Alicia Escardó Végh

La ventana de enfrente


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tiene un olor a transpiración que es una poderosa arma letal?

      —Sí, claro, es imposible no darse cuenta.

      —Bueno, por eso, antes de subir al ascensor, tengo que inspeccionar y enseguida me doy cuenta si él estuvo por allí. En ese caso, no tengo más remedio que esperar el otro, porque si no, corro el riesgo de desmayarme antes de llegar.

      —¡Uy, qué delicada! –contesté yo, pero ya me reía con ganas, porque sus gestos al contar esto eran muy cómicos.

      Arrugaba la cara y se apretaba la nariz con el pulgar y el índice. Yo no podía parar las carcajadas. Para peor, justo en ese momento pasó el portero con los tachos de la basura. Nos miró con cara de extrañeza, y nosotras volvimos a reír, hasta que se nos cayeron lágrimas.

      Quedamos en vernos al día siguiente. Cuando entré en casa con la bolsa del supermercado, mi madre ya estaba preocupada por lo que había demorado. Como me vio llegar tan contenta, se aguantó las preguntas y no me dijo nada. Esa noche, en el chat, le conté a Ana que quizás podría llegar a tener una amiga nueva. Me pareció que no se alegraba mucho, porque enseguida cambió de tema y empezó a contarme que le había ido sensacional en el examen de Matemáticas.

      Yo no le dije nada más. Mucho menos que era inválida. La primera vez que vi el ascensor del edificio donde vivíamos, me llamó la atención que tuviera dos manijas para abrirlo, una a la altura normal y otra debajo, a unos cincuenta centímetros del piso. Esa noche me di cuenta de que seguramente la habían instalado para que María pudiera abrir y cerrar la puerta sin problema. Antes de dormirme, intenté pensar en cómo sería su vida, me pregunté por qué se había quedado así, o si era de nacimiento. También me di cuenta de que ella tenía una de las sonrisas más enigmáticas que yo había conocido.

      Es muy callada. En los recreos casi no habla con nadie y a veces se va a la biblioteca a leer. Yo la he visto, pero no me he atrevido a acercarme. Soy más bajo que ella y seguro que le parezco un capullo. Y sin embargo, me gustaría tanto acompañarla a la salida, viajar juntos en Metro, decirle algo ingenioso. Que me mire y me sonría. Solamente a mí.

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