Gloria Candioti

Hola Guille


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desató su indignación ante la posibilidad de que se volvieran a correr sus fotos truchadas.

      —No apareció otra vez. Vemos qué hacemos cuando pase. Tranquila.

      —Ese desgraciado capaz que lo hace –dijo Paula a punto de llorar.

      Ella intentaba estar mejor, y ese idiota le quería arruinar todo el esfuerzo que estaba haciendo. Había que averiguar quién era.

      Guille también quería saber, trataba de calmarla justo cuando recibieron una notificación. Lo que temían: la foto de Paula, en las redes. Y el muy desgraciado había usado todas las posibles. En Instagram apareció una foto de Paula y Guille caminado con un emoji de un perrito superpuesto sobre la espalda de él.

      Guille no soportaba que Ídolo se metiera en sus vidas. Tenía que encontrar al idiota y pararlo. Y encima tenía que contener a Paula.

      Paula lloraba de indignación en el sillón de su casa. Adriana, en la cocina, ajena a todo, preparaba el almuerzo. Roberto llegaría en un rato y a su marido no le gustaba esperar.

      Guille trataba de calmar a Paula.

      —Se mete con todos, Pau, no es con vos.

      —Los demás no me importan nada.

      Ese comentario era típico de Paula, le importaba solo lo que la perjudicaba a ella. Guille no estaba seguro de que Paula madurara alguna vez.

      —De vos nadie se va a burlar. De mí sí. Van a empezar otra vez. Y yo estoy harta. ¡Es un colegio de mierda!

      Roberto llegó. Saludó a los dos. Se dio cuenta de que su hija estaba mal. “Otra vez”, pensó. “A esta chica nada le viene bien”.

      —¿Ahora qué pasó? –preguntó con fastidio.

      Guille le contó que había alguien que estaba bardeando por las redes, que había puesto la foto truchada de Paula y de otros y que querían averiguar quién era.

      —¿¡Por qué no se dejan de joder y se ponen a estudiar!? –exclamó Roberto y se fue para la cocina.

      Adriana no le había comentado nada de todo esto. Y ellos que pensaban que las cosas se habían tranquilizado. Estos chicos no tenían paz y no dejaban en paz a los padres. Roberto siguió protestando en voz alta con su esposa. Adriana le decía que tan grave no debía ser porque ella no estaba al tanto.

      —Como siempre sos vos la que no te das cuenta de nada –le reprochó Roberto–. Si esto empieza de nuevo, el año que viene la cambio de colegio.

      En el almuerzo, Roberto continuó con sus protestas. Paula apenas comió media milanesa. A Guille el clima tenso entre los padres y Paula lo incomodaba.

      Por la tarde, trataron de concentrarse en el estudio. Paula, como si se hubiera contenido por siglos, se puso a llorar otra vez. Él se sentó a su lado y la abrazó. Así estuvieron un rato, ella llorando y él, con ternura, acariciándole el pelo y besándola suavemente. Paula entre lágrimas respondía estremecida a los avances de Guille, que pocas veces era tan cariñoso. Con él se sentía segura y querida. En ese momento, Paula no quería que nada le arruinara ese momento con Guille.

      Adriana se había asomado cuando escuchó el llanto de su hija, esa escena la conmovió. No quiso interrumpirlos. “¡Qué bello es el amor entre los jóvenes!”, pensó. No recordaba cuándo había sido la última vez que Roberto la había tratado con esa ternura. Esperaría un rato y les llevaría algo para merendar. Tampoco había que exagerar, los chicos tenían que saber que ella estaba cerca para no desbandarse.

      Cuando Paula se tranquilizó, miró a Guille con una sonrisa enorme.

      —Gracias, sos un divino, te reamo –le susurró al oído.

      Guille retomó las carpetas y los libros. Era difícil con Paula que se le acercaba y quería más.

      —¿Y ahora qué te pasa? Hasta recién estabas conmigo –dijo Paula con ese tono de reproche que lo irritaba.

      —Nada, Pau. Me encantó lo de recién. Pero mañana hay exámenes. No te olvides.

      —¡Qué importan las pruebas! Dame otro beso –le dijo tomándole la cara para que sacara la vista de los apuntes. Guille no pudo resistirse.

      Se quedaron abrazados unos momentos.

      —Basta, Paula. Si seguimos así no estudiamos.

      —A veces parecés un boludo, estamos rebien y vos querés estudiar. No pasa nada por un día que no tengamos todo listo para el cole.

      —Pau, nunca querés estudiar. Tenés que madurar un poco. Está tu vieja dando vueltas y me incomoda, no me gusta.

      —Mamá no dice nada, ella está re feliz con que estemos juntos. El problema lo tenés vos, me desconcertás. ¿Vos estás jugando conmigo? –Paula estalló.

      —Yo no quiero jugar, te quiero, pero…

      —Nada, siempre un pero. ¿Por qué tenés peros para quererme? Yo no te cierro, decime la verdad.

      —No es que no me cerrás, te quiero, pero…

      —¿Ves? Otra vez, yo así no quiero seguir, mejor te vas y seguís con tus pruebas tranquilo en tu casa.

      Guille levantó sus libros, los puso en la mochila, se puso su gorra lentamente como dándole la oportunidad a Paula de que aflojara un poco y salió. Quiso decirle que necesitaba más espacio, ir más tranquilos, no quería que cada vez que estaban juntos y él pusiera un límite terminara en una discusión, que le respetara sus tiempos.

      Paula y él eran parecidos: no querían ser como todos, querían ser ellos mismos, realizar sus ideas, sus proyectos. Eso le había gustado de Paula cuando la conoció. Ella sabía lo que quería y lo llevaba adelante. Aunque Guille muy pocas veces había estado de acuerdo con su forma de actuar y lograr sus propósitos. Le atraía su determinación, había aprendido de ella que cada uno tiene que buscar cumplir sus sueños.

      Después todo se desbarrancó cuando quiso ser modelo: las compañeras empezaron a hacerle la guerra por ser una creída. Y la agencia casi la convierte en una muñeca de plástico. Paula había cambiado o tal vez siempre había sido así y él entonces se había enamorado de una Paula que no existía.

      La miró una última vez antes de cerrar la puerta.

      —Te llamo más tarde –le dijo.

      Paula con la vista en otro lado, no le contestó.

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