Sebastián Blaksley

Elige solo el amor


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de la creación, en cada soplo de viento, en cada rosa y en cada rayo de luz. Tu amor, y, por ende, tu ser, está presente en todo lo que es. Pues aquello que hace que todo sea es lo que hace que tú seas.

      Hemos repetido en reiteradas oportunidades que esta obra va dirigida a la sanación de la memoria. De la memoria divina que vive en ti. Recordar la verdad es de lo que se trata todo esto, que hemos venido a regalaros por amor y se compila en estas palabras llamadas "La morada de la luz". Compartiendo la verdad con vosotros es como la retenemos en nuestras mentes y corazones. Compartiéndola es como hacemos que no nos olvidemos de su belleza, magnificencia y resplandor. Esta es la razón por la que siempre os estaremos agradecidos al permitirnos compartir, con vuestras mentes y vuestros corazones, la sabiduría de Dios, en cuya verdad eterna todo lo que es santo resplandece en una luz cuyo fulgor es más resplandeciente que el sol.

      Amada de las alturas, lo que estamos recordando es que no necesitas poseer nada, pues todo lo que es verdad te pertenece, ya que eres la totalidad. Dicho llanamente, la creación no es otra cosa que el espejo en donde puedes ver reflejada tu belleza, vastedad y santidad pues para eso existe, para que te conozcas en Dios. Cuando mires la creación recuerda que estás viendo al Padre y con ello a ti misma, pues solo en Dios puedes verte a ti, ya que Dios y tú son uno y lo mismo.

      La compulsión de poseer es lo contrario a la generosidad. Este deseo compulsivo de poseer surgió como respuesta ante la nada del ser que percibías ser. Al negar el ser, es decir, al negar el amor, consideraste que eras poco y casi nada. Y de alguna manera, utilizando tu memoria celestial, que te permitía conocer perfectamente que ser y tener son lo mismo, intentaste ser más por medio de poseer más. Siempre más, para ser eternamente más ser. Poseer para ser más es la base de los mecanismos mentales egoicos. Y como todo lo que era del ego, no funcionó. Recuerda que el ego nunca logra, ni logró su cometido. El ego prometía pero no cumplía. No porque fuera pecaminoso sino porque no podía.

      El ego, y con ello la compulsión de poseer, fue un experimento fallido. Sí, eso fue. ¿Acaso la vida no es ineficiente y desordenada en cierta medida? ¿Por qué crees que los procesos creativos de Dios no pueden ser simplemente eso, procesos que vienen y van, los cuales no siempre tienen por qué ser eficaces? En fin, todo esto ya lo sabes bien. También sabes que ya no estamos en la era del ego. El ego se ha ido para siempre. O, mejor dicho, lo has abandonado. Ahora estamos desarticulando los patrones mentales que quedaron asidos como costumbres del pasado, como si fueran cadenas que cuelgan alrededor del cuello que, aunque no están atadas a la pared y, por ende, podríamos movernos libremente, nos dificultan el andar por causa de su peso y molestia. Esas cadenas son las que nos estamos sacando de encima serenamente. Se salen tan solo dejándolas a un lado. Todas se resumen en el deseo de poseer.

      VI. Ámate a ti misma

      La compulsión del ego de poseer surge del deseo de ser más de lo que eres. En definitiva, este deseo surge de la creencia de que puedes adherir algo al ser. Esto también procede de una memoria ancestral. Procede de tu sabiduría innata de que tu ser debe ser "adherido", es decir, "unido", a un algo para poder ser. Sabes que el ser es una tabla rasa y que debe dársele una identidad. Una individuación. Lo sabes y lo sabes muy bien. De hecho, tu deseo a veces incluso desenfrenado de poseer así lo atestigua. En su origen, el deseo de poseer está en perfecta armonía con la verdad divina porque, en última instancia, procede del deseo de unión. Siempre te unes de un modo u otro a aquello que posees, al menos en algún nivel. Si bien la idea en su origen es correcta, lo que has estado haciendo es intentar unirte a lo que no puedes unirte.

      Solo a Cristo es a quien debías y debes unirte para tener una identidad real. Es decir, para darle un atributo al ser que eres en verdad. Esto se debe a que no puedes unirte a nada que no sea de tu misma naturaleza. Por ende, solo puedes unirte a lo que es santo, bello, perfecto. Es decir, al amor. Eres un ser de puro amor y eso hace que solo puedas identificarte con lo que es amor. Cristo es la identidad amor que el ser amor posee. Este poseer a Cristo, fundiéndote en él, es el único modo en que el poseer pueda tener sentido. ¿Podéis empezar a ver la diferencia entre dejarse poseer por el amor y buscar poseer lo que no es amor por vosotros mismos?

      Ser más es la letanía de la locura del mundo. Es el grito ensordecedor de la llamada codiciosa. Si deseas ser más de lo que eres quiere decir que deseas ser diferente de como eres ahora. Y si deseas ser diferente de como eres ahora eso tiene que significar que no amas lo que eres. De tal modo que la compulsión de poseer no puede surgir de ninguna otra cosa que no sea una falta, una falta de amor. Esta es una gran revelación, tal como lo es toda esta obra. Se te está revelando el hecho de que toda carencia percibida procede de percibir una falta de amor. No son las cosas, ni las personas, ni las ideas, ni las capacidades lo que deseas, ni lo que necesitas.

      Lo que estás tratando de hacer cada vez que deseas poseer cualquier cosa es llenar el vacío que dejó en tu corazón la ausencia de amor percibida. Ahora que puedes reconocer esto, no con la mente sino con el corazón unido en plenitud con la mente, es decir, ahora que conoces en verdad esta verdad, ahora y no antes, puedes comenzar a sonreír afablemente cada vez que camines por las calles de una ciudad atestada de cosas. O en medio de un campo donde la gente trabaje afanosamente, al observar sin juicio alguno como los hombres desde tiempos inmemoriales han estado tratando, y aún siguen haciéndolo en gran medida, de encontrar el amor que creen haber perdido, buscándolo en todo tipo de cosas que ni llenan ni se pueden retener verdaderamente.

      Ahora apelamos a la compasión. Vemos cómo la humanidad busca desesperadamente retener el viento con las manos. Y pensamos en cuál sería la respuesta que daría el amor a esa desgraciada situación. Recordamos que el amor se compadece de todo y todos. Y que, en la compasión perfecta, sabe que ese mecanismo de posesividad no es otra cosa que miedo. Miedo a no encontrar nunca más el amor perdido. Miedo a no encontrar más al ser que sois en verdad. Miedo a no ser. O mejor dicho, miedo a seguir no siendo.

      VII. Déjate amar

      Amada humanidad, ha llegado el momento en que dejéis de vivir como si fuerais mendigos que andan recolectando los pedacitos del ser que han quedado dispersos por ahí después de un estallido. El ser que sois en verdad no se ha quebrantado, ni roto, como si fuera una vasija de muy fino cristal de la que hay que levantar las astillas que se esparcieron por el suelo para reconstruirla tras una caída que la rompió. No, vuestro ser ha sido preservado eternamente y nada ni nadie puede tocarlo, salvo el amor que Dios es. Vosotros sois lo inviolado de Dios y lo inviolable. Nunca habéis profanado la santidad de vuestras almas. Nunca habéis dejado de ser el amor que Dios es. No habéis perdido al amor. Jamás lo podéis perder.

      Todo lo que habéis vivido en el mundo es neutro. No ha hecho nada en vuestro ser. Nunca habéis dejado de ser la perfecta creación santa que Dios creó desde toda la eternidad. Porque jamás habéis dejado de ser el Dios en vosotros es que no hay necesidad alguna de poseer nada. No hay necesidad alguna de buscar nada. No hay necesidad alguna.

      Hermanas y hermanos en Cristo, amad lo que sois y lo que creéis ser, en todo momento y todo lugar. Amad todo lo que surja en vosotros, y veréis cómo ya no sentís carencias de ningún tipo. Al no sentir carencias, pues no las tenéis en verdad, no necesitaréis dedicaros a la desgastante actividad de la supervivencia, que es desde donde procede la compulsión de acumular. No necesitaréis poseer nada puesto que quien vive en el amor nada necesita.

      Quizá te estés preguntando cómo dejar ir para siempre el miedo, y con ello el deseo de poseer, de tal modo que desde ahora y para siempre vivas en clave de dar y nada más que de dar. Es decir, cómo vivir una vida completamente carente de necesidades. A estas alturas, la respuesta es obvia. Si toda carencia es un eco de una carencia de amor percibida, entonces el camino para que no exista carencia alguna es simplemente dejarse amar.

      Alma purísima. Deja que el amor de Dios y de la creación llene a raudales las arcas de tu ser. Déjate inundar por el amor. Déjate arrobar por la ternura de Dios. Permítele al universo que te muestre su benevolencia. Y a tus hermanas y hermanos también. Y retornarás a la verdad de lo que eres en verdad. Retornarás a la casa del Padre. En dos palabras: déjate amar. Esto es lo mismo que decir: únete al Cristo viviente que vive en ti y vivirás como