Andres Perez

Creo que me enamoré


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ya vamos, solo es una chica.

      —¿Bromeas? Es una diosa.

      Halé a Rafa del brazo y corrí en dirección a las gradas, hubiese sido una buena decisión tomar el ascensor pero jamás mi cerebro estuvo tan disfuncional como en ese momento. Traía a Rafa tropezándose por todas las gradas, empujando a todo aquel que se interpusiera en mi camino.

      <<Ya casi, ya casi, ya casi>> repetí mientras subía aquellas interminables gradas.

      Rafa me gritaba al ascender las escaleras, pero mi mente estaba tan concentrada en acercarse a aquella bella dama que no entendí nada de lo que decía. Por fin llegamos al piso en donde estaba, nos acercamos lentamente a su salón, se había metido, la podía ver dentro de él. No sé si su belleza era solo para mis ojos, pero al ver su cuerpo me pareció perfecto, a pesar de carecer una figura de cine, fue el más hermoso que había visto. No me hubiese importado ir a por ella pero no lo hice, una de sus compañeras se encontraba a fuera y acudí a ella por ayuda.

      —Disculpa… ¿puedes decirle a esa chica que la estoy buscando? —Le pregunté señalando a la mujer que me cautivó minutos atrás.

      —Claro —me contestó con cierto desconcierto.

      Caminó en dirección a ella mientras mi corazón latía cada vez más fuerte. Tocó su hombro, y le dijo cierta frase que no la escuché por razón de la distancia. La esbelta mujer dirigió su mirada hacia mí y gesticulé con mis manos dando a entender que quería que se acercara. Se turbó un poco porque no me conocía, con cierta timidez se acercó poco a poco.

      Sus ojos eran aún más bonitos al reducir la distancia cada vez más, me temblaron las manos y los bellos de los brazos se me erizaron. Pero tomé valor, con un poco de vanidad me arreglé el peinado y me decidí a hablarle.

      —¿Sí? —Me dijo.

      —Sí, disculpa… —me detuve unos segundos y continué—, sé que no me conoces, yo tampoco pero, hace rato estuve jugando con mis amigos y no pude evitar verte. Perdón por el atrevimiento pero eres muy bonita, quería saber si tú… no sé, podrías darme la oportunidad de conocerte.

      —Hay —palabra que se mezcló con un suspiro y se sonrojó—. No lo sé… está bien, pero si te soy sincera, me das mucho miedo.

      —Te entiendo, a mí también me dio mucho miedo hablarte. Pero aquí me ves, en frente de la mujer más linda de este lugar.

      —Mientes —me dijo con timidez, característica hermosa de una buena mujer.

      —En serio… —me detuve como queriendo llamarla por su nombre—, me dices tu nombre.

      —Claro, me llamo Julissa ¿Y tú?

      —Qué bonito nombre. Me llamo Andrés.

      Fueron los halagos más difíciles de mi vida, pero sentía que valía la pena, no era fácil que una mujer me cautivara de esa manera, por las circunstancias en que tuvo origen nuestro encuentro, le di créditos al destino, asumí que debía inténtalo con ella, esta vez en serio.

      —No sé si puedas —le dije—, pero me harías sentir muy bien si me das tu número telefónico. Prometo no ser muy intenso en el chat.

      Lo pensó un momento hasta que asintió con la cabeza.

      —Está bien anota.

      Mientras extraía el celular de su cartera sonreía, y mientras más lo hacía, más me enamoraba, tanto que en tan poco tiempo quise rosar sus labios, hacerla mi mujer y no dejarla ir nunca de mi lado. Pero, debía esperar, luchar por tan anhelada meta, hacer lo que un caballero hace por una bella dama, ganarme su amor.

      Desbloqueó su teléfono, miré de reojo su fondo de pantalla, relucía la foto de unos libros, esto hizo que tenga aún más puntos a favor. Encontró su número, regresó su mirada a la mía, tuve la suerte de reflejarme en sus ojos una vez más, fingí que su mirada no me causaba nervios y saqué también mi teléfono. Lo desbloqueé, nuevamente se dirigió hacia mí, anoté su número, al guardarlo coloqué su nombre y junto a él, un corazón, sentí el primer paso completado.

      —Muchas gracias —le dije y al mismo tiempo Rafa gesticuló con su cabeza, indicando que el receso concedido por el docente había terminado.

      —De nada, creo que tu amigo tiene prisa.

      —Un poco, lo que pasa es que se nos terminó el receso y debemos volver al salón.

      —Está bien, entonces, hasta pronto —se inclinó ofreciéndome su mejilla como acto de despedida.

      Nos despedimos, sentí que su “hasta pronto” conmovió mi alma, dio a entender que en sus planes cotidianos, sí se podía agregar una cita entre los dos.

      Rafa se adelantó, regresé hacia ella mi mirada por última vez, indicando que desde ese instante me causó encanto y un sentimiento pequeño pero muy bonito que suelen llamarle “me gustas”. Seguí a Rafa, mis demás amigos me esperaban en el patio, descendí las gradas pensando en lo que había pasado. Seguí a mi grupo hasta estar de nuevo dentro del salón.

      Tomé asiento en mi pupitre, inmediatamente revisé WhatsApp para cerciorarme que el número que me entregó no haya sido erróneo, la aplicación tardó un poco en iniciarse, como si supiera que me encontraba en apuros, pero se inició por fin, presioné el ícono de contactos, la busqué, ahí estaba, mi corazón latió fuerte de nuevo al ver su nombre dentro de mis posibles chats. Mi deseo era ver su foto, pero para mi mala suerte se encontraba oculta, no sabría si en verdad era ella hasta emitirle mi primer mensaje.

      En toda la mañana escuchaba a los profesores hablar sin parar, dentro de mi mente solo existía ella, sus ojos no abandonaban mi imaginación y por más que quise no pude dejar de recordar su imagen en aquel tercer piso. Quise concentrarme pero, todo fue inútil, me di por vencido, me entregué a su cálida estancia en todos los sentidos de mi cuerpo.

       Sí, hubiese querido comunicarme con ella de inmediato pero no quería parecer un desesperado (cosa que ya parecía pero no quise que lo comprobara), decidí que dejar pasar un día antes de enviarle un mensaje sería prudente, seguí mi rutina diaria y al terminar mis clases me dirigí hacia Segovia. Al llegar a casa no hice más que ver su contacto una y otra vez, a pesar de no hablar con ella, con esto ya me hizo feliz.

      Lo más difícil del día, aunque estuviera tan cansado como siempre, fue intentar dormir, no paraba de recordar todo lo que pasó horas atrás, me imaginaba escribiéndole por primera vez. No encontraba una posición exacta para conciliar el sueño, después de mucho rato sin poder dormir, el sueño pudo vencerme.

      Desperté por un ruido, era el celular que sonaba sin parar, la alarma se había activado y mi día empezó.

      Cuando terminé de ducharme y desayunar salí corriendo rumbo a la Universidad, con la esperanza de hablarle a la causante del insomnio de anoche, a pesar que el medio fuese el celular, para eso había que esperar unas horas puesto que aún no amanecía.

      Salí de Segovia, el viaje se tornó eterno, las ventanas del bus aún estaban oscuras pero mi mente destellaba luces porque dentro estaba ella. Cuando llegué a la terminal de buses de Madrid tomé un taxi, llegué justo a tiempo a la primera hora de clases, vi mi reloj, mostraba las 7:05am, puse en mi agenda el propósito de iniciar la conversación vía celular a las ocho en punto, pensé que esa hora sería prudente. Sé perfectamente que todos estos detalles ella no los iba a notar, pero soy un hombre cauteloso.

      Hasta que por fin llegó “la hora cero”, vi mi reloj y marcaba las 7:56am, así que sigilosamente extraje mi celular de la mochila, fui muy cuidadoso debido a que en el salón de clases es prohibido utilizar aparatos móviles. Lo desbloqueé e inmediatamente ingresé a WhatsApp, abrí su ventana de chat y escribí mi primer mensaje.

      Traté de ser lo más atento posible, miré dos veces el mensaje y presioné el botón de enviar. Guardé rápidamente