rápido y Guille la siguió. Cuando perdieron a sus compañeros, Paula le increpó que la había dejado sola, que podría haber estado más con ella y que él no entendía por lo que estaba pasando.
—Estamos saliendo, tenés que estar conmigo.
Él no le respondió. Las palabras de Paula le resonaron exageradas. Era inútil explicarle en ese momento. Siguieron en silencio y apenas si se despidieron en la puerta de la casa de Paula.
Guille pensó que ese asunto con las chicas, en vez de mejorar con el lío que se armó con la pelea, había empeorado. Y que él ya estaba harto de quedar en el medio.
Con los días, el clima hostil se había aplacado. El tiempo y las normas claras ayudaban a calmar las aguas según los profesores. Todos sabían que la tregua dependía de que las chicas dejaran sus broncas en otro lado. Y eso parecía que estaba ocurriendo.
Una tarde, Guille acompañó a Paula a anotarse en un gimnasio. Ella no quería engordar lo que había bajado con el entrenamiento en la agencia y buscaba clases o un entrenador que le copara. Averiguaron en seis. Paula no se decidía por ninguno. Con mucha paciencia, la esperaba en la puerta o se sentaba en la vereda a escuchar música y practicar con las manos el ritmo del rap.
Después de que finalmente Paula se inscribiera en uno, fueron al shopping. Se sentaron a tomar una gaseosa antes de seguir camino. Esa tarde tenían que estudiar en lo de la abuela Moni porque los padres de Paula no estaban. A Guille le gustaba ir a lo de Moni. Era una señora muy agradable.
—Tengo que ir a buscar unos zapatos que dejé señados ayer. Después vamos.
—¿Otro negocio? Ya estoy mareado de tantas vueltas. Tenemos exámenes. Mejor dejalo para mañana.
—No me vas a decir cuándo necesito mis cosas. Si querés sigo sola.
—Está bien, le prometí a Adriana que iba a estar con vos toda la tarde, apurate.
Paula protestó por el apuro, Guille se calzó los auriculares. Ella no pensaba apurarse, tampoco tenía ganas de estudiar. Tomaba lentamente la gaseosa y mandaba mensajes por el celu. En un momento, levantó la vista, y vio en una mesa cercana a Ezequiel. Cuando Paula lo interceptó con la mirada, Ezequiel bajó la vista.
Ese compañero no se relacionaba con el resto de la clase desde que había llegado el año anterior. Se sentaba al fondo del aula. Y era un mirón, según las chicas del curso. Era flaco, desgarbado y si no hubiera sido por su forma de mirar que fastidiaba, nadie se hubiera dado cuenta ni de que existía. En el lío que se había armado con Paula y las chicas, Ezequiel no se había metido. Era reservado y callado. Algunos hicieron intentos de acercarse, pero el interés se desvaneció.
—Ese pibe no pone voluntad –decían.
Lo que les incomodaba de su presencia introvertida, eran esos ojos oscuros clavados en los compañeros. “¡Qué mirás, loco!”, le gritaban. Ezequiel bajaba la cabeza y se refugiaba en su celular.
—Apurate, Pau. Dale vamos. Me voy, chau –Guille la sobresaltó.
—Me ponés mucha presión, Guille, no funciono así yo.
—En la agencia funcionabas bien.
—¿Qué te pasa? No quiero hablar de eso.
Guille se encogió de hombros y bajó por la escalera mecánica. Paula corría detrás. Apenas había tenido tiempo de recoger su mochila y los paquetes.
En la casa de Moni tomaron mate con torta. Paula apenas comió. Más tarde, la abuela le dijo que no siguiera con eso de comer poco, que ya no iba a ser modelo.
—Está todo bien, abu. No me gustan los rollitos, me cuido.
Mientras estudiaban, Guille se desconcentraba demasiado. Él mismo se notaba raro desde que Paula había vuelto al colegio. Había momentos en que no la soportaba y en otros estar con ella lo relajaba y lo ponía contento. Paula, se daba cuenta y no decía nada. Prefería que las cosas siguieran así de calmadas, no soportaría estar sola en el colegio. Hasta Florencia, que antes la bancaba en el aula y en los pasillos del colegio, se había alejado desde el lío en las redes y se había armado otro grupo.
Mientras la abuela Moni les preparaba la merienda en la cocina, Paula se puso más cerca de Guille y le dio un beso en la mejilla. Él apenas sonrió y siguió con los ejercicios de Física. Le pasó la mano por el pelo, Guille no hizo nada. Volvió a intentar una caricia. Pero él la paró en seco.
—Estamos estudiando, Pau, hacé los ejercicios que tenemos que entregar mañana.
—Bueno, perdón, no quería distraer al estudioso –dijo irónica.
—No empecés, Paula, si no querés estudiar, me voy y listo.
—Dale, Guille, andate. Con ese humor no te banco.
Guille la miró con tristeza, no quería que estuvieran enojados. Pero él no se bancaba a Paula cuando se irritaba y ya no tenía la misma paciencia de antes. Cargó la mochila con sus libros y se fue.
Paula se quedó sentada llorando. Otra vez había arruinado la tarde. Se sentía de lo peor. Fue a buscar a Moni, necesitaba charlar con su abuela.
Marina entró al aula con los ojos hinchados de llanto y el pelo desarmado. Javier no venía con ella.
Javier y Marina eran la pareja más estable del colegio. Estaban saliendo desde hacía dos años. Javier había llegado al colegio, después de repetir dos años. A Marina le gustó desde el primer día ese chico lindo y más grande que sus compañeros. Javier la fichó cuando cruzaron la primera mirada. A las dos semanas eran novios. Iban juntos a todos lados, no se separaban. En los pasillos del colegio o en el aula se robaban besos y caricias, cuando los preceptores no los veían. Fuera de la escuela eran una pareja que, en los boliches y en las fiestas en casa de amigos, no se despegaban y ya tenían relaciones. Marina no hubiera querido acostarse con Javier tan pronto, su mamá no se cansaba de decirle que era mejor esperar para no complicarse la vida, pero en la fiesta de quince de Lorena, cuando estaban medio borrachos, no lo pudieron evitar. Hicieron el amor por primera vez en uno de los vestidores del salón.
Javier era celoso y no permitía que Marina tuviera amigos. Solamente admitía la amistad con Lorena y Pamela con quienes eran inseparables. Según Javier, Marina no necesitaba más.
Cuando Lorena y Pamela la vieron entrar, supieron que venía directo de la casa de su novio. Desde la separación de sus padres, Javier vivía con su papá que era viajante. Aprovechaban los días en que Javier estaba solo para que Marina se quedara a dormir con él. Para sus padres, Marina dormía en la casa de alguna de sus compañeras. Hasta el momento todo había funcionado bien.
Marina estaba callada y con la cabeza baja cuando se sentó en su banco de siempre. Al rato, Javier entró con la cara contracturada de enojo y se sentó en la otra punta del aula. Las chicas supusieron que la discusión había sido fuerte. Javier era muy celoso y las veces que se peleaban era porque sostenía que ella miraba a otros chicos o hablaba demasiado con algún compañero.
Marina no salió al recreo, aunque le insistieron. Estaba cansada y apoyó la cabeza entre los brazos. Marina hacía lo posible para disimular el golpe. El pelo en la cara ocultaba el moretón en la mejilla. No quería dar las excusas de que se había caído y golpeado con un mueble. Además, tenía sueño y le dolía todo. Quería pasar la mañana lo más disimuladamente posible, irse a su casa y acostarse a dormir para siempre.
—No te dejó dormir anoche, ¿eh? –le dijo Lorena con complicidad.
Marina no respondió.
En el aula estaban Paula y Guille que tampoco habían salido al patio. Otros compañeros se habían quedado estudiando.