Andres Perez

Creo que me enamoré


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para adquirir el móvil, lo revisé, y sí, se encontraba una notificación por explorar. Me emocioné nuevamente y comprobé que el mensaje si era de ella.

      Esperé un poco y respondí:

      Esta conversación me alegró el día, salí de su ventana de chat, me percaté que esta vez su foto de perfil sí se podía ver, no permanecía oculta lo que significa que me agregó a su lista de contactos, me pregunté si también colocó un corazón al costado de mi nombre como lo hice yo, es poco probable pero, nada cuesta soñar. Amplié su fotografía y al verla le dediqué dos o tres suspiros, era muy bonita, era como si la cámara captara la belleza mejor que mis ojos.

      Sé que es un poco apresurado pero quise que nuestro próximo encuentro fuese lo más rápido posible, así que sin temor a un rechazo, mencioné que me apetecía mucho verla otra vez.

      Tardó un poco, pero respondió.

      Al ocurrir esto no me lo podía creer, pasé en escasos minutos de ser un cero a la izquierda, a una cita en su agenda mental diaria. No me atreví a responderle, el hecho es que no hubo nada más que decir, en virtud de nuestra diminuta confianza, no intenté a emitir mensaje alguno al conseguir mi tan anhelada cita.

      En el salón de clases hice todo menos concentrarme, ¿quién puede prestar atención al mundo cuando una primera cita lo espera? La mañana empezó recientemente así que la espera sería eterna hasta que la hora del almuerzo llegara, así que tuve que fingir atención por largo rato. Siempre he tenido la impresión de que si miro el reloj a cada instante, las horas pasan más lento, por esto, creé compromisos internos de no mirar el aparato mecánico por largos periodos de tiempo para de esta manera percibir que el tiempo transcurre con mayor rapidez.

      Posterior a numerosos métodos para sentir que tiempo vuela, llegó el momento, el reloj marcaba las 12:48am, me preparé mentalmente para lo que se avecinaba, hasta que por fin el docente nos permitió salir.

      Rafa preguntó si deseaba acompañarlo al almuerzo, pero me negué poniendo mi viaje a Segovia como excusa, en el fondo tenía planes más importantes a los cuales acudir. Caminé con mucha lentitud para que todos mis compañeros se adelantaran, para esto simulé que utilizaba el celular con toda mi atención, cuando vi a todos marcharse me dirigí hacia la puerta principal de la Universidad.

      En la distancia, pude notar a dos chicas sentadas en una banca cercana a mi destino, el intransigente pero inevitable nerviosismo se apoderó de mí, las posibilidades de que una de ellas fuera la chica que tanto he pensado las últimas horas fueron muy elevadas.

      Intenté caminar con lentitud y relajación. Me vi desde los zapatos para asegurar que me veía acorde a la situación, vestía una camisa de cuadros de color rojo vino, y un pantalón llano color café oscuro, combinaban perfectamente con mis converse, me arreglé el cabello y levanté la mirada. Divisé con mayor claridad, efectivamente, una de las chicas era ella, vestía unos jeans y una blusa de un celeste muy claro, le quedaba perfecto, tan bella, tan esbelta como la primera vez, quizá más.

      Percató que mi llegada era inminente, se puso de pie al mismo tiempo que su acompañante, la que asumí era una amiga de confianza. Se despidieron con un beso en la mejilla, su amiga se marchó en dirección contraria a la mía, a escasos metros la vi completamente sola. El lugar se encontraba lleno de personas alrededor, pero en ese corto espacio de tiempo tan solo éramos ella y yo, no sé si en su mente pasaba lo mismo, pero en la mía solo existíamos los dos. Me acercaba cada vez más, no le quitaba la mirada de encima, cuando llegué me recibió con un beso de amigos, su mejilla era tan cálida que si un día roso sus labios conoceré el cielo sin abandonar la vida.

      —Hola —me dijo—. He llevado rato esperándote.

      —Lo siento, lo que pasa es que mi clase aún no terminaba —lo que no era cierto pero con algo tenía que defenderme.

      —Bueno, lo que importa es que llegaste, te apetece ir a comer o quieres hacer algo más.

      —Vamos a comer, además no soy de esta ciudad y no conozco lugares bonitos a los cuales ir.

      —Bueno vamos, te cuento que tampoco soy de acá.

      Cuando terminó esa corta charla pensé, si ella no es de esta ciudad ¿De dónde es? No me atreví a preguntarle en ese instante, preferí dejar esa conversación para cuando estuviéramos almorzando. Pregunté sobre su día y demás preguntas de cortesía.

      Mientras caminamos hacia el restaurante que solía frecuentar, Julissa iba platicando sobre el odio que le tiene a su docente de inglés, entre tanto una parte de mi mente se hallaba ocupada intentando deducir a que ciudad pertenecía, me fijé en su manera de hablar, su físico, su vestimenta, lo que me llevó a concluir que venía de ciudad “Perfección”, la misma que no existe, así que me di por vencido. Llegamos a la puerta del local de comidas. En la puerta de cristal ubicaba al exterior colocaron el menú, lo empezó a analizar con la vista, no hice nada más que mirarla, para mí me resultaba un peligro quedarme viéndola, porque enamorarse tan repentinamente no estaba bien, sacudí levemente la cabeza e intenté mirar el menú junto con ella.

      —Quiero este combo de aquí —me dijo señalando una imagen del menú.

      —Se ve muy bueno —mencioné sin mirar bien de qué se trataba.— También quiero ese.

      —Bien.

      —Bien.

      Subimos el escalón del restaurante al mismo tiempo, y nos dirigimos a la mesa más bonita del lugar, mientras ella colocaba su saco en la parte de atrás de la silla el mesero acudió a nuestra mesa.

      —Buenas tardes —expresó el mesero con una voz muy educada—. ¿Qué van a ordenar?

      —Bueno… —dije destinando mi mirada hacia él—. Nos ayuda con dos combos uno por favor.

      —Dos combos uno, —repitió el mesero en voz baja mientras anotaba en su libreta— perfecto, ¿algo más?

       Regresé mi mirada a Julissa que también hizo lo mismo.

      —No, nada por el momento, gracias.

      —Muy bien, les pediré que aguarden un momento —se marchó y nos quedamos solos.

      Julissa empezó a mirar la decoración ambigua del restaurante, en él se situaban copias de pinturas de grandes artistas, entonces señaló una en específico y me dirigió la mirada.

      —¿Ves esa pintura de ahí? —Preguntó, señalándola con su dedo índice.

      —Claro, ¿qué tiene?

      —Una vez, cuando era niña, mi madre compró una copia de esas, la colocó en la sala, era su más grande adoración, durante años recorrió más de mil tiendas sin encontrarla, cuando lo hizo, convocó una reunión a la cual asistimos solo mi hermano y yo, donde ella inauguró oficialmente el lugar de su nueva adquisición en la sala. Tiempo después, con mi hermano jugábamos fútbol en la sala, una mala jugada nos hizo romper aquel cuadro —suspiró—. Nunca vi a mi mamá tan enojada, no nos cocinó un día y medio, sí que nos portamos mal. Han pasado como siete años y creo que aún me guarda resentimiento —colocó sus brazos en la mesa y reposó su quijada en estos.

      Vi que ese recuerdo la doblegó levemente, lo único que se me ocurrió fue acariciar su cabello en actitud protectora, iba a darle palabras de aliento, pero fui interrumpido por el mesero que llegó con nuestra orden. Situó los dos platillos en la mesa y se marchó.

      —Se ve muy rico —dije con intención de levantarle los ánimos.

      —La verdad es que sí —indicó