseo de poseer. Solo existe el amor extendiéndose eterna e ilimitadamente en razón de lo que es. No se puede retener la verdad. No se puede retener el amor. No se puede retener el pensamiento de Dios. No puedes siquiera retener la experiencia de Dios. En efecto ni siquiera puedes retener el tiempo. Eso te causa ansiedad. Pues el deseo de controlar, que es lo mismo que el deseo de poseer, hace que te dediques a la desgastante tarea de intentar atrapar el viento con las manos. Tarea que no puede más que engendrar miedo, pues es buscar para nunca hallar. De este modo el miedo a poseer se experimenta de estas dos maneras diferentes. Por un lado, se experimenta ante la imposibilidad de no poder poseer nada verdaderamente. Y, por otro lado, porque aquello que se busca poseer no es lo que el objeto de la posesión puede darte.

      Hemos hablado ya de abandonar el deseo de poseer. Aquí estamos retomando este tema, aunque desde una perspectiva un poco diferente ya que lo hacemos desde la perspectiva del deseo de poseer al amor. Cada vez que intentaste adueñarte del amor te enojaste con Dios y con la vida por el hecho de que no pudiste retenerlo. El espíritu (y el amor es espíritu) es como el viento. No se sabe de dónde viene ni a dónde va. No se puede retener. Esto lo sabes bien, puesto que ya se ha dicho y además porque lo has experimentado una y otra vez. El ser no se deja atrapar. No se deja poseer. Por ende, todo lo que es susceptible de ser poseído, o retenido, no puede proceder del amor. Dicho de otro modo, todo lo que posees te esclaviza, de un modo u otro, puesto que te retiene. Te mantiene atado a la posesión. De ese modo el poseedor y el poseído quedan atados uno al otro. El carcelero y el prisionero quedan ambos encarcelados.

      Alma amada en el amor que Dios es, despréndete de todo en tu corazón y verás como levantas vuelo. Verás como vuelves a respirar libertad. La libertad de no ser esclava de nada ni de nadie, pero por sobre todo de no ser esclava de ti misma. Para poder hacer eso debemos recordar una vez más que todo es pensamiento. Por lo tanto, el verdadero camino del desapego no consiste en deshacerse de cosas materiales ni de personas o ideas. Puedes dar todos tus bienes a los pobres. Puedes irte a vivir sola a la cima de una montaña. Y aun así no desapegarte del deseo de poseer.

      III. Desapego y libertad

      El deseo de poseer pertenece al ámbito de la mente egoica. Y no de la materia física. Todo deseo surge en tu interior. Del deseo de poseer, cuya dinámica es siempre creciente, es desde donde surgen la envidia, la llamada codiciosa y la lujuria. Los asesinatos y toda mezquindad. Las guerras y toda falta de amor. En todo acto de desamor existe el deseo de poseer, de un modo u otro. El deseo de poseer es el deseo de ejercer poder y dominación, ya que poseer supone que ejerces una soberanía sobre aquello que posees.

      Pretender poseer al amor y revelarte contra él por no poder lograrlo, es la base de la separación. De ahí que sea tan importante que renuncies al deseo de poseer. Comenzando por los asuntos materiales, mentales y humanos. No desear poseer bienes mundanos tanto materiales como inmateriales es un medio para abandonar la compulsión de poseer. En eso radica el valor del desapego. Nada más que en eso. No en lo material en sí. Cuando dejas de apegarte a las cosas, sean las que sean, dices: "soy libre, puedo abrazar esto o aquello cuando entra dentro del marco de mi consciencia. Y dejarlo ir cuando se va, sin intentar retenerlo, ni tampoco intentando que no venga. Dejo que todo venga cuando quiera y como quiera. Y dejo también que todo se vaya cuando quiera y como quiera. Y de ese modo vivo inmerso en el flujo de la vida. Pues he reconocido que yo soy la vida, por lo tanto, soy el firmamento en el que las nubes del cielo aparecen y desaparecen. Como parte de lo que soy. Soy el cielo y las nubes. Soy todo". Es también un modo de decir: "no deseo poseer nada y por ende no planifico nada. No planifico nada porque no deseo controlar nada. No controlo nada, porque ya no vivo en el miedo sino en el amor. Y reconozco que dentro del amor no existe ninguna necesidad de control pues no existe el temor"

      El caminito del desapego parece difícil solo al principio. Pues tarde o temprano te darás cuenta de que no es necesario poseer nada porque no existe tal cosa como algo externo a ti. ¿Qué sentido tiene poseer aquello que no solamente ya es tuyo, sino que eres tú mismo, pues forma parte de ti? Creer que existe algo externo a ti es lo que te lleva a pensar que puedes y debes poseer algo. Tener no significa nada en el reino del amor pues en el amor solo existe el ser. Ser y tener quedan equiparados en el amor. Por ende, los que son amor lo tienen todo porque el amor lo es todo. Lo que no es amor no puede poseer nada y nunca podría, ya que lo que no es amor es nada. Recuerda que solo existe el todo y la nada. La verdad y la ilusión. El amor y el miedo. De tal manera que en un estado de consciencia eres pleno, y en el otro eres un ser incompleto. Desde esa compleción o in compleción es desde donde elaboras el deseo de poseer, el cual encierra en sí el deseo de ser.

      IV. Todo es tuyo

      Alma enamorada, llena tu alma de amor y verás que lo tienes todo. Llena tu alma de ser y verás que lo eres todo. Llena tu alma de Cristo y no necesitarás nada más pues él es el amor que estás buscando. Es el amor que eres y la abundancia del corazón en la que has sido creada y vives eternamente, sin importar que tan consciente o no seas de ello. Eres un alma soberana. Siempre lo has sido. Se te ha dado un reino, tu ser. Gobiérnalo en unión con el único que sabe cómo hacerlo en el amor, con el Cristo viviente que vive en ti. Dale el control a él. Dale tu vida a él pues a le pertenece. Recuerda que tú no has creado la vida. La vida se te ha dado gratuitamente. Y todo lo que Dios es, también. Todo es tuyo.

      Ahora que has abierto tu mente y corazón para recibir este conocimiento, y te aseguramos que esto es conocimiento verdadero, serenamente puedes decir para tus adentros todos los días de tu vida, en alegría y verdad:

      Todo es mío.

      Mío es el cielo.

      Mía es la tierra.

      Mía es la noche y mío es el día.

      Mías son las aguas cristalinas de los ríos y los mares.

      Mía es la lluvia y mía es la sequía.

      Mío es el silencio y mías las melodías.

      Todo es mío.

      Mío es el canto de las aves y míos los lirios del campo.

      Mío es el viento y mía la quietud.

      Mía la sabiduría y mía la ignorancia.

      Mía la fortaleza y mía la debilidad.

      Los santos son míos y míos los pecadores.

      Mía es la belleza y mía la armonía.

      Todo es mío.

      Los ángeles de Dios son míos y mía es la madre de Dios.

      Y el mismo Dios es mío y todo parar mí.

      Porque Cristo es mío y todo para mí.

      Amados de la luz, os aseguramos que los que viven conscientemente en el amor tienen en sí el poder de decirle al viento que se calle y el viento se calla. Tienen a su disposición todo el poder del cielo y de la tierra. Esto se debe a que el amor es el soberano de la creación, ya que es su fundamento. Debéis aceptar que solo en unión con el amor podéis ejercer la soberanía que es vuestra, ya que es una soberanía compartida con la totalidad que es en verdad. La soberanía del amor es libertad. Es armonía perfecta. Es perfecta plenitud y felicidad. Recordad entonces que os unís a la totalidad, y con ello a vuestro poder soberano, cada vez que permanecéis en la presencia del amor.

      Ser y tener son uno y lo mismo. Sí, pero no se puede tener nada sino es en unión con el amor, pues solo el amor es. Si sois amor, y os aseguramos que eso es lo que sois, entonces lo sois todo. Por ende, lo tenéis todo. Si permanecéis en el amor sois dueños de todo, porque sois dueños de vuestro ser. No para poseerlo sino como extensión perfecta del amor de Dios. No os olvidéis nunca que cada brizna de viento y cada pétalo de cada flor, cada niño que nace a la vida, no es otra cosa que el amor del Padre extendiéndose hacia vosotros. Y dado que el Padre y vosotros sois uno, entonces lo que se extiende no es otra cosa que vuestro mismo ser.

      V. Posesividad