Andres Perez

Creo que me enamoré


Скачать книгу

pensé en las aventuras que me esperan en mi nueva etapa, en todos los nuevos amigos que me esperaban y las cosas divertidas por vivir. Tomé valor, levanté la mirada a cielo y aceleré el paso en busca de más historias que contar.

      Capítulo 2

      Al terminar la inauguración, las autoridades informaron que los estudiantes de primer semestre iban a utilizar el horario de siete de la mañana a una de la tarde, también dispusieron que, por este día tendríamos unas horas para conocer las aulas. Lo pensé por un momento e hice mis cálculos. Si la primera hora tengo a las siete, entonces de mi casa debo salir a las cinco, lo que significa que a las cuatro debo estar despierto para ducharme y desayunar. Me decepcioné, me preguntaba cuántos de mis compañeros iban a despertarse a esa hora para ingresar a tiempo a la Universidad, de seguro nadie.

       Uno por uno iban subiendo los cursos a sus salones guiados por sus respectivos docentes. Cuando fue el turno del mío, la emoción volvió a mi cuerpo, me imaginaba la clase de salón que me correspondía, asimilé que era hermoso, puesto que estaba ya en un ciclo educativo más alto, muchas expectativas invadían mi mente. En el camino por las instalaciones, pasé observando muchos salones, eran muy bonitos, con proyectores en excelente estado y los pupitres olían a nuevo. Cada salón era mejor que el anterior, razón por la cual mis esperanzas crecían cada vez más.

       Nos acercamos en grupo a una puerta que al empujarla se abrió con un rechinido, aquel sonido calló los murmullos de mis compañeros que se escuchaban en el ambiente. Mi primera impresión fue la desilusión en su más grande expresión, las sillas estaban todas desordenadas, en el salón no había proyector, y el piso parecía no haberse trapeado en años. La timidez de todos al ser estudiantes de nuevo ingreso pudo más que las ganas de quejarnos, así que todos nos sentamos en pupitres elegidos por afinidad sin decir ni una palabra.

      Sonó el timbre de salida, no salí corriendo a la puerta como todos los días de mi vida al terminar clase. Pensaba que, en lugar de saborear la comida preparada por mi madre, debía ir a comer en un restaurante para poder viajar a Segovia sin que me diera hambre. Me perdí un momento mirando a la nada con la cara apoyada en mi puño, cuando me di cuenta, ya todos se habían ido, miré a los lados, me paré de golpe y me fui.

       Salí de la Universidad, lo primero que busqué fue un restaurante, giré a la izquierda, caminé dos cuadras, una más adelante encontré un lugar de comidas que parecía ser confiable, ingresé y pedí un almuerzo completo.

       Terminé de almorzar e intenté irme a la terminal de buses sin perderme, fue la primera vez que me dirigí hacia aquel lugar sin la necesidad de subirme a un bus, me demoré un poco pero la ciudad era al menos un poco menos desconocida. Llegué y me subí rápidamente al bus que me llevaría a mi hogar.

       Transcurrieron las dos horas de viaje, descendí del bus, caminé rápidamente a mi casa con la esperanza de encontrar a mis padres y contarles mi día. Efectivamente, ellos me recibieron, tuve la oportunidad de compartirles todo, les conté que ahora todos los días debía madrugar pero que me acostumbraría con el tiempo. Al menos mi día terminó junto a ellos.

      Al siguiente día me desperté como lo había planeado anteriormente, todos en mi casa estaban dormidos así que intenté ducharme, desayunar y vestirme sin hacer ruido. No quería que mis padres se molestaran en hacerme el desayuno a esa hora de la madrugada.

       Al finalizar todo, abrí la puerta, salí y la cerré cuidadosamente. Me arrimé a ella desde afuera, pensé que fue muy triste salir a afrontar mi día sin despedirme de nadie, ni siquiera de mis padres, no tenía tiempo para mis pensamientos, así que debieron ser breves, salí y cerré la puerta de entrada con la misma cautela que la anterior, ingresé a la calle, verifiqué y aún no amanecía, mis ojos querían estar igual de cerrados que todos los locales a mi alrededor pero, tenía que mostrar coraje en la situación.

      Llegué a mi salón y pretendí atender a la clase sin dormirme, fue difícil pero con unos pellizcos como autocastigos logré no desfallecer en mi pupitre.

      Y así transcurrieron los días, madrugué a diario, cada vez con menos fuerza y más tristeza. Me sentía más y más lejos de mi familia, los veía un rato en la noche cuando llegaban, pero el sueño me obligaba a dormirme con rapidez. Pero bueno, no todo fue malo, en la Universidad ya hice nuevos amigos, me caían bien pero era evidente que no sé comparan con los que tenía en mi antigua ciudad.

      En medio de la jornada de clases algunos docentes solían concedernos quince minutos de receso, no era su obligación otorgarnos ese privilegio, puesto que en la Universidad no consta el goce de esta condición, pero al pedirlas con respeto no nos lo negaban. En este tiempo con mis amigos frecuentábamos fumar o jugar naipes.

       En una de estas ocasiones, salimos con mi grupo de amigos con el objetivo de jugar naipes, nos sentamos en las gradas formando un círculo que más bien parecía un óvalo y empezamos a jugar. El juego se llamaba “culo sucio” y consistía en lo siguiente (o al menos así lo jugábamos): el mazo de naipes se dividía en partes iguales entre los jugadores participantes, de entre ellas se deben buscar cartas iguales y lanzarlas a la mesa. Cuando solo queden cartas diferentes, entre los jugadores se intercambian, continúan buscando pares y tirándolos a la mesa, restando cada vez más naipes, hasta que el joker sea la única carta en juego, el jugador que se la quedaba es el perdedor. En nuestro caso al perdedor de este juego se le condenaba a cumplir un reto, así el juego era más interesante.

       Continuamos el juego, entre mis cartas constaban un cuatro, un cinco y el joker, aunque tenía la carta que probablemente me daría la pérdida me relajé.

       Albert, Linda, Rafa y yo quedábamos en el juego, los demás tiraron todos sus naipes, eliminando posibilidad alguna de perder. Albert intercambió los naipes, formó el par y salió del juego. Lo cual significó que entre las tres personas que quedábamos, uno sería el perdedor, en un juego adquirí un naipe con número cuatro, lancé con el naipe del mismo número que poseía y me restaban dos naipes. El caso de Albert sucedió con Linda y también salió. Quedábamos Rafa y yo, a él le correspondía escoger uno de mis naipes, tuvo dos opciones, el cinco y el joker, de esta elección dependía el juego, si escogía el cinco yo sería el perdedor. Ladeó un poco, lo pensó una y otra vez. Rosó sus manos sobre mis cartas, intenté no darle ninguna señal con la mirada, hasta que por fin escogió un naipe y lo tomó. Observé y solo me quedaba uno, el joker, lo que dio como resultado mi pérdida.

       No me lamenté mucho por este incidente, pero si me hizo sentir mal. Ahora venía la peor parte, el reto, al perder con Rafa le concedía el derecho de elegir el reto que me correspondía cumplir.

       —Haber…—dijo colocando su mano en la barbilla—. ¡Ya sé! Mira a tu alrededor, hay muchas mujeres, de entre ellas debes elegir a la más bonita, debes acercártele, coquetearle un poco y hacer que te de su número telefónico.

       —Vale… —le dije en tono confiado.

       A decir verdad ese reto le he hecho un sin número de veces sin que pierda ningún juego, no es complicado, pero el simple hecho de hablarle a una desconocida con esas intenciones no es fácil, y sin saberlo, cambiaría mi vida.

      Capítulo 3

      Cuando Rafa me asignó el reto todos se sentaron con mucha expectativa, de todos mis amigos fui el único que estaba de pie, lo pensé un rato y miré a mi alrededor. Vi todas las mujeres del lugar, una por una.

      En medio de esta acción, me enmudecí por un momento, en el tercer piso de uno de los edificios cercanos, se encontraba el rostro de una mujer que me cautivó, vestía con una blusa de color naranja, sus cabellos sueltos al mezclarse con el aire hipnotizaron mi cerebro, salí temporalmente de la realidad, entré a una utopía donde quise habitar por siempre y no regresar nunca a la vida que poseía en esa etapa. Sus ojos, podría asegurar que eran los más bonitos que había visto jamás, el marrón claro se convirtió en ese momento en el mejor color de toda la existencia.

      En ese instante, Rafa me codeó levemente, acto que me hizo volver a la realidad de forma brusca. En esa fracción de minutos sentí que el alma volvía a mi cuerpo, por fin reaccioné.

      —¡Ya