Sebastián Blaksley

Elige solo el amor


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      Hoy he venido a hablar como una madre habla a su hija bien amada. Tú que eres alma bendita, alma que escucha la voz del amor y la sigue. Alma que sabe reconocer la voz de la verdad. Alma que ha buscado y hallado. Alma que se deshace toda en amor perfecto. Alma fundida en mi ser de puro amor divino. Tú que transcribes estas palabras y tú que las recibes y las aceptas como la verdad que son, pues sabes quién es la que te está hablando, puesto que tu corazón salta y vibra de alegría al oír mi voz. A ti, mi amada hija por designio del Padre y nuestra voluntad conjunta. A ti, y también a ti, es a quien le estoy hablando. Y al hablarte a ti, le hablo al mundo entero.

      La ansiedad que puedes experimentar y observar en estos días, que son preludio de la celebración del nacimiento de Cristo, es un eco que procede del recuerdo ancestral de la consciencia universal. Recuerdo que es como una marca indeleble que quedó grabada para siempre en el ser, desde aquel día glorioso donde la creación fue testigo del nacimiento de Dios en un cuerpo humano. Una nueva creación nacía. Yo, la madre de Dios, en representación perfecta de toda la humanidad, dije "hágase en mí tu voluntad" y ese "hágase" fue tomado por el mismo Dios.

      Así como en el primer "hágase" se hizo la luz, en este nuevo "hágase", ya no dicho por el Dios del universo, sino por la nueva Eva, la nueva humanidad, el Dios humanado, era hecho. La naturaleza humana era reunida por el mismo Dios, sin dejar de ser la que es. Ahora la naturaleza humana se fundía en Dios. Así como toda madre siente ansiedad, angustia y un sinfín de emociones y sentimientos de gran intensidad antes del alumbramiento, así el corazón de la creación se sintió en ese tiempo en que Cristo se encarnaba. Ese movimiento creativo universal fue de tal magnitud que nunca pudo ni podrá borrarse de tu consciencia ni de la consciencia de todo el universo. Esta es la razón por la que siempre habrá celebración de navidad. Del mismo modo en que siempre se celebrará el milagro de la eucaristía, pues ambos son una unidad indivisa. Son un nuevo hágase del creador.

      Cada parte de la creación, en su totalidad, ha quedado prendada por el acontecimiento del nacimiento de Cristo. Este hecho quedó registrado y quedará registrado para siempre en la memoria de la creación. Cada partícula, cada elemento, cada átomo, cada molécula y cada cuerpo físico. Cada energía, cada gota de agua. Cada flor. Cada movimiento del aire que respiras. Cada rayo de luz. Cada mañana y cada atardecer. Cada estrella y cada sonido. Cada melodía de la creación física. Todo fue alcanzado por esta explosión universal del amor.

      IV. Individuo y persona

      La encarnación de Cristo, si bien llegó a su plenitud en la resurrección, fue un continuo (como todo en el tiempo lo es) que tuvo su inicio en el tiempo en que se manifestó la anunciación. Desde el instante de la concepción virginal de Jesús en mi cuerpo intocado se inició un movimiento del espíritu divino, que fue en sí el mismo movimiento creativo que dio origen a la creación toda. Os dije, en la voz de la consciencia de Cristo, que es entregada a vosotros por medio del coro de ángeles del cielo, que Dios en su infinita y pura potencialidad concibió la idea de la unicidad. Así es como el creador, en una osadía creativa sin igual, por el puro gozo de crear en el amor, extendiendo el puro pensamiento de amor que es, ahora se conocía a sí mismo como una individualidad en la que siendo la parte sigue siendo el todo. Esto se perfeccionó precisamente en la encarnación de Dios. De tal manera que bien podemos reconocer que la encarnación de Cristo, y, por ende, el nacimiento de Jesús ha sido la osadía de las osadías de Dios. El creador mismo, aquello a lo que llamamos Abba, se hacia uno con la naturaleza humana. Entraba al reino de la separación. Ingresaba al sueño de Adán para despertarlo, tomando la carne. El amor se hacía forma. Lo in-atribuible tomaba atributos.

      Ahora el amor ya no sería simplemente un espíritu informe. Sería un cuerpo humano, con diez dedos en las manos, y diez en los pies. Y de ese modo, se hacía visible para la consciencia del plano material. La brecha insalvable quedaba salvada. Se creaba el puente entre lo divino y lo humano que es el Cristo viviente que vive en ti. De ese modo nacía la persona. No como un ser separado del amor sino como expresión perfecta del amor que Dios es. La consciencia divina tomaba forma humana y de ese modo se restablecía la consciencia de la unidad. No en la verdadera consciencia que es la consciencia de Cristo sino en la consciencia personal. Ser individuo fue la idea del ego. Ser persona la idea de Dios.

      Se os ha dicho que explicaríamos la creación en fases sucesivas. También se os ha dicho y demostrado de miles de maneras diferentes que el amor no destruye. El amor transforma. Esto es así porque el amor es Dios y, por lo tanto, es la pura abstracción y potencialidad sin límites. Es indefensión infinita. El ser de puro amor que Dios es no es solamente el acto creativo y el primer movimiento de creación sino eterna potencialidad sin límites.

      El amor es eterna creación. Crea y recrea sin dejar nada creado, sin un espacio donde poder ser, dentro del universo de la verdadera creación divina, que es siempre puro pensamiento. Este es un modo diferente de decir que el amor hace nuevas todas las cosas. No existen límites para crear en la pura potencialidad del ser que Dios es, ni en ti, pues eres uno con él. De tal modo que lo impensable ocurrió. La nueva creación nacía. Esa nueva creación de puro amor perfecto es literalmente Jesucristo. Forma visible de una realidad invisible. Forma observable del amor que Dios es, cuya magnificencia ningún ojo humano vio, ni oído oyó. Realidad que abarca lo conocible y lo incognoscible. Nadie podrá decir jamás lo que Jesucristo es en toda su extensión.

      V. Una nueva creación

      Jesús vino al mundo en mí, pues es uno conmigo, tal como lo es contigo. Como se ha dado a entender, antes de la concepción virginal hubo un diálogo y en ese diálogo hubo un Fiat. Eso fue así para que puedas recordar a nivel de la conciencia que Dios, que es amor perfecto, siempre respeta la libertad. Cristo, que es la extensión del Padre, solo nace en ti cuando así lo dispones. No te olvides que la paciencia de Cristo es infinita y, por ende, bien pudo esperar eras geológicas completas para que la evolución de la conciencia en el plano físico llegará al punto exacto desde el que podía pegar otro salto cuántico, que es el paso de la conciencia puramente humana, a la conciencia humana cristificada. Esto no es algo tan difícil de entender si piensas en la creación material como un continuo de evolución de conciencia. La creación es el camino. Podemos decir también que es una historia que se va viviendo, una de amor. Historia que no terminará jamás. En ella se recorre un camino, o se manifiesta una evolución. Hay movimiento.

      El camino de la creación es un camino evolutivo de toma de consciencia. Camino que va desde el estado de inconciencia plena, que es lo que se intentó expresar al decir "tierra yerma", hacia un estado de conciencia plena. Todo en el plano material es consciencia materializada. Es conciencia expresada en la forma. Desde aquellas formas que manifiestan de modo observable lo inconsciente. Hasta las que manifiestan lo que sí es consciente. Es decir, lo que tiene consciencia de ti mismo. Lo que está en la luz del autoconocimiento, caminando hacia el conocimiento perfecto del amor de Dios.

      En el instante perfecto. Ni un minuto antes y ni un minuto después. Cuando tenía que ser. Se echaba a andar, por decirlo de algún modo, el movimiento de cristificación de la consciencia física. Comenzaba una nueva fase en la creación. Fase creada por el Padre en unión con el hijo. Ahora la micropartícula de agua cristalina estaba lista para regresar a la ola, conociéndose a sí misma. Y regresaba. Ya no se perdería en la nada de la inmensidad del océano de ser, en el que creía poder perderse.

      Ahora la gotita de agua sabía con perfecta sabiduría que no sería engullida por el océano infinito de amor que Dios es. El todo no anularía jamás a la parte, ni la parte tenía por qué estar en pugna con la totalidad. Ahora la gotita retornaba a las serenas aguas de vida eterna, sin dejar de ser la que es. Ella regresaba siendo consciente de que era igual que el amor, es decir, que el océano, pues podía seguir extendiéndose a sí misma dentro del amor sin dejar de ser la que es. Ya no necesitaba abandonar al Padre para poder encontrarse a sí misma. Ahora comprendía que ser uno con el Padre no significaba que dejara de ser la que es. Pues ahora sabe que es eternamente libre. Ahora el miedo comienza a ceder. El miedo a no ser comienza a desvanecerse. Comienza así un nuevo movimiento. Continúa la historia de la creación. Ahora el alma emprende el retorno a la casa del Padre. No en soledad